Cuando se piensa en el término ciudad, la mente recrea construcciones de hormigón, tráfico frenético, niveles de contaminación desorbitados, prisas, estrés; se recrea una cotidianidad entre calles saturadas, filas para pagar, para sacar dinero, para entrar, para salir. Sin embargo, existe una capital europea que rompe con los clichés y se muestra como una urbe con naturaleza presente en el paisaje urbano, incluso gana la batalla a los elementos urbanísticos más tradicionales, Edimburgo.
La capital escocesa, con una población de casi medio millón de habitantes, es la segunda ciudad más habitadas del país después de Glasgow, y las características propias de cualquier paisaje urbano también se perciben aquí como en cualquier otro sitio. No obstante, existen algunos datos que diferencian a Edimburgo del resto de la imagen de gran ciudad: el número de hectáreas en zonas verdes asciende a 1,520, y la calidad del aire obtuvo la segunda mejor posición a nivel europeo, según el estudio realizado por la revista francesa We Demain. Además, el uso al que se destinan estos espacios reflejan la visión que tienen los escoces para disfrutar de su tiempo en las áreas verdes: organización de un sinfín de eventos, actividades educacionales, deportivas, sociales; “Edinbra”, como la llaman los locales, no sólo destaca por el color gris del cielo y de sus edificios señoriales; el verde se siente, se respira, se quiere.
¿Y cuál es el efecto de vivir en una ciudad verde? Carlos Priego González, del Instituto de Estudios Avanzados de Córdoba, España, nos cuenta que entre los beneficios de las zonas verdes en las ciudades se está el mayor conocimiento y concienciación ecológica, el enraizamiento en la comunidad y mayor identidad con el entorno social y cultural; además de un aumento del sentimiento de seguridad y disminución de la tasa de criminalidad y por si fuera poco, respirar aire fresco es bueno para la salud física y mental, gracias al conocido efecto restaurador de la naturaleza.
Botanical Garden: La joya de la corona.
Es domingo y el mes de mayo invita a descubrir la biodiversidad del Botanical Garden. Este parque se presenta como un mosaico formado por cambiantes estampas de ensueño: lagunas repartidas por aquí y por allá; árboles que crecen dibujando formas imposibles; reuniones familiares aprovechando el buen tiempo. Un retrato de una tarde primaveral en cualquier parque que me recuerda al cuadro de Georges Seurat: Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte.
A tan sólo veinte minutos del centro caminando, se extiende este pulmón que oxigena el aire desde el siglo XVIII (aunque ha sido reubicado varias veces debido a su expansión). Un proyecto que fue concebido por dos científicos, Robert Sibbald y Andrew Balfeur, y que pretendía potenciar la cultura y la importación de plantas de fuera y que desde entonces, el Jardín Botánico está a medio camino entre la investigación científica, la actividad educacional, cultural y el disfrute recreacional, funcionando como un punto de encuentro activo y natural.
Este viejo jardín, ha sido absorbido por otros parques nacionales, como el Benmore en el barrio Argyll, Dawych en la zona conocida como Borders escoceses, y Logan, al suroeste escocés, que cuenta entre su colección con el Sabal Palm, una palmera con 200 años de antigüedad y que se puede visitar en el Tropical Palms House; un precioso invernadero de estilo victoriano, pero que no han matado su encanto, por el contrario, es un espacio verde con su propia personalidad, único y localmente valorado.
“El Botanical Garden es un lugar ideal para relajarse y escapar del barullo de la ciudad sin necesidad de ir muy lejos. Es un espacio precio, con muchos rincones y recovecos y perderse intencionadamente, o no. Tengo recuerdos entrañables de cuando era niño dándole de comer a las ardillas en este parque”. Matthew, 29 años. Nacido en Edimburgo, toda la viviendo en la ‘Atenas del Norte’
Princes Garden: Un trocito de verde a los pies del Castillo
“Cuando hace sol se llena de gente que está trabajando y que en los descansos se acerca”. “El Princes Garden es el mayor atractivo de la ciudad en Navidad por excelencia.” Lucía, 33 años, en Edimburgo desde hace cinco años.
