De dónde yo vengo lo más viejo es del siglo pasado. Mi ciudad tiene 126 años de edad. Una risa interior se apoderó de mí cuando visité Tarragona. No podía creer que eso fueran ruinas ¡Pero si estaba intacta! A diferencia de las ciudades de Mesoamérica, que hoy son zonas arqueológicas donde entras y sales de ellas, Tarragona nunca ha dejado de ser Tarraco, el pasado está en el día a día, sigue escribiendo su historia sobre el mismo libro de piedra.
Tarragona en pleno Imperio Romano
Los habitantes de Tarragona, que fue una de las principales urbes de Hispania han creciendo junto al pasado. En la plaza donde se monta el mercado del pueblo, hay restos de piedras que alguna vez fueron parte de edificaciones. Los niños juegan entre rocas de hace siglos y, cuando salen de excursión para estudiar el Imperio Romano, no necesitan conformarse con las ilustraciones de los libros de historia como hacia yo. Tijuana no tiene romanos. Para mí, el Imperio Romano se encontraba dentro de la asignatura de Historia Universal, de esa historia que está muy lejos de ti. Ellos la pueden tocar. Supongo que esa familiarización con el pasado es algo común en Europa por la antigüedad de sus ciudades.
Al llegar a la ciudad de Tarragona, que está a poco más de una hora de Barcelona, parece no existir gran diferencia con otras urbes de Cataluña; pero eso es solo a simple vista. Su diferencia es el casco histórico, donde está Tarraco, la antigua ciudad de un imperio con vistas al Mediterráneo. Es única. Aquí me encontré con un anfiteatro romano, como el Coliseo de Roma -el responsable de la construcción es el mismo hombre-. En la arena del anfiteatro, ya no se hacen las peleas de fieras de antes pero sí exhibiciones de gladiadores. También me encontré con un foro, un acueducto, un circo, con todo un conjunto arqueológico que es de los más importantes de España: Cimientos de una ciudad antigua que sigue estando habitada, y de los que sus habitantes han ido, paulatinamente, obteniendo material de construcción para lo nuevo; mucho pasado está enterrado y , también, se ha reciclado. Si miras con atención, hay muchas marcas que dejan ver las huellas dactilares de aquel Imperio Romano. Aquí habitó, aquí sigue.
Y como en aquellas épocas de Tarraco, los territorios estaban delimitados por una muralla, Tarragona cuenta aún con la suya, con lo que queda, que es poco más de un kilómetro caminable: Pise usted veinte siglos de historia así no más. Me parece sorprendente el efecto que tienen las murallas cuando puedes caminarlas, derecha pasado, izquierda, presente. Si hasta me hospedé en un apartamento que su pared principal era la muralla. Sí, sí, la pared del balcón de la habitación, era del siglo I. d. C. Y es que, lo antiguo vale para lo nuevo: los muros romanos hoy son el escenario de terrazas y bares para “hacer el vermut”; el que fue cuartel y torre de vigilancia, El Pretori, hoy es un mirador desde el que ver el atardecer del Mediterráneo; y en el Pla de la Seu, donde se ubicaba el Palacio del emperador Augusto y la Catedral de Tarragona, ahora hay restaurantes, tiendas, mercadillos y viajeros como yo que caminamos entre mosaicos de otros tiempos.
Tarraco es lo más Roma que he pisado después de Roma. No fue necesario moverse de España. Y precisamente, pisar, tocar, estar ahí, ayuda a conectar con los tiempos antes del hoy; para unir en la imaginación esas piezas de rompecabezas llenas de datos, de fechas en siglos, de momentos que marcaron un antes y un después, de personajes. Normalmente no es fácil encontrar las esquinas del pasado para empezar a darle forma a un paisaje tan antiguo. Pero sí lo es en Tarragona ¿O debería decir, Tarraco?