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sábado, mayo 18, 2024
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Santa Cruz, el santuario del surf

Con el horizonte siempre a la espera de la siguiente ola, Santa Cruz se presenta como un santuario del surf, una joya en la costa californiana donde las olas susurran leyendas. Este rincón del mundo, donde el Pacífico se encuentra con la tierra con mucha fuerza, ha sido escenario de bailes entre humanos y naturaleza. Y, en este viaje, tras haber cruzado desiertos y ciudades, desde el vibrante corazón de Los Ángeles hasta las secuoyas gigantes que rozan el cielo, y después de explorar la rica historia de Sacramento y sumergirme en la cultura liberal de San Francisco, llego a Santa Cruz. 

Un capítulo más se despliega en esta saga, donde el agua salada y el espíritu libre californiano pintan el lienzo de mi aventura.

En Santa Cruz, me encuentro en un enclave único, un lugar donde el surf no es solo un deporte, sino un pilar de la identidad local, se ve en los bares, los restaurantes, las librerías, los espacios culturales; en las ropas de la gente. Una tradición que ha moldeado la vida y el espíritu de sus habitantes.

Santa Cruz y su camino por hacer surf

Foto: Guy Kawasaki

Santa Cruz, el santuario del surf, lo es porque sirve de puente entre la inmensidad del océano y la riqueza cultural de una región que ha visto nacer y crecer el fenómeno de este deporte. Desde los primeros hawaianos que, en el siglo XX, trajeron sus tablas a estas costas, demostrando que las olas no eran barreras sino caminos, Santa Cruz se ha convertido en un epicentro del surf. 

Fue aquí donde se gestaron algunas de las primeras competiciones de surf, donde nombres como Jack O’Neil, un visionario y apasionado surfista y empresario, se dio cuenta de una necesidad: la lucha contra el frío del agua del Pacífico. Con una mezcla de ingenio y valentía, fue quien inventó el traje de neopreno en la década de 1950, una revolución que permitió a los surfistas permanecer en el agua por más tiempo, desafiando las bajas temperaturas que antes limitaban su pasión. 

La leyenda cuenta que O’Neill perdió su ojo izquierdo en un accidente relacionado con el surf, lo que lo llevó a usar su icónico parche en el ojo, una imagen que se convirtió en sinónimo de su marca y espíritu aventurero. Este incidente, lejos de detenerlo, fortaleció su determinación y su deseo de superar los límites del surf. Bajo su liderazgo, la marca O’Neill no solo se convirtió en sinónimo de innovación en el vestuario para surf sino también en un emblema de la cultura surfista global, demostrando cómo la adversidad puede convertirse en un catalizador para la innovación y ahora para la historia de una región.

Aparte del icónico Jack O’Neill, están figuras como Doug Haut, con su maestría en la fabrica de tablas de surf, y el audaz Jay Moriarity, conocido por su legendaria caída en Mavericks, son solo algunos de los héroes locales que han dejado una huella imborrable en la comunidad surfera.

¿Acaso la imagen del surfista no es casi un sinónimo de California

No todo es surf en Santa Cruz

California es el mayor productor, en los Estados Unidos de numerosos pro- ductos hortofrutícolas, des- tacando entre otros, la vid, almendras, fresas, tomates, nueces, melocotones, pista- chos, aceitunas, higos, etc. | Foto: Pexels

No podemos olvidar los orígenes de este lugar, un suelo que fue hogar de nativos americanos mucho antes de que los surfistas encontraran su paraíso. La misión de Santa Cruz, fundada en la época colonial española, sigue en pie como testigo de un pasado complejo, recordándonos que las olas de la historia han moldeado esta ciudad tanto como las del océano. 

Alejándose de las olas para descubrir la ciudad que vive al ritmo de sus calles y no solo de su mar. A través de las ventanas del coche, antes incluso de llegar, los campos a lo largo de la carretera comenzaron a contar su propia historia. Verdes y vastos, salpicados de granjas que se extendían hasta el horizonte, me recordaron que Santa Cruz es también sinónimo de tierra fértil y manos de trabajadoras. Seguramente muchos de ellos y ellas, son mexicanos.  

En la ciudad, el espíritu joven e inquieto de Santa Cruz se hizo evidente en cada esquina. No tardé en darme cuenta de que la Universidad de California, Santa Cruz, era más que un campus; era un latido constante que alimentaba la ciudad con una energía renovada. Los universitarios, se filtraban por las cafeterías como un recordatorio de que el aprendizaje y la curiosidad también moldean el carácter de este lugar. 

A medida que el día se despedía, la promesa de un mañana me llamaba hacia el sur. Santa Cruz había sido un capítulo en mi viaje pero la carretera de la costa me esperaba para llevarme a nuevas rutas. Y mientras el océano seguía mi camino, entendí que este viaje no solo era una búsqueda de lugares, sino de momentos; momentos que, como las olas, vienen y van, pero dejan huellas, como la de los hawaianos, la de O’Neil, o las huellas españolas. Me voy preguntándome, cuáles son las huellas del presente que descubrirán los viajeros del futuro.

Arlene Bayliss
¡Ahorita Vengo! Eso dijo en su casa y no ha vuelto. De Tijuana en Barcelona. Comunicación y periodismo de viajes.
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