Son las 5:35 de la mañana del 19 de septiembre. No dormí, me desvelé porque tenía que estar bañada y con maleta lista a las 4:00 de la madrugada. Tomé el metro desde Llucmajor a Passeig de Gràcia para transbordar al tren. Ya estoy en la sala de espera del Aeropuerto de Barcelona. Esperar, aguardar, no hacer nada, sentarme en una silla y sentir el segundero. Leer, platicar con mi compañero de viaje, con la vecina, limpiar la bolsa y revisar que esté todo en orden dentro de ella. Preparar el equipaje de mano, sacar la pashmina por si hace frío, los audífonos en su lugar, el cuaderno y la pluma, el cargador del celular, el libro, una manzana. ¿Qué más?
Veo mi pasaporte, y me veo. Veo los sellos, las fechas; recuerdo cuando me tomaron esta fotografía, lo que traía puesto aquel día: saco, tacones, cabello suelto y aretes largos. Hoy rara vez me pongo saco, ni tacones, ni aretes. Veo mi foto y me veo mujer, veo los sellos y sonrío. Marruecos, Irlanda, Francia, Italia, Holanda, varios de España, varios de México y unos de Estados Unidos.
Estados Unidos. Aún me sigue pareciendo extraño decirle por su nombre.
Estados Unidos: voy de viaje pero ir para mí es volver
Una frontera es un punto geográfico áspero, un matrimonio surrealista. Por ninguna otra frontera del mundo cruzan tantas personas de forma legal, y por ninguna otra frontera del mundo cruzan tantas personas de forma ilegal como en el punto fronterizo entre Tijuana y San Diego. Por esta frontera cruzan cada año más de 13 millones de personas, casi la mitad de la población de Canadá, más de 670 mil automóviles, el doble de los que circulan en la ciudad de Sao Paulo y cuatro veces los de la Ciudad de México en el mismo periodo.
Nacer y crecer en Tijuana, para todos, de forma directa o indirecta, es traer “el otro lado” integrado, el chip que define tu sistema operativo en dos países pero en una misma región, tengas o no visa para cruzar.
Esta frontera, a medida que he ido creciendo con ella, me ha ido pareciendo más una simulación. He crecido escuchando el incremento de recursos, de patrullas fronterizas, de nuevas vallas, muros, reforzamiento de equipo para evitar el cruce. He crecido escuchando y leyendo en las noticias el incremento de deportados, cada vez más hombres, cada vez más mujeres, cada vez más niños; más y más para evitar el cruce. He crecido escuchando y siendo testigo de ese incremento de familias que emigran al vecino país para vivir allá, del otro lado; cada vez más y más, sin que algo parezca detener el cruce. Incluso mi papá, mi abuela, varias tías, tíos y primos, son residentes y ciudadanos estadounidenses. Tengo familia en San Diego, en Los Ángeles, en Utha, en San Francisco, en Hawai.
Allá voy, al país al que poco a poco se mudan más amigos y familia. Al otro lado. Cuando yo tenía 10 años nadie vivía en otra ciudad que no fuera Tijuana, desde mis abuelos hasta mis primos pequeños, todos vivíamos en una ciudad que en 1940 contaba con cerca de 20.000 habitantes y en la que hoy viven más de 2 millones de personas. En California viven casi 15 millones de personas que se consideran latinas y aproximadamente el 80% son mexicanos. Casi 25.000 millones de dólares llegaron el año pasado de parte de los mexicanos que viven en el extranjero, casi todo desde Estados Unidos, y el peso está cerca de su menor nivel histórico, vale 5 centavos de dólar.
Respiro profundo porque una frontera también es una cicatriz. Y el otro lado tiene suturas finas y sensibles.
“Cada vez que nos acercamos a una frontera, a un límite, nuestra tensión aumenta y afloran las emociones, porque también hay fronteras en nuestros cerebros que albergan un constante movimiento fronterizo, confinante, limítrofe”. Ryszard Kapuscinski
Una escala antes
Llego a las ocho de la mañana a Madrid. La capital española será una escala de varias horas. Y como este viaje viene acompañado de un cuaderno y una pluma, escribiré. Escribir sensaciones y reflexiones en bruto como en “Viajar sin ver” de Andrés Neuman.
