Las cosas se vuelven más nítidas en cuanto damos un paso atrás y nos alejamos de ella.
Filosofía del Pasajero, Michael Marder
Estoy nerviosa. Tengo curiosidad y también un poco de miedo. La pandemia me robó al menos un viaje para poder pasar las fiestas de fin de año en mi tierra, pero por fin este 2022 lo cierro cruzando el charco y emprendiendo una nueva aventura para volver y sentir. Estoy nerviosa porque creo que necesito tocar la raíz después de casi cuatro años de no pisar mi casa, la de allá; y presiento que voy a sentir con ganas porque durante los últimos 13 años vuelvo pero no regreso, y cada viaje es una nueva experiencia emocional.
Tardé en darme cuenta, primero fue inconsciencia, después muchas dudas existenciales, pero el arraigo es un cuchillo de doble filo. Eres pero al mismo tiempo no terminas de ser. Y llegué a un punto en el que sentí que me picaba y pesaba esta mochila de ser quien soy por venir de donde vengo, pero no veía posible andar por la vida sin ella. Una cosa es viajar ligero y otra muy distinta es viajar sin nada.
No soy del mundo, soy de Tijuana

Pasé de sentirme perdida a sentirme parte del mundo. Me empoderó darme cuenta que soy capaz de adaptarme a distintos entornos abrazando mi ignorancia y partiendo de ella para fluir. Dejé de lado la jerga cuando entendí que simplemente me complicaba la comunicación. Sigo hablando como tijuanense pero durante mi vida en Barcelona no existe lo que está curada y hay expresiones que simplemente no tienen eco.
Como la bandera mexicana que empaqué en 2012 y que sigue guardada, nunca sentí el impulso de ponerla en mi balcón pero recuerdo sentir la inquietud de tener que llevarla. He tenido momentos en los que incluso ser mexicana me estorbaba porque a veces no me miraban a mí, miraban de dónde venía, en qué trabajaba, el color de piel, las facciones y un largo y triste etcétera lleno de prejuicios.
Pero el tiempo es como el oleaje del mar, no para, y eso ayuda a que las emociones se asienten. Y aunque esa bandera seguirá en un cajón, el juego del desarraigo me llevó a sentir que soy de un lugar, que más allá de las formas que tome tengo un origen de fábrica. Y llegar a esa conclusión me hace sentir bien.
Tengo a donde volver, tengo una familia, unos amigos y amigas que me reciben con los brazos abiertos, que me extrañan. Un lugar donde hay personas con las que tengo un nivel de afinidad único. Donde soy yo sin tantas etiquetas: mexicana, extranjera, latina, panchita, hasta guacamole me han dicho… Tengo un lugar al que siempre podré volver.
Y allá voy con nervios. Más consciente de mis emociones después de muchos años, más tranquila pero sin dejar de sentir.
Enfrentar los cambios
Con la maleta lista enfrento también los nervios de los cambios con la sensación de que ha pasado mucho sin mí. Mi ciudad está devorada por una constante transformación: nuevas edificaciones, nuevos barrios, nuevas vialidades, nuevos centros comerciales, incluso me doy cuenta que hay música, noticias y memes que no me llegan y de los que no me entero. Y cuando avisé que iba para allá, sólo escuché una y otra vez que todo ha cambiado mucho.
Me remueve perderme esos cambios porque no he estado presente no sólo en las transformaciones y la cotidianidad de la ciudad, sino en la vida de las personas que me importan, de la gente a la que quiero y que en ocasiones la distancia me juega malas pasadas y me hace sentir ajena. Pero me rehúso a dejar que la distancia gane, además, qué ciudad no cambia. Es inevitable que Tijuana no se transforme día tras día, es parte de su personalidad. Si he cambiado yo cómo no cambiará la frontera más transitada del mundo que además ya es el municipio más poblado de México.
Ha cambiado hasta mi arraigo o desarraigo, ya no sé qué es. Los cambios están presentes aquí y allá y hoy con más madurez los acepto y los vivo, pero eso no evita que ir a Tijuana me mueva el tapete y me surjan preguntas y emociones nuevas. Es un jalón de greñas que llega hasta la médula.
Se llaman consecuencias

