“Los extranjeros no pueden disfrutar nuestra comida más de lo que nosotros podemos disfrutar la suya”, escribió una vez Mark Twain. Y sin embargo no existen fronteras en el paladar. Lo de más allá podemos convertirlo en propio y lo de acá lo sacamos de casa, al mundo. Como un viaje de ida y vuelta pero, ¿quién le trajo qué a quién?
Un primer viaje para establecerse
Tiene Granada unos pueblos pequeños que se escurren por las faldas de Las Alpujarras que son paraísos perfectos para viajeros y amantes de la montaña. Órgiva, Capilera, Pampaneira, Trevélez… son pueblos construidos en escalera para sortear la altitud de esta región, situada en la ladera sur de Sierra Nevada y que se extiende hasta la provincia de Almería. Una zona especialmente conocida fuera de España gracias a la labor de hispanistas como Gerald Brenan, Ian Gibson o Michael Jacobs. Estos y otros autores ayudaron a difundir las bondades de la parte granadina al resto del mundo con su literatura. Fueron muchos los que vinieron animados por lo que leyeron. Llegaron y, maravillados con la belleza que les rodeaba, se asentaron.
La parte baja de Las Alpujarras no es menos interesante, la zona más cercana a la Costa Tropical atrae a viajantes sobre todo por su clima suave, pues la temperatura no presenta extremos de frío ni calor. También atrajo a las chirimoyas, hace ahora unos trescientos años. Esta fruta de piel suave y delicada viajó en el siglo XVIII desde Perú en los barcos de los colonos españoles y llegó para asentarse en lo que entonces era el reino de Granada. Hoy en día se cultiva en las ciudades granadinas de Almuñécar, Salobreña y en parte de la costa de Málaga pues en toda esta zona se dan las condiciones óptimas para que este fruto se desarrolle plenamente.
Crecer entre 25ºC y 28ºC es una temperatura ideal para las chirimoyas y para cualquiera que se preste a viajar (y vivir) en esta provincia andaluza, que también es la mayor importadora de jóvenes estudiantes europeos que vienen ansiosos por conocer la Andalucía Oriental y todo lo que se preste. La comparación entre esta fruta y un joven trotamundos no es baladí. La chirimoya es muy delicada, de pellejo suave y susceptible a los golpes. Su árbol no puede crecer en lugares de fuertes vientos pues, como al viajero, le puede provocar una mala formación en su tronco y daños en su piel. Eso sí, el chirimoyo se adapta a diversos tipos de suelos, como aquellos por los que pasará el caminante. Arenosos, arcillosos e incluso pedregosos, un buen drenaje para el primero y un buen calzado para el segundo pues ninguno soportan bien los encharcamientos.
Regresemos al inicio. Cuando llegan personas semillas desconocidas a un nuevo lugar hay que aprender a sembrarlas y mantenerlas. Sobre el cultivo de este árbol, lo más conveniente es plantarlo en un lugar provisional para luego transplantarlo a su terreno definitivo, mientras el árbol esté sin hojas y antes de que haya comenzado la brotación. Sobre el desarrollo de estos jovenzuelos, lo más conveniente es plantarlos en terrenos de arenas movedizas y antes de que hayan experimentado la alienación. Pero si por casualidad a ambos los alcanzara alguna plaga de cochinillas (ya sea el insecto o un mal de amores), se recomienda como tratamiento el aceite de verano. ¡Existe!
Un segundo viaje para expandirse
Actualmente, Granada es la mayor exportadora de esta fruta a nivel mundial. En España produce más chirimoyas de las que podemos absorber como consumidores por lo que una gran parte de la cosecha se manda a otras zonas de Europa. Otros países productores como Perú o Ecuador que no tienen una industria especializada y los que sí la tienen, como Estados Unidos o Argentina, cultivan justo lo que consumen. Al otro lado del charco tan solo Chile exporta a Europa, y en la cuenca mediterránea, la industria española es la más longeva y desarrollada.
Ahora cojamos la fruta. Verdosa, no mucho más grande que una naranja y si la apretamos (solo un poquito, que se rompe) los dedos deben hundirse, así sabremos que ya está madura. La pulpa de la chirimoya es blanca, cremosa, moderadamente jugosa y supuestamente deliciosa aunque, como sugirió Mark Twain, no venimos al mundo con el paladar ya educado.
Probablemente, la principal diferencia entre las cocinas del mundo radica en la variedad de sus ingredientes –o del tono de piel de sus cocineros– y no en sus diferentes formas de cocinarlos. Dicen las malas lenguas que los gustos gastronómicos son, entre otras variables, 28% herencia genética y 40% aprendizaje cognitivo o cultural. Como cultural es el deseo de querer moverse para ver mundo. Volvemos al viaje. Según un estudio realizado con motivo del pasado Día Mundial del Turismo, los europeos que más se desplazan al extranjero son los británicos, mientras que los españoles somos los más apegados a nuestro país. El lenguaje como ejemplo sobre el significado de este estudio: en inglés existe una palabra exclusivamente para el deseo de viajar: “wanderlust”; en el español de España no existe, aunque se usa “desempleo”.
Wanderlust is wonderful
Wonderful, así es como se llama una variedad de la granada, la de color granate. Al igual que la chirimoya, esta fruta también tiene semillas. 613 pepitas rojas según cuenta la leyenda judía y que simbolizan los 613 preceptos de la Torá. No confundas esta granada con el reino nazarí, ni con la isla caribeña, ni con la provincia peruana de Chachapoyas porque existen decenas de localidades en el mundo que se llaman Granada. No la confundas o te tendrán que enviar de vuelta a tu país, como aquella británica que soñaba con ver la fuente de los leones de la Alhambra y apareció al otro lado del océano Atlántico.
Al contrario que la chirimoya, la granada tiene una cáscara seca gruesa y coriácea, lo que le permite ser transportada a grandes distancias sin demasiados cuidados ni mayores perjuicios. Como los viajeros de piel curtida, suelas gastadas y horizontes torcidos. Los antiguos egipcios preparaban con su zumo un vino ligero y los babilonios creían que masticar granos antes de las batallas los hacía invencibles. Igual que los aventureros de hogaño, que saltan barrancos, ríos y avionetas en busca de lo imposible.
Así pinta este último fruto a Granada –la provincia, la de la sierra nevada, la de las ciudades fortificadas–. Granate. El color de la sangre, rojo martirio para los cristianos o rojo fortuna para los chinos. O como lo representara en la antigüedad su fruta homónima: un símbolo de amor, fertilidad y prosperidad.
La fusión de dos culturas que despierta el wanderlust por Las Alpujarras¡¡¡
[…] se tratase, me mostró mi pasado. Me sentía –mucho– como en casa. Su geografía, tan similar a las Alpujarras; su entramado urbano, tan bello e idéntico a Vejer de la Frontera –o casi cualquier otro […]