Julio Camba entró en el salón del Palace. El portero le saludó con la amabilidad rutinaria que se gasta en un hotel de lujo. Se sentó en la butaca de siempre, en el mismo rincón, hojeó el periódico pero al rato lo dejó a un lado. No se encontraba bien.
Desde su último viaje a Lisboa su salud había empeorado y cada día sufría más achaques. Subió a la habitación cansado, de lo leído en el periódico, del día, de Madrid, cansado de sí mismo, y se tumbó.
Encontraron su cadáver al día siguiente.
Tenía la maleta preparada junto a la cama, porque a ningún viajero le sorprende el viaje con la maleta por hacer. Ni siquiera en el último.
Habría sido un buen final, pero no sucedió así. No pongamos literatura donde no la hubo. Y menos en alguien que detestó escribirla.
Julio Camba no murió en la habitación 383 del Palace.
Murió solo, de una embolia, a los setenta y ocho años, en la clínica Covesa, el 28 de febrero de 1962. A su entierro fueron pocos. Los últimos años se había ganado fama de poco sociable.
Sí pasaron por la tumba dos mujeres, cada una por separado con un ramo, sin que nadie supiera qué relación habían tenido con él. Ellas fueron su último misterio.
Así sucedió en realidad la muerte de Julio Camba. No está mal para alguien que odiaba escribir.
A modo de biografía
A los doce años mandó al diablo a los que querían meterle en un seminario porque, dijo, sus ideas no le permitían ser cura, a los dieciséis se fugó en barco a Argentina, a los dieciocho le expulsaron de Buenos Aires por anarquista, a los veintitrés se buscó la vida como periodista, a los treinta y cuatro era el mejor pagado y el más leído, a los cincuenta y dos sus columnas ya no recordaban al libertario que había sido en El Rebelde, a los cincuenta y seis se había retirado.
Antes de morir vivía acomodado en el franquismo. Tal vez, al dormir soñaba con tiempos mejores en París.
Camba, el viajero sándwich
Este gallego que nació donde otro ilustre gallego, don Ramón del Valle Inclán, en Villanueva de Arosa, se dedicó a viajar y a escribir la mayor parte de su vida.
Fue de esos tipos brillantes, de mirada certera, buen humor y ocurrencia rápida. Rasgos que llevó al terreno del periodismo. Los lectores estaban encantados con sus crónicas.
Trabajó en los mejores periódicos de la época, en El Mundo y en El País (no los de hoy), en el Abc (el de Torcuato Luca de Tena), en El Sol, La Tribuna… Se lo rifaban.
Y trabajó mucho.
Se cuentan en unos tres mil los artículos que publicó firmados. Se convirtió, según sus propias palabras, en una “fábrica de artículos”.
Francisco Umbral, poeta y escritor español, dijo de Julio Camba que:
“era un sicólogo de las grandes urbes que se servía de la paradoja incesante para explicarnos el alma de los sitios que visitaba. Era tan esnob que no podía vivir en Madrid”.
Sí en lo de ser un psicólogo, sí en lo de servirse de paradojas, sí, también, en lo de ser un esnob; pero más sí en que lo único que ambicionó fue ser hombre sándwich.
Como siempre en la vida, lo deseado es más simple que lo logrado. Lo explicó en una columna escrita en Londres y publicada en La Tribuna, en 1913, en la que decía que “quisiera independizarme completamente de España, y para conseguirlo no tengo más que un recurso, convertirme en hombre sandwich.”
Definición de hombre sándwich: “El hombre sandwich no hace nada. Anda, callejea, curiosea, huele… No se diferencia del vago ordinario más que en que tiene un cartel”. Y así, tal cual, Julio Camba personalizó el flâneur de Baudelaire.
Su ideal de viajero.
¿Los viajes de Julio Camba?
Durante dos décadas, escribió y viajó. Lo hizo a Constantinopla, París, Londres, Milán, Roma, Nápoles, Florencia, Ginebra, Berlín y Nueva York.
Como corresponsal vivió el inicio de la I Guerra Mundial y vio los efectos del Crack del 29. Allá donde viajó encontró la paradoja, su recurso favorito.
Empezaba con cualquier pretexto, una anécdota, siempre él en primer plano, y de pronto, resulta que “en Suiza no hay suizos”, porque “el inglés es el verdadero habitante de Suiza”, o, una confesión, “si yo hubiera sabido el inglés, no hubiera venido a Londres”, porque “en cuanto se entiende el idioma de un país, ya toda la vida de este país se nos aparece clara, fácil, y estúpida. Ya no hay en él nada interesante.”