Sigo viviendo en España por decisión, porque me dejé llevar y se me fue de las manos eso de venir a estudiar. Me gustó estar lejos y encontré un sitio donde además encontré amor, formé una familia, tengo amigos y amigas con los que quejarme del trabajo y filosofar de la vida. Una ciudad que ya la hice mía y que todos los días me enseña algo nuevo; porque vivir fuera de tu ciudad, de tu país, de tu continente, puede tener muchas caras pero aburrida no es una de ellas.
No esperaba todo esto. No soñé con vivir en Europa. Aún recuerdo mi primera vez en París y pensar: ¿Qué hago aquí? ¿Cómo llegué aquí? Ni siquiera recuerdo sentir el deseo de conocer París y ahí estuve. Aún no alcanzo a ver aquello que me impulsó a tomar una ruta de 5 mil kilómetros y tener una década fuera de México. No me fui, iba a regresar en nueve meses.
Estoy nerviosa con este viaje porque sé que esta ruta es personal. Las personas de mi vida en Tijuana siguen en Tijuana y en la rutina que alguna vez fue mía y que ahora veo desde fuera. Y en los últimos viajes, sino es que en todos, me caen reclamos, no me dejan opinar de la ciudad, a veces me caen encima si critico, comparo o analizo. He tenido que cuidar mis palabras porque: ¡Cálmate europea! Ah, pero allá querías estar. Regrésate, sufres porque quieres. ¡Tú ya no estás aquí, no lo entiendes!… Antes me enojaba y contestaba, me he autocensurado pero ahora, ahora no sé qué sentiré, les entiendo mejor pero, ¿soy menos tijuanense porque no vivo en Tijuana?
Me preocupa que mi entorno me sienta distinta, que no podamos evolucionar juntos. Porque sí, no soy la misma que estuvo en Tijuana la última vez que además fue hace cuatro años. No había pasado tanto tiempo en mi vida sin ir a mi ciudad.
La percepción de la violencia también ha cambiado
Entiendo a quienes no viven en México y se asustan de la violencia. Pensaba que era un efecto de las noticias, de las redes sociales, de Netflix… sí, pero no. Es cierto que es una realidad dramatizada y llena de prejuicios y estereotipos pero no, no se lo inventan todo. Cuando dejó de ser mi cotidianidad y la empecé a ver a la distancia, sí da miedo. Alejarse de la violencia cotidiana, de un robo, un asalto, una estafa, que son lo de menos, te da otra perspectiva.
Hace poco hablaba con una amiga que es periodista y le preguntaba: Claudia, ¿está peor que antes o qué está pasando? No, Arlene, siempre ha estado así, tú ya conoces esta realidad, sigue siendo así con sus contextos actuales.
Soy culpable de vivir en una burbuja llamada Barcelona. No tengo coche. Camino sin importar la hora, no me da miedo ir en el transporte público ni traer mini falda; me cuido y soy precavida pero estoy muy relajada. Y no es que antes viviera en una constante tensión en Tijuana, es una alerta normalizada que cuando esté allí seguramente se activará de manera natural. Pero sin duda, cuatro años a la distancia dibujan una realidad peor que da miedo.
Allá voy
Estoy nerviosa porque sé que se viene una borrasca. Me recordará lo que quiero olvidar y dejar atrás, lo que no he sabido gestionar y también me hará enfrentar los efectos de vivir fuera, las consecuencias de mis decisiones. Me sudan las manos al pensar que no puedo controlar lo que sentiré y que es inevitable emocionarme por pisar la ciudad y preguntarme: ¿Volveré? ¿Quiero volver?
Estoy nerviosa y emocionada. En cada viaje nacen y mueren y crecen y se multiplican sentimientos, es un tirón que solo la raíz es capaz de provocar. Llegaré y empezará la revolución emocional que ningún vuelo, por más largo que sea, te prepara para volver sin que eso implique regresar.
Invítame un café y te sigo contando historias

Arlene, leí con detenimiento este relato-confesión y sabes, siempre admiré tu convicción de irte a otro país a vivir. Hay un viejo refrán que dice que: “al lugar a donde has sido feliz, no debieras tratar de volver.”
Cuando escuché la frase en una canción de Miguel Ríos, no comprendía cómo es que si fui feliz en un lugar no debiera volver, y después de varios intentos, entendí que la nostalgia nos hace sentir los lugares de cómo eran cuando los dejamos. Y a pesar de ser solo eso -nostalgia- comprendí también que personas y lugares siguen evolucionando sin nosotros. Quizás eso es lo que nos causa cierta desazón. De no sentirnos parte cuando los dejamos.
También entendí que volver a ciertos lugares siempre es una nueva experiencia, porque a pesar de ser tan tuyos, en tanto lugares físicos, no lo son en tanto emociones. Y quizás esa experiencia de estar y sentir es lo que nos hace volver o no.
Gracias por pasar a leer y comentar, Jaime. Sin duda, la nostalgia está muy presente en mi vida, la de acá 🙂 ¡Un abrazo con mucho cariño!
Arlene me identifico completamente con tu relato. Las cosas se ven desde diferente perspectiva una vez que vives muchos años fuera de tu ciudad, y muy cierto, normalizan muchas cosas, todo tu sentir es cierto, yo también tengo aquí en USA 23 años y cada vez que vuelvo mis sentimientos son encontrados, llevo a mi Mexico en el alma pero ya no es lo que yo dejé. Cambiamos los dos. Un abrazo.
Gracias por pasar a leer y comentar 🙂 ¡Sin duda 23 años son muchos años! Así debe de ser de intenso ir a México