Este es un viaje a una región que ya no está en los mapas pero que no ha dejado de existir: Tartaria. Robert D. Kaplan es el guía, periodista, politólogo, escritor, viajero y analista dotado “para descubrir lo evidente”. En la época de la posverdad, este libro es otro más que no leerá Donald Trump. De hecho, él no lee, solo ve las noticias de televisión. Y que quede claro, descubrir lo evidente es lo más difícil de distinguir la mayoría de las veces.
Rumbo a Tartaria de Robert D. Kaplan (Ed.Malpaso) es un viaje por los Balcanes, Oriente Próximo y el Cáucaso, para viajeros que no se conforman con la superficie de un titular, sino para los que buscan a través de la geografía, la historia y la política.
Hay una anécdota que lo refleja: Robert D. Kaplan deja atrás los Balcanes en su camino hacia Turquía. Viaja en tren; por la ventana, entre la niebla de la mañana, ve ramas desnudas y una tierra vacía y percibe en el paisaje el rastro de violencia e inestabilidad dejado por los ejércitos que pasaron por allí a lo largo de la historia.
Al llegar a Estambul, encuentra que los periódicos locales están publicando noticias acerca de un reciente golpe militar; qué es eso, se interroga, no había leído nada antes sobre el tema en la prensa internacional a su paso por Bucarest y Sofía, tampoco había oído nada en el Servicio Internacional de la BBC. Si no hubiera llegado a Estambul, no habría averiguado la situación política que vivía el país a finales de los 90.
Rumbo a Tartaria: viaje al futuro
En Rumbo a Tartaria identificó la parte central y septentrional de Asia hasta el siglo XX. Los Cárpatos (Rumanía) marcan el fin de Europa y el principio de Oriente Próximo. Por eso, el viaje de Robert D. Kaplan comienza en Hungría y termina en Turkmenistán. Un recorrido que inició en 1998 y que convirtió en narración en el 2000. Acertó en su objetivo: llevarnos –lo dice en la nota inicial– a aquellos países que serán la noticia de mañana.
El epílogo de Rumbo a Tartaria de Robert D. Kaplan es revelador, no tanto cuando pronostica que la democracia no prosperará en muchos lugares de Oriente Próximo, sino cuando afirma que Occidente necesitará líderes “capaces de determinar dónde deben intervenir y de hacerlo sin falsas ilusiones”. ¿Pongamos, por ejemplo, que hablamos de Siria?
Sorprende de Rumbo a Tartaria lo acertado de muchos de los análisis, como si Kaplan hubiera viajado al futuro con un mapa de finales del siglo XIX –y en esto sigue el consejo de su anfitrión, Rudolf Fischer, antes de iniciar el viaje– con la intención de explicarnos lo que está a punto de pasar. Diecisiete años después, sus opiniones sobre Rumanía, Bulgaria, Irán o Siria parecen profecías a punto de cumplirse.
La suya es la perspectiva de un viajero que va y vuelve. No es un viajero de paso, es un analista, un pragmático que pocas veces se deja llevar por entusiasmos sublimes. Su viaje es el de un especialista en geopolítica que lee y se entrevista con las personas adecuadas.
En el inicio de la tercera parte de este viaje, Robert D. Kaplan menciona dos instantes temporales distintos: en 1998, cuando descubre el golpe de Estado “blando”, los militares turcos han amenazado con invadir Siria, si estos no entregan al líder separatista kurdo Abdulá Öcalan. A su regreso a Ankara, en la primavera de 1999, constata que Öcalan ya ha sido procesado por terrorismo. Solo así es capaz de narrar con pleno conocimiento de causa, convirtiéndose en testigo directo de los procesos históricos: “Nada está escrito o determinado de antemano”.
Sobre la importancia de viajar en tren
Para Robert D. Kaplan, la esencia del viaje consiste en hacer el paso del tiempo más lento, como cuando en una parte del viaje puede volar cómodamente de Sofía a Estambul en una hora; pero en lugar de eso, interrumpe su viaje en Plovdiv para proseguir rumbo más tarde con doce horas incómodas en ferrocarril, solo porque así está seguro –dice– de poder captar la verdadera distancia entre Bulgaria y Turquía.
“Volar de un lugar a otro favorece las abstracciones, mientras que el viaje por tierra le coloca a uno ante verdades básicas, a veces desagradables.”
No solo viaja en ferrocarril, también en taxi, autobús, transbordador, como si el contacto con la tierra fuera condición imprescindible para hacerse con “una región imprecisa, en la que se superponen los legados culturales de los Imperios bizantino, persa y turco”. Así va avanzando hacia el sureste, desde Hungría hasta Turquía pasando por Rumanía y Bulgaria, y, después, Siria, Líbano, Jordania e Israel. Vuelta a Turquía, para seguir hasta el Cáucaso y Asia, cruzando Anatolia.
Las descripciones de Robert D. Kaplan hacen avanzar la narración, mientras que los pasajes de análisis político la detienen. El viaje es horizontal y la historia es vertical; consciente de ello, articula el ritmo para que lo contado no encalle. Así nos vemos de pronto montados en un autobús en el que el conductor ha puesto música turca, y contemplamos el paisaje que corre paralelo a nosotros: “una vasta meseta de tierras onduladas, cubierta de escasa hierba.
Cada nueva sinuosidad nos proporcionaba otra vista cautivadora, bella y escalofriante en su soledad”. Son muchos los sellos que van llenando el pasaporte -y tal vez las casi quinientas páginas del libro asustan algo- pero este es un viaje revelador. Al final cobran sentido las dos citas que abren Rumbo a Tartaria: La primera de Maquiavelo, y la segunda de Isaiah Berlin. Ambas reflexionan sobre la necesidad de conocer para no fracasar.
[…] en el que el país pasó de un comunismo trasnochado a la incipiente democracia. Lo hizo en Rumbo a Tartaria. Pero la Bulgaria actual está en sus ciudades, ni siquiera en los libros. Los mapas. Son los mapas […]