Cuatro meses de viaje a paso lento por Latinoamérica y nada, ni la típica diarrea del viajero, ni una pequeña molestia cualquiera. Y fue llegar a Ciudad de México y aparecer. El dolor, me refiero, tan intenso que de pronto uno es vulnerable y no puede más que aceptar que el destino es como un suspiro en una mañana de invierno, tan frágil. Tal cual, allí estaba, retorciéndome de dolor en una vieja habitación de un hotel de la ciudad.
La Ciudad de México, a la que tanto había ansiado llegar, tan desesperada como los mismos detectives salvajes de Roberto Bolaño que andaba buscando, pero ahora el desesperado era yo y ni siquiera me quedaba el consuelo de la literatura, sólo el mismo encuadre todo el tiempo, la ventana y sobre las ramas desnudas el cielo turbio de CDMX y por favor que el dolor se vaya ya y el libro de Roberto Bolaño tirado en el suelo de cualquier forma sobre la marchita moqueta de la habitación.
Cuando pasa lo inesperado
Te vas de viaje, por fin cumples con tu sueño; pero ni te has planteado que puedas enfermar, que pueda suceder algo, que pueda ser que no sea, que pueda ser que… De pronto, el viaje como la vida misma –quiero decir que el viaje es tan incierto como la vida.
Siempre he dicho que la seguridad en la vida sólo es una pretensión absurda, como si no fuera cierto que un día se pueda ir todo a la mierda. Pretender lo mismo para un viaje es igual de absurdo, sólo que me estaba dando cuenta con el dolor de una piedra clavada en el riñón izquierdo. Y eso estaba siendo demasiado dolor para mí. Me preguntan, de uno a diez, siendo uno el mínimo y diez el máximo dolor sentido nunca, qué dolor siente ahora, y sólo la pregunta ya me asusta, y contesto, nueve sostenido con punzadas de puro diez como si fuera un falso alejandrino.
Estoy en la sala de urgencias del hospital y Cris está a mi lado y maldita la piedra que llega justo cuando le pisaba los talones al Roberto Bolaño de antes de irse a Barcelona a vivir y convertirse en un escritor maldito.
Yo sólo me he marchado de viaje porque, como él, también quiero volver siendo un escritor, y no necesariamente volver a casa, ni necesariamente maldito. Y curiosamente, notar un consuelo al repetir la frase, quiero volver siendo un escritor, notar como cuando de niño, febril, mi madre me abrazaba para mimarme, notar que a pesar de estar en peligro estoy a salvo y que nada va a ocurrir. Me he ido de viaje porque quiero volver siendo un escritor. Y encontrar en la frase el sentido al dolor que estoy sufriendo, pero previamente, también encontrar sentido al hambre de alguna noche sin cenar, al no dormir bien en alguna habitación compartida con otros mochileros, a los autobuses duros de los pobres, a las Guadalupes de todas las estaciones de autobuses de México, y más allá, antes en el tiempo, las dolorosas despedidas en España. Todo por querer volver siendo un escritor.
El viaje y escribir del viaje y escribir de mí mismo y decir cosas como que un viaje en realidad es la búsqueda de cómo volver a casa, o que un viaje es todo incertidumbre, o todo intuición, o todo creación. Eso es lo que yo había ido a buscar a CDMX una mañana en el Parque de la Soledad, donde llegó el autobús que venía desde San Cristóbal de las Casas, y encontré tan apropiado el lugar, el feo parque casi sin vegetación y frío como el hormigón y lleno de gente sólo porque ahí llegan todos los autobuses de los que llegan buscando algo a la ciudad, el feo Parque de la Soledad, y encontré el nombre tan apropiado que sólo habría mejorado de haberse llamado Parque de los Desesperados, Parque de los Suicidas o Parque de los Locos.
Y al bajar del autobús sentí que todo era perfecto, que le encontraría, a Roberto Bolaño, que les encontraría, a los supervivientes detectives salvajes, pero tuvo que llegar ese maldito dolor en la espalda, concentrado en la zona lumbar, en el riñón izquierdo y que a poco se expandía hacia el estómago llenándome de tristeza, y acabar tan sólo dos días después de pisar el Parque de la Soledad, ingresado en el hospital y a punto de una ureteroscopia. A punto de caramelo como se diría, sólo que de haber soltado la rabia que sentía dentro habría convertido Ciudad de México en un nuevo Hiroshima.