Levanto la mirada y veo a más gente. La mayoría espera con el cuello agachado: o leen un libro o están con su celular, pero tengo a un hombre frente a mi que no esconde su rostro, ni su mirada. Me observa con más descaro que yo, creo que está haciendo lo mismo, observar sin darse cuenta que no es invisible.
- Mijita honra a Dios. Recuerda que cuando uno honra a dios le va bien en la vida.
- Ya sé que no te has portado bien, que has estado contestando.
Escucho, muy cerca de mí, a una mujer al teléfono, acompañada de la que creo que es su hija. Me recuerdan a mi abuela, que al despedirse, o también a mitad de conversación, usa a ese “dios está presente”. Que Dios te bendiga, si Dios quiere, con el favor de Dios. ¿Qué pensará Dios de las salas de espera? Pudo haber creado la teletransportación, pero decidió la sala de espera, supongo que él tendrá sus razones. Pero pienso que la teletransportación vendría bien para cruzar la frontera, cualquier frontera.
Recuerdo las casetas del cruce migratorio en los años noventa, comparadas con lo que hay hoy en día, aquellas eran de cartón. No había tanta tecnología como en la actualidad, ni distintos carriles; era más simple, más rápido, perros entre los coches era lo normal. Siempre se han hecho largas filas, pero recuerdo un tiempo en el que mi mamá iba y venía por dos galones de leche. Ahora, lo último en tecnología está instalado aquí, y cada año hay algo nuevo, algún innovador método que detecta todo aquello que se considera ilegal; sí, también personas.
Hubo un tiempo en el que si decías “american citizen” al migra, te dejaba pasar sin más. Porque en California lo que puede ser un mexicano puede ser un estadounidense. Y hubo un tiempo en el que mis vecinos no tenían que identificarse para entrar a su país, incluso no era común que tuvieran pasaporte. Pero esto fue mucho antes del 11 de septiembre, y yo nunca crucé la frontera así; lo hice primero con el visado dentro del pasaporte, y después con una visa fronteriza en formato credencial.
Después de varios años de vivir fuera, vuelvo con el visado en el pasaporte, pero siempre he cruzado y sigo cruzando con mi cara de no traigo nada de México, no tengo nada que declarar, voy a las tiendas, voy al juego de los Padres de San Diego, voy a Disney, voy a la casa de unos amigos, voy a un concierto en el Sport Arena, voy a comer unas hamburguesas. ¡Voy a gastar mi dinero, chingadamadre! ¡Tienes mi vida registrada en tu sistema, ya me conoces!
En doce horas, después de las cuatro en Madrid, el avión aterrizará en Los Ángeles y el diálogo entre el agente migratorio y yo será diferente.
- ¿Cuál es el motivo de su visita?
- Viajar por Estados Unidos.
- ¿Qué trae de España?
- Un cuaderno en blanco.
Esta historia es el capítulo I de un viaje por California que iremos contando poco a poco
- Capítulo I: El otro lado es Estados Unidos
- Capítulo II: Los Ángeles, ciudad de ciudades
- Capítulo III: Los nuevos aires de Downtown, LA
- Capítulo IV: Escenas de viajes a Las Vegas
- Capítulo V: Las secuoyas gigantes de California
- Capítulo VI: California nació en Sacramento
- Capítulo VII: De misión cristiana a ciudad liberal: San Francisco
Un texto que revela la frontera y el viaje por los Estados Unidos como una fotografía en movimiento.
Y ni qué decir de cuando te quitan los zapatos. ¡Carajo!, eso es de lo más humillante que te pueden hacer eso gringos, aunque entiendo que es por seguridad, pero ah como me cala eso¡¡¡
Y eso que todavía no llego a migración, Jaime, ahí es donde creo, se pone peor la sensación.
¡Me ha encantado! Me ha parecido una forma super personal de ver algo que se suele mostrar en los medios como un lugar abstracto, sin sentimientos: las fronteras. Cuando en realidad éstas no tienen nada de abstracto, sino que casi son un país por sí mismas.. ¡Y vaya país!