En nada se parecía Julio Camba al típico turista español que hace de las faltas orgullo. Su humor e ironía, subversiva en ocasiones, provocaron algún rifirrafe diplomático hasta el punto de ser invitado a irse de Francia, y luego de Berlín.
Y eso que en sus comparaciones, era España la que no acostumbraba a salir bien parada. Parecía uno de esos chistes: “Inglaterra, Francia, España… Inglaterra es un pueblo que come lo que necesita. Francia es un pueblo que come lo que necesita. España es un pueblo que no come lo que necesita. Inglaterra está ágil, Francia está gorda. España está en los huesos”, escribía en La Tribuna, en 1912.
El viaje, alejarse es acercarse, era tomar perspectiva para ver mejor España, “cuando yo creía estar observando con mayor atención a Inglaterra y a los ingleses, en realidad observaba más bien a España y a los españoles.”
Le dolió abandonar Francia. París fue su ciudad favorita, “París es como el opio, como la morfina, como la cocaína o el arroz a la valenciana” ¿Políticamente incorrecto o un tipo brillante?
En esa época, Azorín continuaba en los campos de Castilla, y hoy en día, el estilo de Julio Camba sigue lo suficientemente ágil como para aguantar el ritmo de video-clip de nuestro tiempo.
Por suerte no le faltó el humor, como cuando dijo que si no se había vuelto sabio en Alemania, su trabajo le había costado.
Más allá del romanticismo viajero, él prefería lo corriente a lo exótico y lo anecdótico a lo típico.
Fue testigo de una época que tenía como principales escenarios las ciudades, escribió del inicio del turismo de masas, de las mujeres, de la comida, de cómo comían en los diferentes países, “el inglés es un hombre que come por necesidad, mientras que el francés come por placer”, de las camas, de las modas, del clima, del metro, de los rascacielos… No desperdiciaba nada.
Salía del hotel dispuesto a encontrar de qué hablar ese día, se sentaba en un café, escribía la crónica y la enviaba, justo antes de la cena.
Así era como Julio Camba viajaba por el mundo, como el que sale a pasear. Para cuando volvió a Madrid, tenía tanto de aquí y de allí que ya no se encontró. Se le quedó el gesto melancólico del payaso que llega a casa después del trabajo.
A modo de despedida:
“Perdóneme que esta crónica haya salido algo extensa, pero la premura de tiempo para mandársela no me ha permito escribir algo más corto.”
No son todas, pero son algunas: Bibliografía selecta de Julio Camba
En realidad, sus crónicas viven, desde 2012, año del cincuenta aniversario de su muerte, un boom con nuevas ediciones y reediciones de editoriales independientes que apuestan por recuperar a Julio Camba del olvido en el que viven algunos genios infames, que en el caso español son los franquistas (como dijo Andrés Trapiello “los que ganaron la guerra perdieron la historia de la literatura”).
Sean bienvenidas, qué duda cabe que los manuales de literatura saldrán beneficiados. Y nosotros.
- Algunas de sus crónicas, de ellas dice Felipe Benítez Reyes en el prólogo de Sobre casi nada (Editorial Renacimiento) que en realidad son pompas de jabón, fueron, sencillamente, brillantes. Lean si no la antología que él mismo preparó, Mis páginas mejores (reeditada por Pepitas de calabaza), y escojan sus preferidas. La editorial Renacimiento ha reeditado también Sobre casi todo con prólogo de Juan Bonilla. Para los que no se deciden si playa o montaña en sus vacaciones, Playas, ciudades y montañas, reeditado por Editorial Reino de Cordelia.
- Para sus crónicas viajeras, la estupenda recopilación de Fórcola Ediciones, Crónicas de viaje, impresiones de un corresponsal español, que tiene al profesor Francisco Fuster detrás, o mejor, delante, que es el lugar de los prólogos. Por cierto, que este volumen, cuenta con doble prólogo, el de Francisco Fuster y el de Antonio Muñoz Molina.
- Sobre el estilo y la poética de Julio Camba, el divertido e imprescindible Maneras de ser periodista, de Ediciones del K.O, que viene con un póster para colgar en tu biblioteca.
- Para los que dudan de su sincero anarquismo, ¡Oh, justo, sutil y poderos veneno! (Pepitas de calabaza ed.), que con sus más de 500 páginas puede servir de arma arrojadiza contra tu cuñado.
- Para los que piensan que hay vida más allá del periodismo, Ediciones del Viento ha publicado las dos novelas de Julio Camba, El destierro y El matrimonio de Restrepo, en un mismo tomo, con prólogo de Ruiz Quintano.
Maravilloso… Todo un personaje este Camba.
Yo quiero ser como él cuando sea grande. ¿Todavía podré o ya estoy grande?
Simplemente fuera de serie…