Sólo tuve dos días para encontrar algunas pistas del Roberto Bolaño que vivió en la ciudad después del regreso de su corto viaje por Chile –también él se encontró una piedra en el camino con nombre Pinochet, y de los poetas y de los detectives salvajes. El Parque de la Alameda a donde el joven García Madero acudía a leer algún libro de poemas mientras se preguntaba acerca de cuándo perdería su virginidad sin poder levantarse del banco porque si no se le notaría la calentura que había agarrado entre versos y otras fantasías carnales; me senté en una mesa de la Cafetería La Habana donde Roberto Bolaño pensó el manifiesto de los infrarrealistas y se cagaba, como en un juego bárbaro de críos, en Octavio Paz, que representaba la literatura oficial y ya desgastada, anquilosada, toda una piedra en el cuello que les hace hundirse, a los poetas jóvenes que no andaban en lo establecido académicamente, en la desesperación de los días y de la escritura; entré en las librerías de viejo de la calle Donceles como solían hacer los detectives salvajes cuando andaban robando libros raros que después no leían y anduve por la calle Bucareli como lo hacían, como aún lo hacen, algunos de ellos, aunque no el más maldito de todos ellos, el genio loco de Mario Santiago (“Mi aura se espanta de no reflejarse en mis recuerdos”). Mientras les seguía los pasos a todos ellos por México D.F. escuché el eco, una y otra vez, de aquella frase mágica que es resumen del manifiesto infrarrealista: Déjenlo todo, nuevamente láncense a los caminos.
Y precisamente por eso estoy escribiendo ahora de todo aquello -ahora es Guatemala, un saloncito bien cómodo, y ahora es un catéter doble J provisional que tendrán que retirarme en unos días por procedimiento ambulatorio, y ahora es Bladuril y Macrodantina cada ocho y cada doce horas. Por eso estoy escribiendo ahora de todo aquello, sí, porque un día lo dejé todo y de nuevo y me lancé al camino.
Por eso, insisto, estoy escribiendo de todo aquello, porque un día en CDMX me encontré una piedra en el camino y como la canción, supe que mi destino sería rodar y rodar, o lo que es lo mismo, volver convertido en un escritor que ha narrado un viaje real por Latinoamérica sin billete de vuelta, dejándolo todo de nuevo diariamente.
Viejo, tus últimos tres párrafos me han emocionado hasta la médula. Yo soy mexicano, nacido en D.F. pero crecido fuera. Será la hora (4:32 de la mañana) o los dos vasos de Jack Daniels directos que llevo a la hora (estoy trabajando [soy traductor], no vaya usted a creer que un borracho sin pasiones ni canciones además de las etílicas se ha venido a parar en el blog], pero me has movido recuerdos e intenciones). Cada vez que vuelvo a D.F. me enamoro más y más de esa ciudad cielo-infernal que me vio nacer y madurar (volví durante un tiempo a vivir allá como capacitación para el trabajo donde más he durado). También yo quiero escribir, no por tal ser escritor consagrado, (respeto demasiado a tantos que no sé si llegue a pertencer. Vivan los paréntesis, maldita sea). Ahora soy casado (sin hijos), en unos meses estaré por D.F. otra vez, amando a la ciudad hasta sus rincones más oscuros. No me importaría perderme en esa ilusión de que “no todo se puede ir a la mierda” si estuviera solo, (me jode bastante que alguien más dependa de mí), y seguramente te recordaré cuando esté por allá. Gustoso leeré tus libros cuando publiques, y presumiré haberte conocido aunque sea “on-line” en tiempos mortales.
Me sorprende que no haya más comentarios en la entrada, jodida nuestra participación literaria en Latinoamérica.
Un abrazo.
Gracias por tu comentario, lo compartimos con Alejandro. Qué gusto leer a lectores satisfechos y a lectores que se identifiquen con las historias.
Pues me has emocionado con tu comentario. Si hay que vivir con pasión, vivámosla! Y si hay que escribir, escribamos! Tu tendrás la opción de presumir que me conociste, pero es que con tu comentario, yo también puedo presumir de conocerte un poco más. Ojalá disfrutes de México DF y las huellas de Bolaño puedan inspirarte. Un abrazo, amigo.
[…] tipo: Oxidados, acolchados, descarnados, descuartizados… Costa Rica, Nicaragua, Guatemala, México, Guatemala, México, Guatemala, Honduras, El Salvador, Costa Rica, Panamá (no yerro, así fue […]