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martes, diciembre 3, 2024
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Tierra Santa, de un viaje a un peregrinaje

“La meta de la búsqueda religiosa ha sido siempre una experiencia, no un mensaje”.
Karen Armstrong

Las reacciones inmediatas cuando hice saber a algunos conocidos que visitaría Israel, pasaron de la sorpresa a la incredulidad: “Es muy peligroso. Búscate un tour para que sea más seguro. ¿Y el idioma? Espera a que la situación mejore ¿Qué no ves las noticias?...”

Leí en algún lugar que en Israel, hay de tres a cuatro atentados por año. Me preocupó sobremanera, el último fue en Jerusalén en octubre de 2015. Eso hizo incrementar mi temor. No en vano, lo que se dice en los medios lleva una carga de verdad, pero también otra de mentira. Después comprendí que uno muere atropellado al salir del trabajo por un conductor ebrio o de una caída fortuita de las escaleras de casa o tras un resbalón en el baño. La muerte no espera porque sabe elegir el momento preciso. Así que me tranquilicé un poco. La siguiente pregunta, antes de sugerirme otros destinos de viaje fue: ¿Y por qué vas?

Fueron dos los propósitos, el primero sucedió en julio de 2003 cuando mi madre me hizo prometer que a su muerte, sus cenizas fueran esparcidas en el Río Jordán. «Te lo pido a ti, porque sé que tú, decía, eres el único que puede hacerlo«. Así comenzó la idea de este viaje poco ortodoxo, principalmente por no haber sido elegido por mí. Desafortunadamente en mayo de 2013 la hora crucial había llegado.

El segundo propósito fue efecto de la desgracia del primero, y como resultado, el regocijo por conocer otro país, cultura, sociedad, o simplemente la implicación de salir de un centro habitual de vida para internarse en otro, desconocido e incierto, aunque dicen algunos, peligroso.

Fue un viaje poco imaginado y con la zozobra de que llegaría antes de lo esperado.

Llegado el día de partida, casi tres años después de aquel 2013, como suele suceder ante lo aparentemente arreglado, siempre hace falta algo, un sello, un papel, un trámite. Tras correr de oficina en oficina burocrática dentro del aeropuerto de la Ciudad de México, buscando una autorización de Sanidad Internacional que avalara la veracidad de las cenizas humanas, crucé migración sin el citado sello, pues ya no era necesario tenerlo, según versión telefónica del oficial de salud del país.

Sólo unas preguntas más de las autoridades migratorias, mostré los certificados respectivos, más una urna funeraria hecha de sal. Las revisaron y la instrucción de lo que entendí era el jefe fue contundente hacia su subordinado: ¿Ya te mostró la documentación? ¡Esto son cenizas, ya que se vaya!

Suelo leer poco del lugar a donde voy antes de iniciar un viaje, aunque siempre es mi intención, no sirve de mucho porque sólo imagino realidades aparentes. Utilizo, como muchos, el Google Earth que ayuda a tratar de imaginarme a distancia el lugar de destino. Se puede hacer un recorrido virtual, pero nada más extraordinario que tomar el avión y acomodarse en el asiento lo mejor que se pueda para soportar las casi quince horas de vuelo efectivo y 28 el trayecto total.

El aterrizaje es en Tel Aviv, una ciudad cosmopolita y cultural en las costas del Mar Mediterráneo. Su nombre significa Colina de la primavera. Así es todo Israel, un país de colinas. La moneda nacional es el shéquel. El tipo de cambio de uno por 4.6 pesos mexicanos. A media cuadra del hotel, un comercio de comida rápida ofrece un faláfel, una croqueta de garbanzo o haba con pan de pita, el famoso pan árabe. La idea de estar en Israel termina por cuajar tras los letreros en hebreo, la necesidad de pedir algo en un restaurante o tienda, más la imposibilidad de darse a entender. El hebreo se lee de derecha a izquierda, o al menos eso creo, pero para abrirse las puertas basta decir shalom, palabra que significa paz, bevakashá que es por favor y todá, gracias. Fueron las únicas tres palabras que aprendí del hebreo.

Basílica de la Anunciación en la ciudad de Nazaret, al norte de Israel. |Fotografía: Jaime González
Basílica de la Anunciación en la ciudad de Nazaret, al norte de Israel. |Fotografía: Jaime González

Con las cenizas de mi madre a cuestas, dio comienzo el viaje y es Haifa la primera ciudad a descubrir, ciudad costera en donde el profeta Jonás se embarcó para ir a Tarsis (hoy España o Gran Bretaña) desobedeciendo a Dios, y por ello, fue tragado por una ballena que después lo expulsaría en tierra firme. Debió tener mucha suerte Jonás para volver a tierra y debió ser muy excitante vivir dentro de una ballena aunque parezca insostenible la historia, como podría ser la siguiente:

Cuentan, que una mamá judía ortodoxa le pregunta a su hijo lo que aprendió en la escuela ese día. El niño, sorprendido, apenas logra ocultar su nerviosismo, le cuenta:

Hoy me contaron la historia de un sindicalista llamado Moisés, que vivía en Egipto. Un día reunió un sinnúmero de simpatizantes para protestar contra el régimen autoritario por la explotación laboral de los trabajadores. 

Los ponían a trabajar de sol a sol construyendo grandes pirámides. Moisés, por mucho tiempo, trató de negociar la reivindicación de los derechos de los trabajadores sin éxito, hasta que después de varios eventos meteorológicos de gran magnitud, el Patrón, que era tan supersticioso, pensó que tratar así de mal a Moisés le había provocado todas aquellas desgracias climatológicas. Así que un día lo deja ir con todos sus agremiados.

Moisés, como gran dirigente que era, los guía para buscar otro lugar en dónde vivir. Sin embargo, el Patrón se arrepiente de haberlos dejado ir pues cayó en la cuenta que había perdido gran parte de su fuerza laboral, que le resultaba de bajo costo y muy productiva. Así que decide perseguirlos casi alcanzándolos en el Mar Rojo. 

Al darse cuenta Moisés que el Patrón ya los perseguían, decide con la ayuda de todas las secciones sindicales, construir un puente largo por encima del mar que llegaba hasta el otro lado del continente y que los ayudaría a cruzar. 

Cuando el Patrón le había dado alcance Moisés y sus agremiados ya estaban cruzando el puente. Una vez que cruzaron los seguidores de Moisés deciden dinamitarlo. Para esto, sus represores habrían recorrido hasta la mitad del puente, así que, al hacerlo sus perseguidores se ahogaron. 

La madre se quedó impávida ante tal historia y con un tono de enojo, le cuestiona: ¿eso te enseñaron en la escuela hijo? Mañana iré a hablar con la profesora. – ¡Pero mamá!, el niño increpa. Es que si te digo lo que la maestra nos enseñó de verdad sobre ésta historia, no me lo vas a creer. 

Hoy en día existen investigaciones serias de lo que la Biblia cuenta de esta y otras historias más, tratando de darle sentido a ese devenir, pero esto no deja de ir escoltado por un sentimiento de fe que convence a unos y hace dudar a otros. De ahí que el trabajo espiritual y religioso debe ser un ejercicio personal.

Pero volviendo a lo sucedido en Haifa, también se dice que Pedro el apóstol realizó su primera resucitación. La ciudad fue una fortaleza y sus calles son un intrincado laberinto de callejones. Dicen que Haifa es un lugar de trabajo, Jerusalén de oración y Tel Aviv de diversión.

De la ciudad portuaria de Haifa al Mar Muerto hay una distancia de 70 kilómetros, que si se recorre, se habrá atravesado el estado de Israel. Dice un dicho que “si se viene de este a oeste, distraído, termina uno cayendo en el Mediterráneo”. Israel es un país de 22 mil kilómetros cuadrados, casi la misma superficie que el Estado de México.

Muy cerca de Haifa, se ubica otra ciudad costera, Cesarea Marítima, dos ciudades que mandó construir Herodes el Grande para contribuir a la grandeza de Roma. Fueron de los primeros puertos en donde se realizaban actividades de comercio exterior. Cerca, se ubica el Monte Carmelo, lugar en donde el profeta Elías afirma que Jehová es el Dios verdadero. Hoy en día se pude contemplar la gruta en donde según la tradición judeocristiana vivió el profeta Elías. Siglos después, un grupo de personas fundó la Orden de los Carmelitas dada su devoción a la Virgen del Carmen. Se dice que todavía existen monjas de clausura, aquellas quienes dedican su vida a la oración sin salir del convento carmelita.

Justo en las cercanías del Monte Carmelo, la Biblia sentencia que tendrá lugar la batalla del Armagedón. Y es increíble como una historia religiosa sugiere que podrá terminar en otra sangrienta lucha de proporciones apocalípticas.

En tanto eso sucede, al recorrer Haifa, me llama la atención algo que me resultó muy peculiar. Todas las puertas de las casas tienen adherido un pequeño receptáculo de forma rectangular de unos diez centímetros de largo de nombre mezuzá, que contiene un texto bíblico de la Torá o Antiguo Testamento. Me percaté después, que efectivamente todas las puertas de los hoteles en que me hospedé tenían esta característica. Cada judío, al llegar a casa, lo besa y eso significa estar en constante conexión con Dios. Es un signo claro del judaísmo como lo es la celebración del Shabat del que relataré más adelante.

Después de la Segunda Guerra Mundial, se dice que las personas vestidas de negro, llamados Cuervos, con sombreros peculiares y grandes patillas, tras padecer las atrocidades del Holocausto, conservaron sus tradiciones, al grado de que el estado de Israel los subvenciona hasta hoy con recursos económicos. En aquel entonces eran unos cientos, después miles, incluso hoy día, se estima sobrepasan ya el millón de personas.

