En el mundo hay ciudades que se destacan por su cultura en diferentes vertientes, desde la danza, el teatro, hasta la música y la pintura, como referentes que determinan el patrimonio de una región. En Marinilla, Colombia, existe esa cultura y una particular tradición artística que llegó, se mantiene, y sobrevive al pasar del tiempo, incluso ha desarrollado una identidad. Hablamos de instrumentos de cuerda, de música, pero sobre todo, hablamos de la profesión de lutheria o lauderial.
Bambucos, pasillos, bullerengues, torbellinos, trovas, son algunos de los géneros en los que podemos escuchar estos instrumentos y en cuyas letras, se cuentan historias que narran la tradición de Colombia; las personalidades del país en su expresión más popular, tradicional y folklórica. Un claro ejemplo son las estudiantinas, que se dedican a cantar, tocar y viajar con tiples, guitarras y liras; toda una tradición que sin los instrumentos de cuerda no existiría, que sin los luthier sería imposible de mantener y que en Marinilla, sobrevive como un oficio que le da la cara al pasar del tiempo, que sabe que está en riesgo pero que continúa.
Esta profesión tiene una historia que viene desde la Edad Media, de cuando no sólo se encargaban de la construcción de instrumentos de cuerda, sino también de la enseñanza de la danza. Su nombre nos lleva a la España del siglo XVI, cuando la profesión conocida como violero o guitarrero, cambia su título a lutero, por asociación al luth o laúd, que era el instrumento más popular de aquel entonces. Es así como el nombre de luthier comenzó a ser utilizado para referirse a los artesanos de las cuerdas. Y en Marinilla, estos tradicionales constructores de guitarras, por generaciones, han construido a su vez, parte de la historia local.
“Cualquier fallo, por milimétrico que sea, puede generar un cambio en el sonido del instrumento. Es por esto que el ambiente calmo del campo, es ideal para la construcción”.
Un lugar donde conservar la tradición
A unos 4 kilómetros de la plaza principal de Marinilla, se encuentra uno de los últimos talleres luthier de este pueblo. Una construcción rústica, en obra negra, con una gran puerta de madera y un par de ventanas cubiertas con plásticos. Allí trabaja Sergio García, historiador y músico de 33 años, oriundo de Marinilla que desde hace 7 años dedica la mayor parte de su tiempo a la construcción de instrumentos musicales de cuerda.
Más que un taller, parece trabajar en un vivienda familiar, una finca acogedora, con láminas y bloques de madera provenientes de diferentes lugares del mundo que se dejan ver como decoración accidentada. Máquinas y máquinas, plantillas y más plantillas. Ébano, cedro, palo santo de la india, abeto alemán y canadiense, son algunos de los tipos de madera que se utilizan aquí para la construcción de guitarras. La calidad de estos instrumentos radica en la madera y este es un gran tema para el oficio; no se escatima en una tradición de más de 100 años de historia.
“Yo comienzo como Luthier por casualidad. Estaba buscando una guitarra eléctrica pequeña, como regalo de Navidad para mi sobrino y no encontraba en ningún lugar de Medellín. Puesto que ya tenía ese interés, decidí hacerla, con la ayuda de Luis Arbeláez. Y esa fue la primera semilla que me hizo comenzar a leer más y conseguir las herramientas para adecuar un espacio para la construcción de guitarras”, cuenta Sergio, que además diseña sus propias herramientas, lo que da pie a entender el trabajo artesanal que se lleva a cabo en cada fase del proceso de construcción y su implicación en él.
“Todo empezó por la familia de los Arbeláez. Esto permitió que muchos jóvenes tuvieran la posibilidad de acercarse a los instrumentos musicales y volver el municipio un referente cultural. El haber tenido guitarras de cada una de estas fábricas y la cercanía e interés por las mismas, generó que haya retomado esta labor artesanal”.
Todo empezó por la familia de los Arbeláez
En 1860 llega a San Vicente, municipio cercano a Marinilla, un ebanista español, con la intención de realizar las obras de carpintería de la iglesia del municipio. Isaac Arbeláez, comienza entonces como su ayudante, aprendiendo el quehacer con la madera y, con ella, la construcción de guitarras. En 1920 Isaac y su hijo Lázaro, se mudan a Marinilla, más puntualmente al barrio La Dalia, donde comenzaron con la construcción de muebles, profesión que paulatinamente fueron dejando para dedicarse a la fabricación de instrumentos de cuerda. Hoy en el municipio aún se encuentran algunos de los muebles construidos por esta pareja de artesanos, destacando la calidad y conservación de los mismos. Pero las guitarras, tiples, bandolas y algunos pianos, son realmente el legado más destacado, convirtiéndose, con ellos, en los primeros luthiers de este municipio.
Como anécdota curiosa, se cuenta Sergio que la primera guitarra construida por Lázaro Arbeláez fue tan mala que la tiró al río. Sin embargo, con el tiempo su habilidad como luthier fue mejorando gracias no solo al desarrollo de sus diseños, sino a los relevos generacionales que garantizaron muchos más años de construcción y perfeccionamiento de la técnica.
Los hijos de Lázaro: Luis, Gerardo y Carlos, continuaron con el legado de este trabajo artesanal. Luis heredó la fábrica de su padre, Gerardo se independizó y montó una fábrica llamada La Sonora, y Carlos, continuaría también por su cuenta creando instrumentos, guitarras para niños. Además de sus hijos, el trabajador de Lázaro, Orlando Tamayo, también pondrían su propio taller, conocido como La Sinfónica.
En la actualidad, según afirma Sergio, siguen activos Gerardo y Luis, sin embargo Gerardo está a portas de dejar su trabajo y, al igual de Carlos, ninguno de sus hijos tiene intención de dedicarse a este oficio. El hijo de Luis Arbeláez, que también tiene su nombre y Sergio, son las dos únicas personas que hoy continúan con este legado, los últimos luthiers de Marinilla conservando una tradición que sigue en riesgo de desaparecer. Una situación que implicaría no sólo la pérdida de un referente histórico del municipio, sino además un bache en la construcción de la identidad local. Marinilla es ciudad con alma musical, en gran parte gracias a los luthier que durante cinco generaciones han construido los instrumentos que denotan todo un legado artístico y cultural para la tradición colombiana.
En estos tiempos industrialización y masificación de los procesos, destaca ver el cuidado en la construcción minuciosa de cada uno de estos guitarras, porque cada guitarra se hace de forma particular. Cada detalle, incluido el diseño, es a medida, incluso el precio. “Si hay alguien de un pueblo que está aprendiendo y no tiene con que comprar el instrumentos, muchas veces le bajo para que sea asequible, porque entiendo que a veces son personas del campo, que quieren aprender y tocar con buenos instrumentos”.
Las guitarras que Sergio construye son las encargadas de dar vida a las notas y acompañar las letras de músicos locales. Canciones que, tradicionalmente, han contado la historia de las ciudades, donde se describen objetos como la Ruana de Luis Carlos González o personajes como don Quijote y Quimbaya, ancestros de la tradición paisa. Son entonces, sus guitarras, el alma que da vida a tantas historias, que, aún hoy, siguen hablando de la vida de la región; son el alma musical de Marinilla y una de esas diferentes vertientes artísticas que llegan a definir y representar una ciudad.
Ojalá que la tradición supere fronteras para mantener vivos la Lutería y los lutieres. Que buen artículo cargado de nostalgia de nuestros pueblos. Saludos¡¡¡