La idea era seguir la Ruta de las Icnitas de las Tierras Altas de Soria, es decir, las huellas fosilizadas que dejaron los dinosaurios en esta zona hace unos 150 y 130 millones de años. Un periplo que nos llevó por localidades del norte de esta provincia española, como Villar del Río, Santa Cruz de Yanguas o Bretún, intercalando la contemplación de los yacimientos paleontológicos y las reproducciones de dinosaurios con la visita a los pueblos que nos encontramos por el camino.
A mediodía llegamos a Yanguas, casi en el límite de Soria con la provincia de La Rioja. Dejamos aparcada temporalmente nuestra búsqueda de dinosaurios y nos internamos en esta villa señorial, situada sobre una colina de la Sierra de Cameros y a orillas del río Cidacos. Su época de esplendor, entre los siglos XIII y XIX todavía se percibe en sus casas señoriales, su castillo o sus iglesias. Ahora la vida es otra bien distinta, pero me alegra ver a niños jugar por sus estrechas y empedradas calles, señal de esperanza en un territorio marcado por los pueblos deshabitados.
Ascendemos por la calle que nos lleva al centro de este pueblo serrano, declarado conjunto histórico-artístico. La piedra es la predominante en la arquitectura de las casas y en el entramado urbano, que imagino cubierto de nieve en el invierno. Accedemos por la Puerta del Río, uno de los pocos vestigios que quedan de la antigua muralla medieval que rodeaba la villa. Este arco austero nos revela la gran importancia comercial que mantuvo Yanguas durante mucho tiempo. Aquí los comerciantes debían pagar un impuesto, llamado portazgo, para poder entrar sus mercancías. Asimismo, el rey Alfonso XI concedió a los comerciantes yangüeses el privilegio de no pagar este tributo al entrar en otras ciudades de Castilla con sus productos, lo que favoreció la actividad mercantil, especialmente la arriería, que junto con la ganadería era su principal actividad económica.
Atravesamos la Plaza Mayor, en parte porticada, donde descansan algunos ancianos. Mientras observamos la iglesia de San Lorenzo y las Casas Consistoriales, notamos el peso de otras miradas. En los pueblos enseguida se nota que uno es forastero y la curiosidad de los locales es inevitable. Saludamos y retornamos a la estrechez de la calle hasta llegar a la explanada donde se encuentra el castillo. Alrededor hay más casas, algunas en plena construcción o rehabilitación, pero siguiendo el mismo estilo arquitectónico que las demás. Un grupo de chicos juegan a la pelota en el frontón. Lo bordeamos y nos acercamos a la entrada del castillo.
Un castillo con vistas
¡Vaya! La verja está cerrada. Echamos un vistazo y justo cuando nos disponemos a dar media vuelta, aparece una mujer menuda con un manojo de llaves. Es la vecina encargada de enseñar el castillo a los visitantes. Vive al lado y su nieto le acababa de avisar de que había un grupo de personas acercándose a la fortificación. Nos cuenta que data del siglo XIII y que fue construido al estilo árabe. Sus primeros señores eran descendientes de los reyes de Navarra y más tarde residieron en él los alcaides hasta el siglo XVII.
Miro a mi alrededor. Lo cierto es que su estado es bastante ruinoso. La mujer me dice que los franceses lo quemaron en la Guerra de la Independencia y quedó muy dañado. Aun así, quedan algunos vestigios de interés, y me señala la impronta de unos pequeños escudos heráldicos en el marco de uno de los huecos de la pared. También observamos tres columnas romanas en el centro. Cuando pensamos que esto es todo lo que se puede ver, la mujer nos pregunta si queremos subir a la torre. ¿Se puede? Al parecer, habían rehabilitado una de las cuatro torres. Ascendemos varios tramos de escaleras y disfrutamos de las vistas. Aunque los montes más cercanos están deforestados por la actividad ganadera que ha caracterizado a la villa, la vegetación protagoniza el contraste, especialmente la que acompaña al río. Desde aquí se domina todo el pueblo. También vemos la iglesia de Santa María y la torre románica de San Miguel, que recuerda a las del Vall de Boí en Lleida.
Barrio de la Villa Vieja y paseo junto al río
Pagamos a la mujer por habernos enseñado el castillo y nos dirigimos a la puerta norte de Yanguas, conocida como Puerta de la Villa. También fue seriamente dañada durante la Guerra de la Independencia y ha perdido su aspecto original. Aquí se reunían los ganaderos con los rebaños para iniciar la trashumancia hacia Extremadura, desde el invierno hasta la primavera. Y así fue hasta la desaparición del Concejo de la Mesta en el siglo XIX. Nos encontramos a dos vecinos del pueblo que nos advierten de que si queremos visitar la iglesia de Santa María debemos darnos prisa porque el encargado la cierra a las dos para irse a comer.
Apuramos el paso. Cuando nos quedan unos metros para llegar, vemos a un hombre bajito, con chaqueta verde a los hombros y gorro blanco, que cierra la verja. Su cara al vernos es de resignación. Le decimos que no pasa nada pero, sin mediar palabra, da media vuelta y vuelve a abrir las puertas. Nosotros le seguimos. No está enfadado, es un hombre de pocas palabras y posiblemente tenga hambre. Una vez dentro nos sorprende su alocución. Parece haberse aprendido de memoria la historia de la iglesia y sus tesoros. Su construcción se remonta al siglo XVI y preside el barrio de la Villa Vieja. En el siglo XVII se levantó la Capilla del Santo Cristo, que es la más espectacular, con su cúpula, angelario, coro y la talla del Crucificado. La iglesia también alberga un órgano y otros retablos de gran valor.
Terminamos la visita en la sacristía, agradeciendo al hombre su amabilidad, sin olvidar el pago de sus servicios, cinco euros en total. Salimos hacia la ribera del río, donde se encuentran los antiguos lavaderos y el puente de Santa María. Algunos le han adjudicado origen romano, pero lo más probable es que fuera medieval, como las murallas y las puertas de la villa. Disfrutamos de un agradable sendero junto al río Cidacos, hasta llegar otra vez a la entrada del pueblo. Comemos los bocadillos que hemos traído en el merendero y después regresamos al coche para seguir la Ruta de las Icnitas, sin olvidar nuestro paso por Yanguas, una villa señorial entre huellas de dinosaurios.
Un gran artículo que me ha recordado unos grandes momentos disfrutados por esas tierras.
¡Gracias, Mari! Una gran excursión en la mejor compañía. Momentos que no se olvidan.