Parece que no en muchos años esto se convertirá en un serio problema social, pues las subvenciones crecerán, ya que cada judío ortodoxo, fiel a su doctrina, tiene hijos sin control de natalidad, mismos que acceden a la pensión del Estado. La parte liberal de la población judía empieza a ver con malos ojos esta realidad, pues incluso ya hay judíos ortodoxos ocupando puestos importantes del gobierno israelí. Para algunos, no está nada bien que la religión esté metida en la política, al grado de que en Israel no hay matrimonios civiles, todos son religiosos. Si alguien se casa en el extranjero no tiene validez en Israel, así que tendrá que volver a casarse y solamente por la tradición conservadora u ortodoxa.

Vi desfilar por las calles, sobre todo en Jerusalén, familias enteras hasta con diez hijos con no menos de uno o dos años de diferencia entre ellos. Los más grandes, de 12 a 15 años, ya se encargan de los más pequeños de uno o dos años. El promedio de hijos por familia judía ortodoxa es de 5 a 7.

La tradición judía ortodoxa es estrictamente patriarcal.

El padre de familia sólo se dedica a estudiar la Torá, en tanto que las madres necesitan trabajar, pues el subsidio estatal no es suficiente. Y mientras que la mayoría de los esposos se dedica casi todo el día a leer la Biblia hebrea y el Talmud, que es la explicación del Antiguo Testamento, la madre se concentra al cien por ciento, con la ayuda de sus hijos más grandes, al cuidado de la familia.

¿A dónde vamos? Fotografía: Jaime González
¿A dónde vamos? Fotografía: Jaime González

Lejos de la tradición judía y sus costumbres, Israel ha sido, como se afirma, un país beligerante desde hace más de dos mil años en busca de la Tierra Prometida. No en balde Jesucristo sentenció antes de morir, que en Jerusalén no quedará piedra sobre piedra. Y se crea o no ésta profecía, Jerusalén ha sido reconstruida como veinte veces. Y no sé si por designio o consecuencia, pero para protegerse de las invasiones en los tiempos bíblicos, construyeron Masada, una gran fortaleza a las orillas del Mar Muerto que le sirve de segundo plano. Masada fue erigida sobre una gran peña de piedra caliza a 450 metros de altura con una cima de 10 hectáreas por Herodes el Grande. Fue el último reducto de la defensa judía contra el imperio romano.

La fortaleza contaba con un sistema de baños, sinagogas, torres de vigilancia, almacenes con paredes de un metro y medio de grueso para conservar en buen estado los alimentos, y hasta el monumental palacio de Herodes, en el que tenía una sola puerta para un mejor control del acceso al Rey.

Desde las faldas de Masada, la fortaleza parece inexpugnable, pues las laderas son tan empinadas que simplemente era muy difícil de escalar, y aún con eso, quien se atreviera, tendría que soportar el ataque enemigo desde lo alto. Sin embargo, Masada, aunque no cayó por rendición, si lo hizo por suicidio. El ejército romano construyó un gran puente de tierra y piedra por el lado menos intrincado que a la postre le permitió llegar a la cima, pero los Zelotas (hebreos extremistas) prefirieron suicidarse para no pasar a la historia como un ejército derrotado. Actualmente se asciende a la cima por un teleférico y si se desea hacerlo a pie, hay un sendero destinado para eso sin el temor a ser atacado.

Hoy en día cada media hora circundan el cielo, entre las desérticas montañas de Jordania y el Mar Muerto, los aviones F-115 con la misión de custodiar la frontera de Israel. Los graduados del ejército israelita acuden todos los años a jurar fidelidad a su país y bandera a este lugar bajo el lema: “No más Masada”.

Después de la escalada a dicha fortaleza, el Mar Muerto se dibuja en el paisaje desolado y amarillento de las colinas interminables.

No sólo su agua hiper salada tiene la fama de ser sanadora, sino que la tierra llena de minerales sirve de mascarilla corporal para embadurnarse y posteriormente darse un buen chapuzón en el salado mar. Y con una mínima gota de agua que salpique el ojo, basta para no soportar el ardor. Si llegáramos a tomar un trago accidentalmente, el grado de deshidratación sería tal que se corre serio peligro de muerte, pues es ocho veces más salado de lo normal. Es prácticamente imposible hundirse ahí, pues la salinidad es tan espesa que uno flota aunque se niegue. Así que es una idea perfecta nadar de muertito como si fuera una gran cama de agua.

Después del chapuzón, la piel toma otra textura. Y no sé si se limpiaron las impurezas, pero sí experimenté un grato momento de relajación. Esa noche fue la primera que dormí excelentemente bien, ya que la diferencia de horario me traía desorbitado.

En pleno siglo XXI, hay quienes no entienden eso de que el Mar Muerto está a 400 metros bajo el nivel medio del mar. Una pareja de hondureños se negaban ir porque pensaban que habría que sumergirse a nado 400 metros para llegar al lugar. Su argumento era: “no, nosotros no vamos a la visita. No sabemos nadar…”

«De regreso al hotel en Tel Aviv, decidí dar un recorrido por la ciudad para cenar. Hay muchos bares y lugares de comida internacional. Los precios son exorbitantes».

Una cerveza cuesta de cuatro a 26 sequeles y las cenas típicas se elevan hasta 52. Después de volver al hotel para descansar, por la mañana, inició el traslado hacia la región de Galilea, al norte de Israel. Cuentan que de Haifa a Galilea principió Jesús su misión evangelizadora. Y a partir de aquel momento el viaje se asoció inevitablemente, al devenir del pueblo de Israel, la vida del Mesías y los textos bíblicos.

En Galilea, el recorrido dio un giro con destino insospechado. Resultó ser un parteaguas entre lo espiritual y el hecho mismo de viajar. Se convirtió sin quererlo, en un peregrinaje. Desde niño, la idea que tenía de Israel, o mejor dicho de Tierra Santa, no era más que, entre otras cosas, lo que mostraba en una película titulada El Mártir del Calvario más las sesiones del catecismo debajo de un pirul en el cerro cercano desde donde se vislumbraba, a veces transparente, la Ciudad de México. En ese lugar aprendí para olvidar pronto, los Diez Mandamientos y la esencia del cristianismo, pues nunca fui un católico ferviente. Más bien fui cumpliendo con los preceptos típicos que exigía mi herencia religioso-cristiana: bautismo, primera comunión y confirmación, hasta hoy.

Al arribar al Mar de Galilea, que en realidad es un lago a 200 metros por debajo del nivel del mar (aquí tampoco hay que sumergirse los mismos metros para llegar) no evité, por primera vez, hacer una especie de vínculo entre lo aprendido en la doctrina y la realidad.
El Mar de Galilea o de Tiberíades, nombrado también así para honrar al emperador romano Tiberio, es de agua dulce y surte de este líquido a Israel. En este sitio, Jesús conoció a Pedro, a quien le entregó como es sabido, las llaves de su iglesia.

En el Mar de Galilea sucedieron otros tres hechos significativos para el cristianismo: la pesca milagrosa, la calma de la tempestad y la caminata de Jesús sobre el mar. Al verme ahí, me embarqué para dar un recorrido en el que con solemnidad izan las banderas de los países de donde son originarios los turistas que visitan el lugar. Después por el sonido del barco se escuchó éste cántico:

Señor, me has mirado a los ojos, sonriendo has dicho mi nombre, en la arena he dejado mi barca, junto a ti buscaré otro mar.”

Y el grado de susceptibilidad para ese momento del viaje, me hizo recordar con nostalgia la iglesia local, en la que treinta cinco años atrás, lo entonaba con mucho mayor fervor religioso antes de recibir la primera comunión. Pero hubo otros que me recordaron la devoción de mi madre por la vida de Jesús, y en general, lo que significó para su fe este lugar del mundo. Su recuerdo, cristalizó mis ojos que la paz del lugar calmó gracias a un viento tímido. Pensaba en lo relatado en los Evangelios y no podía imaginar una tempestad en aguas tan apacibles como son las del Mar de Galilea.

Los tripulantes de la embarcación lanzan una red emulando la pesca milagrosa, que no pasa de ser más un acto de entretenimiento que devoto. En la primera lanzada piden al turista sacar la red del mar. Al no pescar nada, uno piensa que viene la pesca milagrosa en la segunda lanzada, pero sólo simulan sacar un pez de madera. La risa es general y el recorrido termina con un baile grupal en la embarcación con cánticos en hebreo.

De regreso al hotel, Galilea se me reveló como un árbol adornado con muchas luces brillantes sobre un sinfín de lomas escarpadas que se reflejaban en el lago.
El hotel me ofreció una cena en un restaurante cercano. La recepcionista me dio 50 shéqueles, llamó un taxi y me entregó una nota escrita en hebreo para que se la diera al taxista. Lo único que entendí fue el número 21 con el que empezaba la nota.

La recepcionista me asegura que lo que dice ahí es: “Llévelo al restaurante El Rancho, pase por él a las 21 horas y traerlo de regreso al hotel”. Confiado, se lo mostré al taxista que sin leer el papel, me dio su tarjeta de presentación insinuando que cuando terminara de cenar, le marcara por teléfono para que regresara por mí. Le insistí con cara de impaciencia, agitando en sus narices el papelito en cuestión que lo leyera. No sé cómo el tipo, que ni hablaba inglés y con lo limitado del mío, supuso que le llamaría para solicitar el taxi en hebreo. Tal vez pensaba que al estar en esta tierra, por revelación, aprendería el idioma para solicitarlo. Ante mi insistencia, leyó el papel y regresó por mí un taxista diferente a las nueve de la noche. Por un momento imploré que el papel no dijera:

Ejecútelo a las 21 horas en punto…

Al día siguiente tocaba visitar el Jordán, río que nace en el Monte Hermón, desemboca en el Mar de Galilea y sigue su rumbo hasta el Mar Muerto. Es el río que divide a Israel de Jordania. La imagen que tenía en mente antes de conocerlo era hollywoodesca, un río de agua corriente, laderas cristalinas y pureza ilimitada, pero por el contrario, es un río muy apacible de agua ligeramente verdosa y hasta cierto grado estancada que empieza a circular hasta en tanto no activan la presa que contiene el Mar de Galilea. Con mi madre en mano y su cautiverio de casi mil días en la urna funeraria, por fin llega la hora de su liberación.