Después de diez días de lluvia sin parar en Edimburgo, el sol ha aparecido finalmente. Como es habitual cuando la meteorología es benévola, el Princes Garden se convierte en una fiesta donde él es el protagonista. Sus 150.000 metros cuadrados de superficie, localizados en el fondo del barranco, junto a la conocida como la Castle Rock -la Roca del Castillo-, acoge a todo aquel que anhela un poco de luz solar. Familias de vacaciones, empresarios enchaquetados descansando en la hora del break, un gaitero que regala melodías o jóvenes que hacen novillos son algunos de sus visitantes. Es además, un parque denso en historia y ubicado en un punto estratégico para la ciudad pues delimita a la Ciudad Nueva de la Ciudad Vieja.
Antiguamente, sobre el espacio donde se encuentran los jardines se hallaba el Nor Loch o Lago Norte que se convirtió en la defensa natural del Castillo hasta 1820, momento en el que se drenó. Se convirtió en un parque y hoy es uno de los atractivos más conocidos y destacados, aquí se encuentra el monumento a uno de sus representantes literarios más destacados: Sir Walter Scott.
Meadows: Aire de primavera y ambiente de Festival
El mes de junio, concretamente su primer fin de semana, está marcado en la agenda de cada año de los más festivaleros porque se celebra el Meadows Festival. La avalancha de gente, el sonido de la percusión y el olor de las barbacoas dirigen a quienes somos nuevos en la ciudad, en donde, de repente una espesa arboleda se abre para dejar paso a una inmensa extensión de césped en donde la gente se agrupa para comer y disfrutar del sol. Aquí el sol es valorado. La música no deja de sonar por los diferentes escenarios distribuidos por el parque, mientras la gente rebusca entre puestos de libros de segunda mano, artesanía o comida. ¡Es el festival de música de la ciudad!
Pero curiosamente y como resultado de ser una de las ciudades más antiguas de Europa, donde hoy se organiza este festival, antes era uno de los principales acuíferos de la capital. En 1722 Thomas Hope -político y estudiante agrícola- compró estos terrenos, los secó y creó una avenida que más tarde se convertiría en uno de los puntos de encuentro y carácter recreacional más sobresalientes de Edimburgo, y hasta la fecha.
Holyrood Park: Donde Arturo tiene su silla
Los lugares de origen volcánico siempre atraen, quizás por su elevada carga energética o por el dramatismo de su orografía. Tal vez sean esas las razones por las cuales Holyrood Park o Parque de la Reina -dado que pertenece a la Corona Británica- sea uno de los rincones más mágicos del trazado urbanístico. Este lugar, que hace sentir sobre todo a los locales mucho más en conexión con la naturaleza, es una explosión de vida y de energía.
Uno de los elementos característicos del horizonte edimburgués es la montaña conocida como Arthur’s Seat, es decir, el Asiento de Arturo. Este antiguo volcán es el pico más elevado de Edimburgo con una altura de 251 metros; se puede acceder hasta arriba a través de los caminos acondicionados y contemplar las vistas de la ciudad en 360º o bordear la montaña desde la base para descubrir pueblos coquetos como Duddingston. Curiosamente, en Duddingston se puede visitar el Dr. Neil’s Garden, legado de los Drs. Andrew and Nancy Neil, un pequeño jardín localizado en una Reserva Natural. Durante años ha estado respaldado por el National Trust for Scotland y tras la retirada de la ayuda económica, está manteniéndose gracias a las donaciones de particulares.
“Holyrood Park ofrece un mágico paraje natural donde hallaremos senderos que conducen a preciosos lagos. Todo ello con el Arthur´s seat custodiando desde la cima las maravillosas vistas de Edimburgo”. Tanausú, 35 años.
El parque como zona de encuentro y de socialización, especialmente en las estaciones más secas, es cuando los escoceses aprovechan los espacios al aire libre y es así como se vive en Edimburgo. El área verde, la naturaleza como elemento esencial e indiscutible de la vida escocesa, un activo social, cultural, educacional científico que es cada vez más apreciado, no solo por los locales, sino también por los viajeros cada vez más concienciados con la sostenibilidad. Las áreas verdes que ofrece esta ciudad, entre el hormigón y las grandes edificaciones, te permiten escapar y encontrar o vivir otra cotidianidad que incluso se permite ser admirada, por ejemplo desde la colina de Calton Hill, Water of Leith o Inverleith. Una experiencia que te acerca a profundizar en la idiosincrasia de este pueblo verde, verde que te quiero verde.
No imaginaba a Edinburgo descrita de ese color. Felicidades!
Yo tampoco, menos aún, sabiendo que se trata de una ciudad medieval, muy medieval.