Este pueblo, tiene un protagonista principal, aunque no el único: el Río Ebro que, con la mano en la cintura, limpia, destroza y moldea.
El Ebro no es cualquier río español, es el más caudaloso del país, el segundo más largo, el que nace y desemboca dentro de su propia entidad, el que tiene una cuenca que se registra como la más extensa, el poderoso que además, atraviesa seis comunidades autónomas españolas, protegido a través del Parque Nacional del Delta del Ebro, siendo la zona más húmeda de Cataluña; con suelos que producen arroz. Es de personalidad irregular: como puede estar de buenas, puede estar de malas y enojarse con ganas.
Los ancianos que se sientan en la orilla son sobrevivientes y espectadores. Es curioso, dedican tiempo a contemplarlo, a ver el paso de los no habituales carros y como si se tratara del zócalo o la banca del parque, a ver quién pasa y a dónde va, de dónde viene, pero ahí cerca y siempre con el Ebro de compañía.
Aquí no viven más de 800 habitantes, hay una cafetería, una iglesia, un bar, una tienda de recuerdos, un camino para entrar y salir; un árbol central y unas bancas para tomar el sol de la tarde; un pescador famoso, un fotógrafo e historiador que platica la relevancia de Miravet; una señora que vende pan y un catalán que vivía con una mexicana.
Una bocina ubicada en el punto más alto, es el medio de comunicación que anuncia los horarios para los bautizos, el recordatorio para inscribir a los nuevos candidatos a la primera comunión, los anuncios de emergencia, los avisos de las fiestas… las noticias.
En ese punto alto, está el Castillo de Miravet, con mezclas de estilos islámico, bizantino y cisterciense, que en conjunto corresponde a un estilo romántico tardío y al gótico de transición, es decir, una pieza con gran nivel de relevancia histórica y cultural, que si bien existen quienes le tienen cariño, otros lo consideran un mal necesario que hoy atrae al turismo y nada más.
“Ese castillo no importa, es eso…. Un castillo sin importancia, ya no es nada”, me decía Don Martín, como enojado y desinteresado. Hoy un espacio que permite ver de manera panorámica la vista de Miravet, sus casas a la orilla, el aire más fresco que corre arriba, la limpieza, el orden, lo viejo y lo remodelado. Es un poblado que parece vive en el otoño y ese castillo forma parte del paisaje.
Pero parece que a los ancianos, que hablan entre el catalán y español y al mismo tiempo interrumpiéndose, no revelaban gran interés por esa pieza característica de su propia tierra. Un poco les daba igual. Por momentos uno daba unos pasos como si se enfadara de la plática, y en menos de dos minutos, regresaba para no perderse la conversación y opinar.
Los seis hombres gritaron “ostras” cuando les dije que era mexicana, luego volvieron a gritar “¡hala!” cuando les dije que Miravet me parecía muy lindo para conocer, y al final, volvieron a gritar “adeú mexicana guapa” “vuelve pronto que aquí estaremos sentados”.
Visita la fotogalería: Miravet y el río Ebro