La susceptibilidad de la que fui víctima vibró la piel. En un instante, desaparecieron las personas y frente a mí, el Río Jordán se dibujaba como un mini paraíso en el que se escuchaba el trino de un solo pájaro. El cielo era de un azul intenso, un viento pacífico y la temperatura era agradablemente templada. Las pocas nubes pinceladas, adornaban el cielo como un remanso paradisiaco detrás de varios pinos-limón en hilera. Recordé los ojos de mamá cuando me hacía saber que su mayor deseo era conocer, los lugares en dónde caminó Jesús, al que agradece infinitamente haberle obsequiado la primera de las virtudes teologales: la fe. Eso le ponía la piel chinita tanto como a mí en aquel momento.

Tierra Santa, del viaje a la peregrinación. |Fotografía: Jaime González
Tierra Santa, del viaje a la peregrinación. |Fotografía: Jaime González

Una parte de su deseo, se había vuelto realidad el 18 de febrero de 2016.
La nostalgia se convirtió en un momento mágico. Tras un silencio comencé la lectura del mensaje de despedida que escribí la noche anterior, pues temía no encuerdar una sola palabra cuando llegara el momento. El Jordán, como ella le decía, comenzó a circular de norte a sur en una leve corriente. Las palabras llegaban con dificultad, asaltadas por un terco nudo gargantil, a pesar de que presumía gran fortaleza para cumplir su última voluntad. Con mucho esfuerzo leí la despedida final. He aquí las palabras:


Madre:
Después de 2 años, 7 meses y 18 días, aquí me tienes, en las orillas del Río Jordán con un vendaval de recuerdos de ti, de tu vida, de todo lo que fuiste, de lo que has sido estos casi mil días hecha cenizas para toda tu familia.

Ahora, entre mis manos, te entrego a las de Dios, justo en el lugar en dónde lo pediste. Los cuatro días antes de hoy, te he llevado conmigo recordando a cada rato, tus risas, tu compañía, tu enfermedad, tus últimos días, y en especial, aquel en el que nos despedimos para siempre.

En ésta urna de sal, además de mis manos, hay 22 más que me están ayudando a cargarla. Yo solo no podría. Son las manos de toda la familia, que seguramente quisieran estar aquí. Y aunque físicamente no es así, lo están en espíritu.

Dije una vez, que en tanto no estuvieras aquí, tu muerte era un punto y seguido, pues faltaba cumplir esa última voluntad. Hoy, ese punto y seguido, es ya un punto final.

Gracias por tu larga vida…


Así, con la dificultad que da establecer contacto con el espíritu de mamá en el Jordán, sus cenizas, o mejor dicho, lo que quedaba de ella, comenzó su recorrido eterno. El agua verdosa se tiñó de un gris oscuro en esa pequeña orilla reservada para el acto.

Espiritualmente, terminó una etapa de mi vida y comenzó un sosiego, al menos temporal, antes de sumergirme en el Yardenit, en donde recibí un nuevo bautismo emulando el de Jesús en el Río Jordán. El sitio exacto, dicen, está en el mismo río pero más cercano a Jericó, en la región de Judea.

Ajeno a tal desavenencia, lo que me sucedió en aquel lugar, fue una extraña sensación, pues al sumergir mi cuerpo con la ayuda de un sacerdote en las aguas del Río Jordán, pareció que transcurrió largo tiempo, porque la sensación de ahogo fue tal que al emerger, aspiré con desesperación una bocanada de aire que sorprendió, en tanto, el sacerdote sentencia: “Hoy, volviste a nacer. Por cierto, ¿Sabes que tu nombre en hebreo significa “vida”?…”

Y más que una promesa cumplida o la cristalización de un sueño, la visita al Río Jordán significó un reencuentro conmigo mismo. Tal vez, como dijo el sacerdote, volví a nacer. Y aunque no estuviera convencido de tal renacimiento, motivado por la suspicacia emocional del instante, debo aceptar que algo de mí cambió. Ignoro a ciencia cierta qué, pero después de esa experiencia, algo se agita en mi interior.

El Sermón de la Montaña, una de las más famosas prédicas de Jesucristo citadas en la Biblia.
El Sermón de la Montaña, una de las más famosas prédicas de Jesucristo citadas en la Biblia.

En la región de Galilea se ubica también el Monte de las Bienaventuranzas. Como todos los lugares santos, siempre existe la polémica de si tal lugar es en realidad donde sucedió tal acontecimiento. En éste sitio es en donde se dice, ocurrió el llamado Sermón de la Montaña. Y del tema seguro hay libros completos que lo explican, pero en general, se asegura que las bienaventuranzas son ocho, y van desde la pobreza del espíritu, hasta actos extremos de amor como es poner la otra mejilla ante un golpe, cosa que en estos tiempos y aquellos, muy poca gente creo lo haría.

Si caemos en la cuenta que Tierra Santa es un lugar de muchas colinas y montes, los discursos de Jesús eran casi siempre en lo alto de alguna, porque además de un tema de acústica se creía estar más cerca de Dios. Así el Tabor fue el lugar de la transfiguración, Los Olivos o Getsemaní, de la oración y aprehensión, Tabgha, lugar del milagro de los panes y los peces, e incluso el Gólgota, el de su crucifixión o el Monte de las Tentaciones.

No es la excepción el Monte de las Bienaventuranzas. Jesús, les hablaba a los pobres en un idioma diferente con el que se dirigía a sus discípulos. Les hablaba en parábolas que cobran mayor sentido cuando se conoce este lugar. La parábola que cuenta ser más fácil que un camello entre en el ojo de una aguja, que un rico al reino de los cielos, hace suponer una aguja para zurcir ropa. La aguja referida era un mirilla de más de un metro de largo por unos diez centímetros de ancho que figuraba en las murallas de Jerusalén. Sin embargo, lo que más pasaba por ahí era una lanza en la que el tirador se preciara de gran tino. Y la parábola no sugiere que, contrario al rico, un camello sí podría pasar por tal aguja, sino que la idea de asociar a un rico con la banalidad, vanidad y superficialidad de la vida, significaba una carencia de fe y por tanto la imposibilidad de entrar al Reino de los Cielos, derecho casi reservado a los pobres.

La Iglesia de las Bienaventuranzas es octogonal. Cada lado tiene los principios de las ocho que se conocen comúnmente. La cúpula vista desde afuera es tosca, sin decoración, pero por dentro es dorada y se experimenta un gran silencio. “Lo importante es lo que existe dentro, lo que brilla contra la simpleza” aseguraba quien me lo contaba.

Al salir, la vista del Mar de Galilea es espectacular. Lo silencioso del lugar es buen pretexto para apaciguarse un breve momento. Algunos peregrinos se sientan en piedras o en el piso para orar. Aseguran que hacerlo, es mirar hacia uno mismo para comprobar la existencia de Dios. Dicen que estar ahí es como darle sentido al sufrimiento, para dar paso a la paz interior en ese largo peregrinaje que es la vida.

El sol se refleja en el Mar de Galilea, deslumbra un poco y los peregrinos confiados en su fe, afirman que Dios dirige su vida porque sacia de esperanza el corazón.
Del Monte de las Bienaventuranzas me trasladé a Tabgha, en donde se afirma tuvo lugar el milagro de la multiplicación de cinco panes y dos peces que sirvieron para alimentar a una muchedumbre de cinco mil personas. Dentro de la iglesia está una piedra de color negruzco y una vela que consume el fuego eterno sobresale bajo el altar que la cubre. Se dice que es el punto en dónde sucedió el milagro gracias a estudios arqueológicos. Entonces la fe y ciencia son colocadas en un mismo plano para un propósito de relatividad común.

La iglesia tiene dos nombres, uno en griego y otro en hebreo: Heptapegón y Tabgha respectivamente. Ambos quieren decir Siete Fuentes, que eran las fuentes de agua salada que entraban en el Mar de Galilea, paradójicamente en un lago de agua dulce.

Como muchos altares y construcciones, esta iglesia también fue destruida y reconstruida varias veces. Así, del año 28 al 350 fue una iglesia judeo-cristiana. Del 350 al 500 bizantina. En el 614 la destruyeron los persas, finalmente, en 1982 la iglesia fue restaurada basada en la arquitectura bizantina.

En Tierra Santa como toda iglesia cristiana tiene un significado. Tabgha cuenta con el Deaconicón, lugar de preparación de la eucaristía. La sacristía, lugar de cambio de ropas de los sacerdotes. El ábside, el centro. El Púlpito, donde se predica la palabra de Dios. El Atrio principal y el Nártex, éste último, atrio destinado a los penitentes y los no bautizados.

En la época bizantina le encargaron a un artista egipcio hacer unos mosaicos con flora y fauna del Nilo, así como simbolismos cristianos. El artista hace una descripción de la multiplicación con cuatro panes y dos peces. Decía que el quinto pan era Jesús. De un lado se logra ver un pavor real que para el cristianismo significa vida eterna. En otra parte se simboliza con una garza y una serpiente la lucha entre el bien y el mal. La garza en sus garras siempre vence a la serpiente.

La siguiente estación es el Monte Tabor que significa Ombligo, lugar donde ocurre la transfiguración de Jesús en la que muestra su divinidad a tres discípulos: Pedro, Juan y Santiago. Los evangelistas y protestantes dicen que dicha transfiguración sucedió en el Monte Hermón que se ubica en la frontera de Líbano, Israel y Siria.

En la transfiguración, junto a Jesús, se aparece el profeta Elías y Moisés, el rostro de Jesús era más brillante y sus ropas más blancas. Las oraciones dentro de la iglesia son de una altura divina que simulan la voz de Dios: «Este es mi hijo amado, a él oírlo. No tengan miedo. No cuenten a nadie hasta que el hijo del hombre resucite de entre los muertos«.

