Al protagonista de ¡Vaya perlas! Una playlist de amor, pistolas y rock and roll le resuenan mil y una canciones en su cabeza. Todas ellas componen su banda sonora vital y también la de esta novela que es un largo viaje por los Estados Unidos, zigzaguendo de norte a sur, desde Wisconsin hasta Florida, pero pasando por las Carolinas o Texas. Miles de kilómetros en los que no cesan los solos de guitarra ni los ritmos contundentes de la batería para acompasar las aventuras y desventuras de Patrick O’Riordan, permanentemente acompañado de su rottweiller Luca.
Entonces surge la duda, ¿hay que leerse el libro escuchando las composiciones que atraviesan las páginas de la novela? Como diría el propio prota de la trama, cada uno que haga lo que crea conveniente. Pero posiblemente lo mejor sea haber escuchado esas canciones antes, para que también resuenen en la cabeza del lector en los momentos oportunos. Además no es difícil conocerlas, ya que en su gran mayoría son himnos de las últimas décadas.
El homenaje de Armando Cerra
De hecho, esas canciones fueron la excusa para que el autor comenzara a escribir el relato, ya que Armando Cerra quería rendirle un personalísimo homenaje a esas joyas que tantas veces ha oído, canturreado y bailado. Baladas enamoradizas, trallazos heavys o letras con mensaje que el escritor considera verdaderas perlas culturales.
Pero como indica el título, hay otras perlas en las 390 páginas de la novela. Para empezar sus personajes. Aunque en este caso el calificativo de perlas es sarcástico, ya que todos y cada uno de los individuos que aparecen poseen partes oscuras e incluso abominables. ¡Son auténticas perlas en el sentido más barriobajero del término! Todos salvo la coprotagonista, María, una mujer cubana que será el verdadero catalizador del viaje interior que experimenta Patrick, mucho más importante que su intenso recorrido divagando por Estados Unidos.
Y por último hay que mencionar las alhajas que son el hilo conductor del relato: el collar de perlas que embelleció el cuello de la última amante de Mussolini. Ese collar es la única pista que tiene Patrick, de profesión anticuario, para encontrar al asesino de su padre. Hallarlo es el objetivo último de un largo viaje de final desconocido. Muchos kilómetros, muchas canciones y mucho tiempo para que descubramos que su vida está plagada de traumas, de borracheras y de amantes que le hicieron perder la confianza en sí mismo, mientras se enriquecía haciendo negocios algo turbios y trataba con personajes todavía más tenebrosos. Sujetos con los que no siempre se puede dialogar, por lo que Patrick debe recurrir de vez en cuando a disparar las mismas armas que restaura en su taller de anticuario.
En definitiva, al igual que la música de la narración tiene un poco de todo, desde toques de blues a golpes muy punks pasando por melodías sofisticadas y ritmos bailables, también la letra de la novela es una amalgama de tonos donde no falta la acción trepidante, el sexo o el dolor provocado por los recuerdos. El autor se ha vaciado en esta primera novela que emana frescura y que, como su personaje, no se atiene a ninguna norma establecida. ¡Muy, muy recomendable!