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jueves, diciembre 12, 2024
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Frío, paisajes y arco iris: Escocia

Lo más atractivo de viajar, al menos para mí, es poder percibir los olores y sabores de cada lugar. Tocar la tierra, la arena, las plantas; impregnar las pupilas de los diferentes colores, los intensos azules del mar, los azules verdosos de los ríos, los enigmáticos colores oscuros de los lagos, los verdes de la vegetación. Perderse en los ojos de algún viajero, de algún niño, de algún poeta. Es lo fascinante de ver como las personas alrededor del planeta abordan al mundo, es incursionar en la burbuja particular de alguna población y permitirse ver todo desde otra perspectiva.

Atravesar Escocia fue adentrarse en una particularidad hermosa. Además de tocar la tierra, sentir frío y maravillarse con los rayos del sol colados en las nubes, pude compartir el viaje con seis viajeros más y con ellos, aprender de las Tierras Altas y los kilts en compañía. Éramos siete espíritus libres buscando algo, siete almas enamoradas de una tierra fabulosa que nos dejó pasar a tomarnos una pinta, disfrutar de las bajas temperaturas, de su gente, de sus colores y de sus juegos del medioevo.

Los nombres de cada población me encantaron. Pero no lo que no puedo olvidar, son los paisajes. Los paisajes, arropan, envuelven, te hipnotizan. Una obra de arte continua, una perfecta combinación de verdes, de los árboles, musgo, acantilados, rocas; el gris de las nubes con el gris de las rocas del camino, el azul de algún lado del cielo que no se quería dejar tapar por las nubes con el azul intenso del Lago Tay. Y  de pronto, arco iris.

Íbamos camino a Killin, un lugar que según los mapas tiene un stone circle, una mini versión de Stonehenge, que nunca encontramos, por cierto, cuando nos topamos con una entrada de una huerta y encontramos Tombreck. Nada más llegar y admirar el panorama te hace sentir que cumpliste un objetivo, el paisaje es sublime, los colores complementados y el espacio parece tan grande, amplio. Sierra, animales, un lago, acogedor.

Tombreck resultó ser una especie de cooperativa. Los dueños de esas tierras son una sucesión de varios hermanos, pero sólo uno de ellos se quedó allí a trabajar la tierra. Con un permiso de habitabilidad y ganas de integrar a las comunidades, brindarles facilidades de vivienda y entendiendo la necesidad de hogar, se establecieron en ese espacio familias que han ido construyendo sus casas, sembrando sus cosechas e intercambiando sus productos con los integrantes de la comuna y con el resto de las familias que viven por fuera de Tombreck.

Nos recibió la hija del dueño, y nos explicó un poco la actividad de la granja. Su madre,  nos llevo a emprender una caminata para descubrir el invernadero, no podía creer que hiciera calor en Escocia, pues estaban curando un sembradío de lechugas que les había caído plaga, cerca había un charco con un cerdo y un montón de patos escandalosos. Llegamos al umbral de la casa principal, una construcción que data de principios del siglo XIX. El dueño parece sacado de una película, con una incipiente calvicie y cabello creciendo hacia los lados, con botas de lluvia y mirada distraída; nos contó que él fue el único de sus hermanos que decidió seguir adelante con la sucesión y poner a producir las tierras heredadas.

La energía que utilizan es renovable. Tienen planchas de carga solar, ya que los recursos hídricos son importantes para el funcionamiento de la granja, utilizan carrizales o juncos artificiales para la depuración de las aguas y los abonos de la tierra son totalmente naturales, nada de lo que se produzca en esas tierras tiene algún componente químico, nos explicaron que todo lo que se siembra allí es consumido por ellos mismos y el resto es vendido en el mercado semanal en la plaza de Killin, el pueblo más cercano.

Avanzamos y fuimos conociendo a las familias que ahí habitan. Tropezamos con un señor que trabaja con la reforestación de los bosques locales que nos contó cómo calculan la edad de los árboles, deforestan para construir casas y hacen donaciones de madera a los lugares que más lo necesiten y luego invitan a las escuelas locales para que los niños participen en las actividades de reforestación. Tuvimos la oportunidad de ir con él y su equipo a ver todo el proceso en un campo cercano, el almacenamiento de los árboles talados, jugamos con su perro que estuvo todo el tiempo con nosotros, nos mostró los troncos que serían donados a diferentes instituciones. Es una labor por demás loable, fascinante y edificante.

La esposa del dueño es arquitecto y diseñó un lugar de actividades múltiples llamado Big Shed, justo al lado de la casa del guardabosque, es todo de madera perfectamente trabajada y huele a barniz, fue pensado para el entretenimiento y la salud de los habitantes de esas tierras en el que se imparten clases de yoga y baile, lo más importante es que cada recurso utilizado para la construcción del espacio cultural y todas las demás edificaciones nuevas, es biodegradable implementando técnicas de la tendencia llamada “arquitectura ecológica”. En el segundo piso hay un taller de pintura en el que cualquier persona puede ir a desarrollar sus aptitudes artísticas. Más adelante hay un pabellón donde celebran fiestas, bodas, año nuevo y siguiendo hacia adelante se llega al Lago Tay que surte de agua a toda la granja. En la playa del lago realizan teatro en verano, planifican acampadas y asados.

Justo ahí, en el sendero que lleva al lago, dejando detrás las casas, hay un punto donde se puede ver todo el paisaje, los colores intensos de cada elemento que componen este espacio. Las nubes habían dejado un espacio para ver el celeste cielo hacer juego con el azul enigmático del lago, el verde de las plantas era vivo, intenso, contrastaban en perfecta sincronía con el marrón de la tierra, y soplaba una brisa fría que entonaba acordes musicales con los matorrales y los árboles, con el agua de lago, con el cielo. Un lugar mágico en el medio de un país que desborda encanto.

Fueron sólo horas, pero al momento de partir, salimos de ahí con el espíritu ensanchado, con un poquito más de fe en la raza humana y creyendo que las cosas de verdad se pueden hacer bien, lo que se necesitan son las ganas y conseguirse con la gente adecuada que esté en la misma sintonía. Llegar a Tombreck fue la entrar en la burbuja particular de una comunidad que entiende el rumbo que debemos tomar como planeta, ver el mundo desde su perspectiva, darle un nuevo sentido a viajar.

Fotografía: Víctor Gómez –  Machbel

Johana Milá de la Roca
Venezolana residente en Panamá. Licenciada en administración de turismo con un máster en periodismo de viajes, una fusión que hoy ejerce y comparte desde Centroamérica.
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