Como en todo Israel, aquí también hubo reconstrucción y destrucción de iglesias y templos. En este caso, la actual se construyó sobre otras dos. Saliendo de la iglesia, desde la cima, se logra vislumbrar dos de los tres valles más hermosos de Israel.

El verdor del paisaje sirve de alfombra hasta toparse con las colinas grises. Estas a su vez, revientan en el horizonte, en donde el cielo y las nubes que simulan un gran aliento divino, dejan libre en medio del valle un gran círculo azul por donde los rayos del sol se filtran y se descomponen para formar un gran arco iris que se entierra, de un lado, en las faldas de las colinas y en otro, en el centro del valle. Y es como la naturaleza regala al visitante este milagro multicolor.

El Monte Tabor fue un paso más que representó una oportunidad para cambiar las expectativas de lo que entendía como religiosidad, o al menos para intentar definirla de manera más clara, porque antes de descender, y a modo de despedida, dieron las doce del día y comenzaron a repicar las campanas de todas las catedrales e iglesias de los alrededores. Las colinas hacían un eco celestial de un sonar armónico que me dejó una sensación de tranquilidad transitoria el resto del día.

De camino a Jerusalén, sobre la carretera, se vislumbra Jericó en Territorio Palestino, de la que se dice es la ciudad más antigua del mundo con más de nueve mil años de existencia, custodiada por el Monte de las Tentaciones. Previo al arribo a Jerusalén, hice dos paradas: Cafarnaúm y Nazaret.

Cafarnaúm fue un floreciente puerto pesquero en la ruta hacia Damasco, Siria. Hoy son ruinas que se conservan como eran en tiempos de Jesucristo. Entre otras cosas, hay restos de una sinagoga del Siglo III D.C. y un grafiti de la época en arameo y griego que dice: «Jesucristo nuestro señor, auxílianos»

En Cafarnaúm también se encuentra la casa de Pedro. En aquel tiempo, era una ciudad de tan solo 250 habitantes y se le nombró “La ciudad de Jesús”, pues pasaba gran parte del tiempo ahí. Fue la ciudad en donde se realizaron gran parte de los 37 o 39 milagros de Jesús, entre ellos la curación de la madre de Pedro, el paralítico, el muchacho endemoniado y la hija de un centurión.

La Casa de Pedro en Cafarnaúm. |Fotografía: Misterios con Xana
La Cinagoga en Cafarnaúm. |Fotografía: Misterios con Xana

Investigaciones arqueológicas han demostrado que Jesús se hospedaba de manera constante en casa de Pedro, pues la distancia entre Nazaret y Cafarnaúm no permitía ir y venir todos los días. Sus detractores apelarían al don de la ubicuidad, pero todo tiene una razón de ser y que a la luz de muchos resultan estas y otras cosas, más que inexplicables. Muy cerca de aquí, Jesús le dijo a Pedro y Andrés que serían pescadores de hombres. Y es en casa de Pedro en donde junto con sus discípulos comenzaron a orar, de esta forma había iniciado el ministerio de Jesús que hasta nuestros días permanece.

La casa de Pedro es de piedra volcánica y hoy en día se la conoce como la Domus Ecclesia, quizás, la primera iglesia cristiana. Con la fe que asiste a los fieles, y algo de esfuerzo, tratar de imaginar a los discípulos orando, o a Jesús sentado en alguna de las habitaciones interiores, son cosas que de verdad hacen vibrar las fibras humanas más profundas. Parecería que las piedras liberan, en un eco milenario, las plegarias que continúan su voz divina como queriendo decir algo, hablándole claramente al alma del visitante que se atreve a mostrarla.

De Cafarnaúm, hacia el sur, la siguiente ciudad de este peregrinaje es Nazaret, lugar en el que se afirma un ángel le anunció a María la Virgen, que sería madre a sus 16 años y en donde transcurrió la infancia de Jesús. Desde la colina más alta se puede contemplar la ciudad en su particular esplendor. Se proyecta como una postal provinciana de largos cielos azules y sol brillante.

Aquí, comenzó todo”, decía un sacerdote con asegurada convicción, pues María decide aceptar ser la madre de Jesús y por lo que ahora existen en el mundo más de mil 200 millones de fieles católicos, casi el 18% de la población mundial. Debajo de la Basílica de la Anunciación, con una cúpula que simula un cáliz inverso, hubo otras bizantinas y más. Sin embargo, el sitio en donde se dice que María recibe la visita del ángel, está protegido con una reja que muestra la Cruz de Jerusalén: una cruz griega rodeada por otras cuatro de la misma forma, pero de menor tamaño, situadas en cada uno de los cuadrantes delimitados por sus brazos. Fue usada en la época de las cruzadas y desde entonces permanece.

Un altar en primer plano se erige dentro de la gruta con la frase: “Verbum caro hic factum est”, “Y el verbo se hizo carne”. Una frase, que sin ser creyente, es poderosa, pues es cuando la palabra, simplemente, se somatiza en cuerpo y alma. La celebración de la eucaristía en el idioma local entona cánticos que llegan gustosamente hasta los sentidos en una armonía que invita a exaltar el alma y corazón. Y si se es muy devoto, resultan ser una invitación a la contemplación. Los cánticos llegan a todos sus rincones y rebotan también en mis oídos y hasta parece que el mundo se paraliza por un instante para dar paso al sosiego y paz.

Las ruinas de la casa de María significan para el viajante, una conexión directa no sólo con el lugar, sino con su fe, es, un tropiezo individual en donde su andar espiritual significa, inevitablemente, un celestial cobijo.

Por la tarde ocurrió el traslado a la última ciudad a visitar. Para esta etapa del viaje, ya había tenido una descarga monumental de emociones, desde el depósito de las cenizas de mi madre en el Jordán, mi bautizo, las bienaventuranzas, la transfiguración, Cafarnaúm hasta el Mar de Galilea, Nazaret y Tabgha. Todavía no era consciente lo que habría que experimentar los siguientes dos días en el corazón de las tres religiones monoteístas, en la Ciudad de Paz, significado de Jerusalén.

Ein Karen, donde nació Juan el Bautista|Fotografía: www.jerusalemshots.com
Ein Karen, donde nació Juan el Bautista|Fotografía: www.jerusalemshots.com

Pero antes, quedaría por conocer Ein Karen, donde nació Juan el Bautista, el Museo de Israel en donde se resguardan los Rollos del Mar Muerto, el Museo y Memorial del Holocausto y Belén. En Jerusalén conocería la ciudad antigua, el Muro de las Lamentaciones, la Vía Dolorosa para llegar al Gólgota, el Monte Sión en donde está la tumba del Rey David, el lugar de la Última Cena, la Abadía de la Dormición, desde donde la Virgen María ascendió al cielo. El Monte de los Olivos, el Getsemaní, la Basílica de la Agonía y finalmente el lugar más sagrado para los más de mil 200 millones de personas: el Santo Sepulcro.

Así que solté las amarras de mi cuerpo para dar una vuelta de reconocimiento lo que restaba de la tarde-noche de ese día, hora de llegada a Jerusalén. No pude recorrer más que la calle de Jafa, que desde el hotel termina justo en las murallas de la ciudad vieja.

Jafa, es un gran calle ancha por donde transita la poca vida nocturna de la ciudad. En medio circula un tren eléctrico. Aquí se encuentran las tiendas, bares al aire libre y lugares de esparcimiento. Los Cuervos, como se les dice aquí a los judíos ortodoxos, vuelan por todos lados. Hubo uno de barba pintada levemente de blanco y patillas al vuelo, con guitarra y bocina portátil, entonaba, lo que supuse era una alabanza que armonizaba una esquina, y así, se granjeaba unos cuantos shéqueles más a su pensión estatal.

Cayó la noche y las luces ámbar del alumbrado público realzan el color de las construcciones de piedra caliza. La caminata nocturna, me llevó hasta el hotel Rey David, uno de los más famosos y emblemáticos de la ciudad. En el piso, se pueden ver las firmas de muchos líderes mundiales, artistas y demás celebridades que se han hospedado ahí.

La vida nocturna es relativamente tranquila. Otro grupo de judíos liberales desentonaban la canción “Hotel California” en un ambiente cordial. En realidad, creo que se divertían más de lo que lograban ganar por tal espectáculo aunque el público era numeroso.

El siguiente día comenzó con la visita al Museo de Israel ubicado en la Colina de la Tranquilidad. Está construido en donde estaba el Palacio de Herodes. En él están resguardados los Rollos del Mar Muerto encontrados en 1947 por un grupo de beduinos esenios. Los Rollos fueron escritos sobre piel de cabra. En ellos están escritos los textos bíblicos más antiguos que se han encontrado hasta hoy con una existencia de dos mil años.

Se dice que los esenios se fueron al desierto para hacer una vida religiosa abandonando hijos y familia, motivados por la hipocresía y corrupción que imperaba entre los rabinos judíos. Incluso hay versiones que Jesús era esenio, porque criticaba lo mismo que ellos. Los esenios cosechaban dátiles y antes de orar se sumergían dos veces por día en un baño ritual con agua de lluvia que almacenaban para purificarse.

Los Rollos fueron descubiertos en unas vasijas de barro. Están exhibidos bajo una cúpula blanca, a prueba de bombas, que simula a las vasijas en las que fueron encontrados. En el museo se pueden contemplar algunas partes de ellos y parece increíble que hayan sobrevivido tantos años en unas simples vasijas, incluso, se conserva el libro completo del profeta Isaías.

También se exhibe una gran maqueta de la Jerusalén en tiempos de Jesús. Yo calcularía que es de unos 25 metros de largo por 10 de ancho aproximadamente. Es un trabajo muy detallado ya que está hecha de piedra caliza como actualmente deben ser todas las construcciones que se hagan en Jerusalén. Se puede ver desde un balcón en todo su esplendor simulando la vista que se tendría desde el Monte de los Olivos.

