Si alguien llega a la aldea suiza de Chandolin, en el cantón de Valois, de un modo irremediable se sobrecoge por las vistas de las montañas. Le ocurre a cualquiera, incluso a viajantes más avezados como Ella Maillart. Una de las grandes aventureras, escritoras y viajeras del siglo XX.
Cuando Ella Maillart llegó a este rincón alpino superaba los 40 años de edad. Y ya había vivido más de lo que la inmensa mayoría de personas viviremos jamás. Había disfrutado y sufrido todo tipo de experiencias en Europa y Asia. Había escrito algunas de sus obras maestras como Oasis Prohibidos o El Camino Cruel. Así como había conocido a personajes de toda índole.
Y por supuesto era una persona con unas firmes convicciones existenciales. Era una mujer que sabía lo que quería en esta vida.
Ella Maillart y su relación con Chandolin

Fue el pintor Edmond Bille quién le habló de Chandolin. Y allí se fue en 1946. Los años anteriores, los de la Segunda Guerra Mundial, los había pasado en India. Allí había realizado uno de sus viajes más enriquecedores, el que hizo “por las tierras desconocidas de mi propia mente”, tal y como ella mismo lo describió.
Tras aquel “análisis en el propio ser físico, mental, emocional y espiritual” ya estaba preparada para tener un lugar donde anclar su existencia. Y ese lugar de amarre fue Chandolin, donde se construyó el chalet Atchala, cuyo nombre recuerda la colina sagrada Aruntachala en Mararishi.
Ahí, a más de 2.000 metros de altura decidió pasar los veranos “en la cima de una montaña enmarcada por alerces. Teniendo el vasto y variado horizonte como fuente de alegrías siempre renovadas”.
Guía y reportera en Asia

Desde ahí emprendió durante décadas sus expediciones a Asia, unas veces como guía y otras como reportera. Y siempre regresaba a esas montañas alpinas, donde falleció en 1997.
Sin duda, la vecina más ilustre de esta diminuta aldea y por ello sus vecinos, en colaboración con la Asociación Amigos de Ella Maillart le rinden homenaje con una exposición permanente en la antigua capilla de Sainte Barbe. El enclave ideal para descubrir a esta fascinante mujer, mediante sus fotos, artículos e incluso viendo entrevistas o las películas que ella misma filmó por remotos rincones del globo.
Ella Maillart nació en 1903 en Ginebra. Y lo hizo en el seno de una familia liberal y con inquietudes culturales y deportivas. De ambos aspectos se empapó desde cría Ella. Devoraba los libros, mientras se convertía en deportista de élite. De hecho representó a Suiza en las Olimpiadas de 1924 como parte del equipo de vela o participó en campeonatos mundiales de esquí. Así como fue una pionera del hockey en el país helvético.
Esa necesidad por el movimiento se transformó en pasión por navegar. Con apenas 20 años, la joven Kini, así la llamaban sus amistades, empieza a bogar entre las islas del Mediterráneo. El mar se convierte en medio natural hasta precisamente 1924. Ese año cambia el rumbo.
La llegada al periodismo de viaje de Ella Maillart

Viaja por diversas capitales europeas, y se gana la vida de las más variadas formas. Lo mismo hace de mecanógrafa que de comercial, puede ser modelo de escultura en París o actriz en Ginebra, doble de deportistas en Berlín o profesora en Gales. Y mientras tanto no para de conocer a gente interesante.
En esos encuentros se topa con estudiantes rusos en Alemania, los cuales le generan enormes ganas de viajar a la URSS. Al igual que entabla contacto con la viuda de Jack London, a la que le cuenta su proyecto. Y aquella mujer seguramente vio las ansías de aventura en los ojos de la joven, tal y como las había visto en los ojos de su marido, el célebre autor de La llamada de lo salvaje. De manera que le prestó un poco de dinero para que viajar a Moscú.
Ese fue el inicio de su vida como escritora y periodista de viajes. Ir a la Unión Soviética en 1930 fue crucial, porque su estancia no se redujo a conocer cómo era la vida comunista en la capital moscovita. Emprendió una travesía por el Cáucaso, el Mar Negro y Crimea, y de todo ello salió su primera publicación.
No tardaron en llegar encargos importantes. Sobre todo el de Le Parisien que le pidió un reportaje sobre Manchuria, en el Lejano Oriente. Allí que se fue, cumplió con el encargo pero decidió emprender una de sus grandes aventuras.
La gran aventura llamada China

Recorrer China de oeste a este, de una forma clandestina, sin permiso alguno y con mil peligros al atravesar el país, los territorios tibetanos, el Karakorum, Cachemira o el norte de la India. Una odisea que narró en Oasis Prohibidos, obra que vio la luz en 1936.
El libro nos muestra un mundo que ya no existe. O sí, ¿quién sabe?, ya que describe lugares y parajes indómitos. Para muches de elles, ahora en 2022 sigue sin ser nada habitual ver a un occidental, y menos aún una mujer.
Solo por esta obra ya merece la pena considerar a Ella Maillart una gigantesca viajera y una fabulosa escritora del género. Pese a que ella misma confesaba que “me aburre y no estoy dotada. Escribo sobre viajes porque me tengo que ganar la vida de alguna forma”.
Por fortuna ese aburrimiento y la necesidad de ganarse la vida provocó que siguiera relatando sus vivencias en lugares como Turquía, Irán, Nepal o Afganistán. Y todo ese mundo de alguna forma está presente en la exposición homenaje de Chandolin. Al fin y al cabo, tal y como dijo Chuang Tse, pensador chino de cabecera para Mallart: «Si abordamos las cosas desde sus diferencias, incluso el hígado y el bazo son órganos tan alejados como las ciudades de Ch’u y Yueh. Si las abordamos por sus semejanzas, el mundo es uno solo».