El muro de los lamentos |Fotografía: www.prensacristiana.com
El muro de los lamentos |Fotografía: www.prensacristiana.com

Se muestran las murallas, que en su tamaño original serían de casi medio kilómetro. Lo único que quedó de esa gran muralla fue lo que es hoy el Muro de los Lamentos. La piedra más pesada que se colocó encima es de 570 toneladas. El emperador romano Tito destruyó la ciudad en el año 70 D.C. pocos años después de que Jesús ya había predicho que de Jerusalén no quedaría piedra sobre piedra.

El lugar más importante en aquel entonces era El Sancta Santorum. Ahí, el Sumo Sacerdote era la única persona que podía entrar sólo una vez en el año. Llevaba un pectoral con 12 piedras preciosas que representaban las doce tribus de Israel. Al entrar al templo se ataba una cadena en el pie y llevaba una campana, porque si veía a Dios, la hacía sonar para que lo sacaran. Si alguien ajeno al Sumo Sacerdote entraba al Sancta Santorum el castigo era la pena de muerte.

Sólo entraba el Día del Perdón, que es el día después del fin año judío cuyo motivo principal es limpiar los pecados durante la siguiente semana.

Las murallas de Jerusalén tenían 7 puertas más una. La más importante es La puerta Dorada o de la Misericordia. De acuerdo a la creencia judía, por ahí llegará el Mesías. Alrededor de la puerta hay un cementerio judío, porque dicen que cuando llegue el Mesías ellos serán los primeros en resucitar. Los musulmanes, aunque no creen en la tradición judía, y por si las dudas, también tienen uno cerca de la puerta para ser ellos los primeros. Los cristianos no son la excepción debido a que también para ellos tiene otro significado, pues no sólo por la Puerta de la Misericordia fue por donde Jesús entró a Jerusalén el Domingo de Ramos, sino que también por ahí se espera la segunda venida de Jesucristo.

Otro lugar marcado por su trascendencia y divinidad fue la Piscina Probática o de Bethesda. Se dice que en este lugar bajaban los ángeles todos los días para agitar el agua y los enfermos se sumergían para curarse. Estando Jesús ahí, había un paralítico que no podía llegar hasta la piscina y lo curó, haciéndole cargar su camilla en día sábado, ofendiendo así la tradición judía del Shabat. De ese acto, fue fuertemente criticado al ser uno de los argumentos de sus detractores en el juicio que lo llevó a la crucifixión.

Hoy en día todavía se sigue practicando este baño ritual por todo judío ortodoxo, pero lo hace en una piscina en la que se sumergen desnudos. En el caso de las mujeres lo hacen antes de casarse o después de la menstruación. Si no se sumergen, no pueden tener relaciones sexuales con sus esposos. En el caso de los ultraortodoxos, ni siquiera le puede servir de comer.

Los hoteles en Israel son de dos camas individuales y es porque, si la mujer está en su periodo de menstruación, se considera impura y por tanto no puede dormir junto con su marido. Incluso, los esposos no pueden ir a ver al hospital, cuando acaban de dar a luz hijas o esposas porque aseguran que están impuras.

Después de salir del Museo de Israel, la siguiente parada fue Ein Karen, lugar de nacimiento de Juan Bautista. La gruta en donde nació se conserva hasta nuestros días y es un lugar muy reverenciado por los fieles, porque a él se le concedió la gracia de anunciar la llegada del Mesías.

De Ein Karen volví a otro museo, al del Holocausto. Y lo que se puede ver ahí deja el alma hecha trizas. Todo cobra un sentido menos espiritual pero más intenso emocionalmente hablando. En el museo no se pueden tomar fotografías pero hay desde banderas nazis, vídeos, fotos, periódicos, crónicas, objetos, entre otras cosas que se refieren a esta infame historia que fue el Holocausto judío. Lo que más me sorprendió fueron dos cosas.

La primera, que después de escuchar algunos testimonios de sobrevivientes y recorrer casi todas las salas, llegué a una en donde se exhiben algunos objetos como cucharas, platos, sillas, pero al toparme con los uniformes de prisionero que usaron los judíos en los Campos de Concentración, la sensación de escalofrío fue tremenda. Ya imaginar que esos uniformes los usó alguien que está muerto era demasiado. Sentí como si quisieran decirme algo y uno piensa mucho en la miseria humana; en hasta dónde podemos llegar los seres humanos con tal de lograr nuestros oscuros propósitos.

La segunda, fue que al salir del museo han plantado varios árboles que sirven de homenaje a todas las personas que de algún modo lograron salvarles la vida a los judíos, incluso a costa de la suya, como fue la polaca Irena Sendler a quien se conoce como “El Ángel del Gueto de Varsovia”. Fue una enfermera que ayudó y salvó la vida de más de dos mil 500 niños sacándolos del gueto en sacos, cajas de herramientas, bolsas de papas, cestos de basura o cualquier otra cosa que sirviera para esconderlos. Cuando la descubren, los nazis la torturaron brutalmente para que delatara a todos sus colaboradores. Le dieron la pena de muerte, pero antes de la ejecución se la llevó un oficial alemán para hacerle un interrogatorio más. Al llegar al lugar, le dice: “corra”. Al día siguiente, su nombre estaba entre la lista de los ejecutados. Habían sobornado al oficial nazi para que la dejara escapar. Ella siguió trabajando con identidad falsa hasta que terminó la guerra.

El Ángel del Gueto de Varsovia, murió en 2008 a los 98 años de edad, ella decía: “La razón por la cual rescaté a esos niños tiene su origen en mi hogar, en mi infancia. Fui educada en la creencia de que una persona necesitada debe ser ayudada de corazón, sin mirar su religión o su nacionalidad”.

Irena Sendler |Fotografía: www.sprawiedliwi.org
Irena Sendler |Fotografía: www.sprawiedliwi.org

De estas historias del Holocausto hay millones. Pero, después de escuchar esta, el árbol da una leve sombra y cobra otro sentido al conocer la razón de haberlo plantado, porque más que en él, pienso en Irena Sendler como un auténtico mensaje de esperanza que convence a los afligidos.

El museo tiene un gran archivo de tres o cuatro pisos tal vez, en los que van recopilando los testimonios que del Holocausto siguen surgiendo. Los testimonios son sometidos a pruebas de autenticidad, si el caso se considera real, se archiva. Y es lamentable que todavía haya tanto espacio por llenar en ese gran edificio que es un archivo mismo. Ojalá que no sean muchas historias más, y no por que no se quieran contar, prefiero pensar que no existen ya.

Del horror de la muerte al milagro de la vida fue el camino del Museo del Holocausto a Belén, lugar de nacimiento de Jesús.

Para ir a Belén hay que salir de Israel e internarse en Palestina. La gruta del Pesebre es el santuario cristiano más antiguo del mundo. Y es curioso que sólo el 2% de los palestinos sea cristiano. La ciudad esta un tanto descuidada. Hay una población total de 45 mil habitantes de habla árabe. Su economía se basa en el turismo en un 70%. Belén, del hebreo al español, significa Casa del Pan y del árabe al español Casa de la Carne. Nunca se podrá leer un letrero con la palabra Belén, porque al estar en territorio palestino, se traduce como Bethlehem. Tanto para musulmanes y cristianos la veneran por haber sido la Ciudad del Rey David, quien nació ahí también. Llegué casi a las 2.30 de la tarde y estaban por cerrar la Basílica de la Natividad en la que conviven tres iglesias: ortodoxos griegos, ortodoxos armenios y católicos, tres monasterios, tres campanarios.

Para poder entrar a la gruta me dicen que normalmente hay que esperar de tres a cuatro horas para estar dentro tal vez un minuto o incluso segundos, por el gran número de visitantes. Para entrar al santuario construido sobre la gruta del Pesebre se hace por una puerta que se le denomina La puerta de la Humildad que mide 125 centímetros de alto.

Esta altura era para evitar la entrada de los caballos. Así que para entrar hay que inclinarse, lo que representa una forma de respeto al santuario. Sin embargo, el lugar es una combinación de construcciones armenias y cruzadas. Hay un colorido número de lámparas y candelabros que la adornan.

Al entrar al santuario ya habría una gran fila de turistas que estaban dejando el lugar, porque estaba por comenzar una celebración en la gruta, sin embargo, sin esperarlo, sólo nos quedamos cuatro personas en la gruta por más de 5 minutos. Pudimos admirar su interior. No es nada ostentosa, hasta podría decir que está descuidada. Esta suerte, de quedarnos solos en la gruta tan pocas personas, refiere el guía de turistas, ha sido de muy pocos al grado de sorprenderse él mismo.

El lugar físico en donde nació Jesús está marcado por una estrella de plata con catorce puntas que representan las catorce estaciones del Vía Crucis y las catorce generaciones desde Abraham a David, de David al exilio en Babilonia y de Babilonia a Jesús. Normalmente no dejan tocar nada, pero esa vez hasta el guardia de seguridad estaba ausente. Así que al llegar a la gruta a uno se le revela el sitio: un pequeño altar con un gran número de lámparas colgantes que lo custodian.

A un lado, el Pesebre en donde llegaron a adorarlo los tres Reyes Magos, implicó un retorno nostálgico de los primeros años de mi infancia, en los que la llegada de los Reyes Magos, tenía un significado mágico, felicidad desbordada y nerviosismo excitante por ver a un lado del zapato el juguete deseado sin siquiera saber que tal acción simulaba el oro, incienso y la mirra. Solo me pregunto, ¿para qué querría un niño tener en su poder estos tres elementos? Al menos, yo sigo sin conocer la mirra. Pero ese retro-viaje al pasado, se conjuntó con el instante de estar en la gruta como una iconografía permanente de una parte de la historia de mi vida en un recorrido cargado de emociones reveladas.

Contiguo a la Basílica de la Natividad está la de San Jerónimo, quien tradujo la biblia del arameo. En esta iglesia se transmite la Misa de Gallo en la navidad a todo el mundo. Para la festividad del nacimiento de Jesús, los ortodoxos lo celebran el 6 de enero, los armenios el 18 de enero y católicos el 24 de diciembre. Estas fechas cambian debido a que unos usan el calendario juliano y otros el gregoriano.

De regreso a Israel casi para cruzar la frontera para salir de Palestina, un grupo de palestinos se agredían a pedradas para terminar a balazos con la policía fronteriza israelí emulando la misma imagen que se ve en televisión: encapuchados contra soldados. La policía ordena desviar el tráfico y la exaltación es tal que el susto me hizo recordar aquellas advertencias de la peligrosidad de viajar a esta parte del mundo. Así que de inmediato cambiamos de calle para llegar por otro lado hacia la frontera. Al salir, a mis acompañantes de tour, respetables catalanes, los soldados israelitas les regalaron una imagen santa y a mi me pidieron el pasaporte. Nunca entendí el acto. Tal vez los mexicanos tenemos más fama de malhechores que lo que nosotros mismos imaginamos.
Regresé a Jerusalén por la tarde. Era viernes y estaba a punto de comenzar lo que los judíos llaman el Shabat, fiesta que recuerda su relación con Dios para honrarlo desde el viernes por la tarde hasta el sábado antes la aparición de la primera estrella.

En el Shabat se alaba a Dios con magnas oraciones. La bendición del pan y el vino es fundamental para que haya alegría. La importancia del Shabat es tal que, si muere un familiar en primer grado, el sufrido debe orar siete días seguidos en señal de duelo. En ese lapso de tiempo, no se cambia las ropas, no se baña, no se rasura y una semana está sentado en el piso orando.

Si por ejemplo su familiar muere el miércoles, el jueves y parte del viernes se dedica a orar hasta a antes del Shabat. Llegando éste, tendrá que ponerse alegre, reunirse con la familia, orar, para volver en la tarde-noche del sábado a su duelo. El Shabat es un acto del que todo judío no puede dejar de practicarlo pase lo que pase.

Pero también hay otras cosas que durante el Shabat no se pueden hacer: no se prenden luces, no se usan elevadores, no se trabaja, no se hace absolutamente nada. Al grado que, en Israel, los refrigeradores tienen una traba para desactivar la luz mientras dura el Shabat. Solo se puede caminar pero no se puede andar en vehículo, no hay transporte público, no hay tiendas, mercados, ni restaurantes abiertos.

Y de las cosas más increíbles que no se deben hacer durante el Shabat son: no unir dos hilos, no borrar o escribir dos o más letras, transportar un objeto de áreas públicas a áreas privadas y viceversa, o cargarlo, hilar lana, despellejar un animal, etc. Esto se deriva de los trabajos que había que hacer para construir los tabernáculos o tiendas en donde vivían los judíos hace dos mil años.

La calle se vuelve fantasma. Hay muy pocos vehículos. Todo judío se dedica a visitar a sus familiares o se reúnen en las sinagogas, o incluso, rentan salones en hoteles, ya que tampoco pueden viajar. La central de autobuses permanece sin alma alguna que llegue o salga de la ciudad. Cuando me advirtieron que vería cosas raras en el Shabat no lo creí, así que pensé que algunos establecimientos estarían abiertos para comprar mi cena, pero la gran decepción fue tal que me quedé sin cenar ese día. Sin advertirlo, ascendí ese día por otro elevador que no estaba marcado como Shabat elevator, por el cual debemos utilizar los no judíos. La mirada del niño que me vio subir fue de gran sorpresa, tenía frente a él a un blasfemo.

Pese a ello, los únicos sobrevivientes en las calles somos los turistas, quienes afanosamente buscamos sin fortuna algún establecimiento abierto que no sea de dueños judíos. Dentro de todo, el Shabat permite la unión y sana convivencia familiar, pues pasan un día completo festejando y orando al Creador.

Lo poco que se puede permitir es leer, bailar, cantar y lo mejor de todo, ese día es el mejor para rememorar la creación del mundo haciendo el amor. El Shabat termina a las 6 o 7 de la tarde-noche del sábado, pero ya desde temprano tocaba hacer el recorrido por Jerusalén a través de la Vía Dolorosa o Via Crucis. Y este recorrido fue un corolario de todo lo vivido en los días anteriores, fue como un resumen geográfico-existencial con una intensidad que solo es soportable gracias a la fe, al alma y al espíritu que uno debe cargar para aquel momento del viaje.

Se habla de guerra cuando se habla de Jerusalén, en realidad, es una ciudad pacífica que hace honor a su significado: Lugar de Paz.

Jerusalén se considera un lugar santo y no solo porque materialmente es por dónde Jesús caminó, sino que es un lugar en donde la iglesia venera el misterio de la vida de Cristo, por ello, se considera un sitio santificado principalmente por la oración y fe de los creyentes.

Como se sabe, el Via Crusis es el camino que Jesucristo recorrió de la condena a la sepultura. Son catorce estaciones en total. Aunque actualmente la ruta trazada no es la original, debido a las construcciones que se erigieron a los largo de dos mil años. Para hacer el Via Crucis original, habría que atravesar construcciones, muros y casas. Así que no todas las estaciones son el lugar real en donde se dice que Jesús estuvo.

El interior de la Basílica del Santo Sepulcro. |Fotografía: www.forosdelavirgen.org
El interior de la Basílica del Santo Sepulcro. |Fotografía: www.forosdelavirgen.org

El trazado actual de la Vía Dolorosa o Camino del dolor serpentea por los sinuosos callejones de la Ciudad Vieja. Principia en el convento del Ecce Homo, que significa éste es el hombre y son las palabras que Poncio Pilato pronunció para presentar a Jesús ante los judíos, para terminar en la Basílica del Santo Sepulcro donde, según la Biblia, resucitó.

Agruparía en tres las catorce estaciones, aunque no hace mucho, el Papa Juan Pablo II las cambió a quince con orden distinto, agregando unas y quitando otras. Estas nuevas quince estaciones se basan absolutamente en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, la primera que es la condenación, la cambió por la aprehensión en el Huerto de Getsemaní en el Monte de los Olivos y la quinceava que adiciona es la ascensión al cielo. Sin embargo, en Jerusalén se sigue la tradición de las catorce estaciones originales.

El primer grupo de estaciones, abarca de la primera a la quinta: la flagelación, condenación, primera caída, el encuentro con su madre y cuando Simón de Cirene le ayuda a cargar la cruz.

Es de resaltar que en la capilla de la flagelación se logran ver en el piso de hace dos mil años surcos tallados que simulan juegos de la época. Por la Vía Dolorosa hay muy pocos lugares en que se conservan los pisos originales. Se distinguen muy rápido porque en algunos de ellos se trazaron canales sobre el piso para que los caballos no patinaran.
El segundo grupo va de la sexta estación a la novena y son el encuentro con Verónica, la segunda caída, el encuentro con las mujeres piadosas hasta la tercera caída.

De este grupo de estaciones, el encuentro con Verónica me pareció el más glorioso, porque al limpiarle la sangre con un pañuelo, la imagen del rostro de Jesús se queda impregnada. Verónica se regocija y tal vez por eso cobre sentido su nombre, pues en griego significa: “Imagen Verdadera”. En el lugar, hay una frase en latín inscrita sobre una piedra que dice: Pia Veronica Faciem Christi Linteo Deterci que significa algo parecido a: “Piadosa Verónica, aquí en el lienzo, el rostro de Cristo…”

El tercer grupo que va de la décima a la catorceava estación sucedieron en la Basílica de la Resurrección, desde que es despojado de sus ropas, clavado y muerto en la cruz, hasta que es bajado y sepultado.

Del Via Crucis, podría decir que dos estaciones son las que, en una combinación de nerviosismo y miedo a lo desconocido, me causaron un peso enorme en mi cuerpo del que no podría describir con palabras, más que cerrando los ojos, imaginarlo para quizás volverlo a sentir. Esos dos lugares fueron el de la crucifixión y el Santo Sepulcro.

Respecto al primero, la fila es inmensa para darse unos segundos debajo del altar, hacer una oración o simplemente tocar o admirar. Los turistas se arremolinan y cuando tocó mi turno, tenía frente a mí el pequeño altar en el que se dice fue el Gólgota, el lugar en donde colocaron la cruz. El Gólgota era el sitio en dónde los romanos crucificaban a los condenados y cuyo significado es “Lugar de la calavera”. Se dice que en búsquedas arqueológicas, detrás del altar, se encontró una cueva con lo que se pudo comprobar que ahí fue el sitio de la crucifixión. Dicen que uno cree lo que quiere creer, pero en la roca encontrada, con muy poca imaginación es casi evidente la forma de una calavera la que se deja ver.

En el agujero en donde se colocó la cruz, pude meter la mano sin sentir el fondo del mismo creyendo que era normal. Al preguntar por pura curiosidad a algunos compañeros de viaje si habían tocado el fondo, me dijeron que si. Al ver sus brazos y compararlos con los míos, calculé estaría a unos 40 centímetros. Yo metí la mano unos cinco centímetros más arriba de mi codo. Simplemente fue inexplicable. Algunos refieren que poner la mano en donde fue la crucifixión es haber hecho una conexión con el cielo tocando la tierra. Yo no supe que hacer, pues mis treinta segundos que correspondían a mi turno se habían consumado. Después de la crucifixión la cruz se partió en tantos pedazos que mucha gente y museos del mundo aseguran tener uno o al menos una astilla. Y se dice que son tantos que se podría construir con todos ellos muchas cruces más.

El segundo momento y quizás el que más me provocó una sensación mezcla de impaciencia, nervios, ansiedad y sopor indescriptibles, fue el acceso al Santo Sepulcro. Como si de repente se juntaran todas las emociones que somos capaces de sentir, se agruparan en un gran recipiente y se le agitara con intensidad.

La iglesia actual del Santo Sepulcro data del año 335 y fue construida por Constantino, el emperador romano. Me cuentan los altares que se construyeron antes quisieron ser borrados por el emperador romano Adriano para construir un templo para el Dios Júpiter sin conseguirlo. La iglesia actual pasó todos los avatares que pretendieron destruirla bizantinos, cruzados y hasta un loco persa que la quemó, y sin embargo, sigue en pie.

Tuve la suerte de no tener que esperar mucho. Este sitio es el más sagrado del cristianismo en todo el mundo. Geográficamente estar aquí me hizo sentir afortunado.

Los griegos y armenios ortodoxos comparten la custodia del lugar junto con los católicos. Incluso existe una Orden del Santo Sepulcro que data del año 1098, cuyo fin es proteger este lugar sagrado de los infieles. Antes fue custodiado por los franciscanos y desde que los expulsaron los otomanos, han luchado por recuperarlo, pero parece que ya se ve muy complicado porque optaron por levantar un convento muy cerca.

En Semana Santa los armenios, sirios, coptos (egipcios cristianos), griegos y católicos, se dan con todo con tal de ser los encargados de encender la primera vela que da inicio a las celebraciones correspondientes.

Esperé poco menos de media hora para entrar. El Santo Sepulcro tiene una antecámara en la que se exhibe una piedra que data de hace dos mil años y es el preámbulo a la cámara principal, el lugar mismo en donde posaron el cuerpo mancillado de Jesús, después de su baño ritual para purificarlo y haberle colocado las mortajas blancas, con las cuales, según la tradición judía, dejaban al cuerpo listo para su resurrección que ocurriría para cuando viniera el mesías, pues para los israelítas de hoy, Jesús, solo fue un judío más.

Con cierto nerviosismo traté de asomarme por encima de algunas cabezas al interior, que está sólo alumbrado un pequeños candelabros de una tenue luz ámbar. Se escuchan las oraciones individuales en un murmullo generalizado. Me tocó ver a personas que desde la antecámara se entristecían sus miradas, como tratando de resumir en unos segundos sus propias vidas y tal vez la distancia recorrida para llegar al lugar.

Gente de todas las nacionalidades acude aquí con el alma desnuda o hecha pedazos para acaso, según su fe, reordenar las piezas del rompecabezas que solía ser su vida hasta antes del momento. Poco antes de entrar, la fila tras de mí daba vuelta al Santo Sepulcro y se perdía desde el acceso.

Dentro de la cámara mortuoria no se puede tomar fotos ni vídeo, a pesar de eso lo intenté. Puse en grabación mi celular para intentar captar algo del interior clandestinamente. Así, llegó mi turno, la puerta es pequeña y uno se tiene que agachar para poder entrar. Dentro, se me reveló una plancha de piedra y un clima agradablemente tibio. Fue como un alejamiento breve del mundo exterior. Con la mano que tenía libre, dudé en tocarla, cuando lo hice, sentí una conexión energética que recorrió mi antebrazo. Comenzó a hormiguear como cuando uno se da un golpe leve en un nervio del codo que hace dormir el brazo.

Me hinqué al igual que las otras tres personas que entraron conmigo, posé mi frente en la plancha de piedra. Quise decir una oración, pero no se me ocurrió absolutamente nada, mi voz se entrecortó, tenía un nudo en la garganta, mi mente se puso en blanco, enmudecí y no pude hacer otra cosa que guardar silencio, cerrar los ojos y permanecer así durante cuarenta segundos.

Al salir, con una sensación de desconcierto y mansedumbre, compré un manojo de 33 velas, que significan los años que vivió Jesús. Eran muy delgadas y las encendí todas juntas con el fuego eterno que está fuera del Santo Sepulcro. Al encender todas las apagué de inmediato. Dicen que ese ritual significa llevarse consigo al lugar de origen, la luz del Creador. Las pequeñas velas se pueden volver a encender cuando alguien pase una gran pena, cuando se pide orar por la salud de alguien, y entre otras cosas, simplemente para recordar la experiencia más extraordinaria que mil 200 millones de personas quisieran tener, y de la cual, me considero una persona afortunada por haber estado ahí.

Cuando vi mi celular para revisar lo que había alcanzado a grabar, tenía un mensaje que decía que la batería estaba casi agotada y que la memoria estaba llena. Lo apagué y encendí de nueva cuenta, pues media hora antes lo había recargado en su totalidad y había trasladado mis fotos a mi ordenador, cuando enciende, contaba con 90% de batería disponible y un par de gigabytes libres de memoria. Sólo se lograron grabar tres segundos de oscuridad justo al entrar al Santo Sepulcro.

Al salir de las murallas de Jerusalén, me dirigí al Monte de los Olivos, particularmente al Huerto de Getsemaní. En todo el Huerto sólo subsisten ocho olivos del tiempo de Jesús. También se levanta la Basílica de la Agonía o de las Naciones en la que se conserva un fragmento de roca en la que, según la tradición, Jesús oró la noche de su aprehensión inmediatamente después de haber sido entregado por Judas Iscariote y de celebrar la Última Cena.

El huerto está cercado debido a que se volvió incontrolable la depredación de los olivos por parte de los turistas. No los culpo, pues la necesidad de hacerse de algún objeto de culto que signifique mantener una conexión con lo que se considera sagrado, se vuelve una acción inevitable para su fe.

Me dicen que no es muy común, pero cada cuatro o cinco años podan los olivos del Huerto, y es cuando las ramas cortadas las amontonan fuera de la cerca, precisamente para que los fieles puedan tomarlas de olivo a gusto y placer. Justo un día anterior a mi vista los habían podado y fue como me hice, sin costo, de mi propio recuerdo del Huerto de Getsemaní. Al subir en el Monte de los Olivos se puede contemplar la vista más espléndida de Jerusalén, custodiada por sus murallas y el cielo algodonado que le hace de lienzo. Resalta sobre la ciudad vieja la mezquita Al-Aqsa que quiere decir mezquita más lejana. Dice la tradición musulmana que el profeta Mahoma subió al cielo desde éste lugar en el año 621. La cúpula conocida como la Cúpula de la Roca domina Jerusalén como un gran botón dorado de piedra. Se dice que fue construida sobre el Templo de Salomón y es la mezquita más grande de Jerusalén porque puede albergar a cinco mil personas dentro y alrededor de ella.

En su interior, se conserva la piedra en donde según los musulmanes, Abraham se dispuso a sacrificar a Ismael y los cristianos y judíos a Isaac. Esa es una de las razones por las cuales conviven en este lugar las tres religiones; aunque a veces los musulmanes les lancen piedras desde la mezquita a los judíos mientras oran en el Muro de las Lamentaciones; aunque un loco palestino se inmole en nombre de Alá y mate a inocentes; aunque los judíos consideren a medio mundo blasfemo por no cumplir con las reglas del Shabat, con todo eso y más, Jerusalén se da tiempo para convivir en paz la mayoría del tiempo en tanto no llegue el Mesías por primera o segunda vez o Alá no elimine a todos los infieles de un plumazo.

Casi por llegar al final del viaje, me trasladé al lugar en el que se realizó la Última Cena o Cenáculo. Cuando llego ahí, pienso en la única imagen que la mayoría de los católicos le viene a la mente, el cuadro de Da Vinci en el que se ve una mesa larga en un gran salón con los Apóstoles sentados y hasta con ventanales al fondo. En realidad, la tradición judía era estar hincados en el piso y haciendo una especie de herradura en torno a Jesús, de quien se dice estaba en un extremo. Aquí sucede el tradicional Lavatorio de Pies; nació la institución de la eucaristía y es en donde se constituyó la organización denominada Custodia de Tierra Santa, encargada del cuidado de 49 lugares considerados bíblicos. Jesús les deja a sus Apóstoles en herencia su famoso último nuevo mandamiento ámense los unos a los otros, como yo los he amado como un intento desesperado por apostar que el amor es lo único que puede salvar a las personas de sí mismos.

La Cena Pascual une dos religiones. Los judíos celebran su liberación de Egipto y los cristianos el día de la resurrección de Jesús. Ambas suceden después de la primera luna llena, aunque para los cristianos es el primer domingo después de ésta. De ahí que a veces es en marzo y otras en abril.

Todos los viernes se recorre el Via Dolorosa hasta el Calvario en una de las tradiciones que se ha conservado por siglos, en la que gente de muchos países renta una cruz y acude a este lugar para compartir con sus allegados o grupo de visitantes, la gloria de hacerse de su propio Via Crusis en una de las experiencias más espirituales de lo que su fe les representa.

En el Monte Sión está la Abadía de la Dormición de la Virgen María. |Fotografía: www.forodelavirgen.org
En el Monte Sión está la Abadía de la Dormición de la Virgen María. |Fotografía: www.forodelavirgen.org

Muy cerca del Calvario, se ubica el Monte Sión en donde está la Abadía de la Dormición de la Virgen María. Y más que la resurrección, este pasaje me pareció el acto más sublime de todo el viaje. Para el cristianismo aquí ocurrió la muerte de la Virgen María. Sin embargo, unos evangelios apócrifos cuentan que en realidad la Virgen María no murió, sino que, al quedarse dormida, subió al cielo, por ello la diferencia entre Asunción y Ascensión. La Asunción de María significa que fue llevada en cuerpo y alma al cielo por el poder de Dios, a diferencia de la Ascensión de Jesús que lo hizo por su propio poder.

El tipo de muerte de la Virgen María es lo más extraordinario que le podría pasar a cualquiera, porque una como la de Jesús, implicaría salir al encuentro con todas esas humillaciones, insultos y vejaciones que se cuentan en nombre del perdón y del amor. Hasta ahora no conozco a nadie que esté dispuesto a ello, quizás por eso el fervor religioso de millones de personas siga vigente. Todos queremos paz, anhelamos que no haya guerras, hambre, violencia, desgracias humanas, y nuestras plegarias se alzan con esa voz recurrente, pero nadie estamos dispuesto a cargar la corona de espinas. Es así, que la historia de Jesús, se crea o no, es una historia que sólo se puede comprender, si alejados de nuestros prejuicios, estamos puestos a dejarnos llevar por la grata experiencia que significó peregrinar por aquella parte del mundo y dejarse llevar sin freno por todos esos lugares.

El último sitio por conocer antes de terminar el recorrido fue el Muro de las Lamentaciones. Me tocó justo en la mañana del sábado, en el que todavía estaba vigente el Shabat y no se permite tomar fotografías en ningún lugar que los judíos consideran sagrado. Por tanto, mi idea icónica de hacerme la foto con el kipá (especie de gorro que usan los judíos hombres) y oración escrita en papel en el momento de insertarla en alguna ranura del muro, sólo fue un acto que quedó grabado en mi memoria del que no habrá evidencia gráfica por ahora, porque dicen que el que visita Jerusalén hace hasta lo imposible por volver.

En el lugar, hombres y mujeres deben ir separados. Los hombres, sin excepción, debemos entrar con el kipá sobre la cabeza; es el recordatorio judío que del kipá para abajo existe el ser humano y del kipá para arriba está Dios como una idea de sumisión.
Así, con la oración escrita en un pequeño papel albanene e inserta en una ranura del Muro, terminó mi peregrinación. Al salir por la puerta de Jafa, dejé atrás las murallas de Jerusalén, y con ello, este gran viaje que ha sido hasta hoy, el más intenso emocionalmente considerado, porque me permitió no solo mirar mi soledad, sino que detonó una necesidad de un redescubrimiento personal.

Tratando de hacer una recapitulación del viaje, lo resumiría así: lo que me tocó el corazón fue el lugar de la crucifixión en primera instancia, pero la visita al Santo Sepulcro fue vibrante y conmovedora. Quizás la parte más romántica fue la nostalgia que me provocó el Huerto de Getsemaní y la paz al navegar en el Mar de Galilea. Lo más sublime sin duda fue la Dormición de la Virgen María y por supuesto, lo más intenso, el depositar las cenizas de mamá en el Río Jordán, motivo principal del viaje.

Hubo tres vistas panorámicas increíbles que no dejan de revolotear en la mente, la del Mar Muerto desde Masada, la del Valle del Jordán desde el Monte Tabor e indiscutiblemente la de Jerusalén desde el Monte de los Olivos.

La gran zozobra fue mi visita al Muro de las Lamentaciones, pues además de no traer un recuerdo gráfico del lugar, que si vale recalcar, me lo venía imaginando desde que iba en pleno vuelo con destino a Tel Aviv, me pareció lamentable el grado de machismo que a nombre de la religión todavía se respira en este país.

Acaso las historias que aprendí o que leí en algunos libros sobre Israel, no sean del todo ciertas; o tal vez sean una ficción esperanzadora que trata de darle sentido a la vida de millones de personas.

Es posible que a fuerza de tratar de justificar por todos los medios, alcanzables o inverosímiles la existencia de Dios, uno se sienta atraído por interés propio o circunstancial por el lugar, y que ello signifique un alivio, al menos temporal, a la infelicidad de muchas personas que pretenden darle un significado a su vida.
No podría negar que lo vivido aquí, representó una especie de búsqueda interna sin proponérmelo, mayormente cargada al lado espiritual, que trata de hacer mis días más apacibles, pues el fervor religioso que concurre en este lugar, es caldo de cultivo que contagia al visitante para instalarse en el alma.

Esta conexión íntima dejó al descubierto una energía desbordante e inexplicable que a lo largo del relato no sé si con éxito he querido transmitir. Lo cierto es que la promesa de depositar las cenizas de mamá en el Río Jordán, se convirtió en un viaje más, tan vital para los que estamos convencidos que viajar es una pasión irrenunciable de nuestras vidas.

De la transformación de la promesa a la realización de un viaje, éste último tuvo dos trayectos: geográfico e interno. El geográfico me llevó a explorar otras tierras, formas de vivir, costumbres, comida, etc. El interno, fue de pronto, una búsqueda que se bifurcó en dos caminos adicionales: el espiritual y el de la fe.

El sendero espiritual terminó por agendar un encuentro personal que exige ser explicado, y la fe, la virtud teologal más difícil de exponer, logró establecer una conexión metafísica con toda la precaución que ello merece; pues este es un descubrimiento exclusivamente individual. Tal vez mi madre esperó casi mil días para intentar devolverme la fe en este lado del mundo, pero eso no deja de ser un supuesto que algún día cobre su justa medida.

Y desde las circunstancias que originaron el viaje, hasta hoy, todo lo escrito anteriormente ha significado un proceso de transformación. No puedo decir que, colgado de los hechos, busque darle validez a una espiritualidad descubierta o luz a una fe que permanecía oscura. Por ahora es más parecido a gran signo de interrogación del que apenas tengo algunas aproximaciones de su significado que no me arriesgaría contarlas todas por temor a equivocarme.

Quizás mi peregrinaje por la vida era por colinas desérticas que no llevaban más que a un mismo sendero circular e interminable, por tanto, sin sentido, y que aquí logré ver lo más interno que tengo: una energía que no se puede expresar fácilmente y que pretende ser un recordatorio, tal vez, de la misión que tengo en la vida aun sin descubrir tras las dos semanas que duró el viaje.

O sea, posiblemente, una oportunidad para renacer: salir del agua para ver el mundo con tonalidad diferente. Algo que da sosiego y paz al interior traducido en religiosidad que me lleve a tener un encuentro con la felicidad, siempre y cuando me haga pasar la vida más tranquilo y alegre. Ya lo decía Bertrand Russell:

Una vida feliz tiene que ser, en gran medida, una vida tranquila, pues solo en un ambiente tranquilo puede vivir la auténtica alegría. No olvidemos que el ser humano vive en una dualidad en la que se olvida con frecuencia de su lado genuino, para darle rienda suelta a los placeres y superficialidades, que solo alimentan el ego para que la vida se transforme en una continua lucha, de lo que a la luz del vulgo, significa el éxito, a veces, aplastando al de al lado con métodos poco ortodoxos o tretas perversas que lleven a conseguirlo.

Lo cierto es que, si trato de dar una conclusión de este viaje, sería afirmar que lo sagrado en algún momento de la vida es necesario cultivarlo. Lo divino no estorba, solo y si, no se trata de convencer a nadie de nada y si nos hace ser mejores personas. Si no se daña o se invada la privacidad de nadie, ni se trate de modificar la forma de pensar de alguien creyendo tener la verdad, ya sea al amparo de un libro, religión o una opinión ajena asumida como propia.

Y no sé si fueron los sitios visitados, pero al cabo de un par de días estaba gustosamente secuestrado por esa necesidad de conocer el siguiente, pues sin saberlo en aquel momento, estaba también recorriendo mi interior. Ese camino espiritual que muchas veces resulta inaccesible, sobre todo cuando nos negamos a nosotros mismos, y que al hacerlo, le damos permiso al otro para hacerlo también.
Karen Armstrong, quien escribió un libro que fue mucho de mi agrado sobre la historia de Jerusalén, lo define mejor en dos citas:

“La arquitectura de templos, iglesias y mezquitas ha sido simbólicamente importante y con frecuencia ha trazado el mapa del viaje interior que un peregrino debe recorrer para llegar a Dios”.

Somos criaturas buscadoras de sentido y, una vez que hemos perdido nuestra orientación, no sabemos cómo vivir o cómo situarnos en el mundo

No es lugar físico, dicen los fieles lo que transforma, es el conjunto de experiencias que se viven una vez concluido el recorrido por todos estos lugares. Uno cambia porque se tiene la gran oportunidad de conversar con Dios en forma íntima. De aquí, no se regresa igual, pues somos seres que nos atamos al pasado porque queremos encontrar sentido a nuestras vidas.

Es posible que yo caminara por el mundo sin ser visto por Dios, y sin más, en Tierra Santa me lo topé de frente sin pretenderlo, sin imaginar el poder que puede ejercer en mi corazón y mente.

En tanto, Jerusalén como sede mundial de peregrinaciones, y como muchos lo afirman: el lugar más santo de la Tierra, nadie se va de aquí sin algo diferente, pues en voz de otros, uno se encuentra con la salvación misma sin importar si se es cristiano, musulmán o judío.

Si visitarla es renovarse para poder ser mejores, entonces Jerusalén es un lugar en donde se encuentra el sentido y el rumbo para seguir, un sitio en donde el alma, el espíritu y el cuerpo se unen. Y parece mentira pero aquí es el único lugar del mundo en donde hay menos enfrentamientos que pongan como bandera la religión, a no ser por uno que otro desquiciado que se ponga a matar gente, como sucedería en cualquier parte del mundo, pretendiendo así crear una industria religiosa que rivalice a sus fieles.

En algún lugar leí que la ciudad de Acapulco en México, es una de las diez ciudades más peligrosas del mundo, y asumiendo que sea cierto, no conozco a nadie que al contar que irá de vacaciones a este lugar, alguien le diga que es peligroso, como me lo advirtieron a mí cuando comenté que viajaría a Israel.

En síntesis, soy un convencido que al fin y al cabo, la fe es creer lo que no vemos, pues la experiencia dice mucho más que mil libros, Internet, Google Earth y Wikipedia. Y siguiendo mis prerrogativas de no convencimiento a nadie con nuestras ideas, pensamientos, creencias y demás; aunado a que mientras no hagamos daño a nadie con lo que pensemos de nuestra existencia como seres humanos, la fe nunca estará de más; en todo caso, es como un repositorio de emociones divinas que puede llegar a aliviar nuestro estar y mantener el equilibrio personal, y por tanto, aprender a disfrutar la vida con mayor regocijo, felicidad y alegría posible en medio de este apocalipsis vivencial de los tiempos que nos tocó padecer.

Por: Jaime González Montes, viajero y ciclista. Escritor mexicano que ejerce como consultor en proyectos y desarrollos portuarios.

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Jaime González
Escritor y poeta mexicano, pero sobre todo, viajero.
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