Como aquello que fue pero que ya no es, esa historia contada con los pedazos de las piedras que le faltan a las calles, a los techos de las que antiguamente fueran iglesias, de las casas que han recuperado, de las que nunca dejaron ir, de las que se cayeron para solo dejar el recuerdo, el Casco Antiguo de la Ciudad de Panamá está cimentado sobre las rocas de la costa pacífica, deja ver perfectamente ese fenómeno de retroceso de las aguas y en el horizonte la línea de barcos a la espera de pasar por el canal.
Fuimos en una tarde de tristezas a retratar lo visto, ese día la cámara camino a mi ritmo, estábamos en la misma sintonía, percibimos exactamente los mismos colores, las mismas sonrisas, los desencuentros y desventuras, el trinar de un pajarito, el oleaje lejano.
Huele a historia, a cañones disparados, a bóvedas que una vez almacenaron pólvora y ahora, sobre ese camino vendedores ambulantes, artesanos, músicos de calle, heladeros, todos contando y escribiendo a la vez su propio cuento. Huele a humedad, a salitre y cultura, hay atisbos de progreso por un lado, de nostalgia por otro y mucha gente diferente convergiendo ahí para compartir compras, comidas, fotos y un anhelo silente de evocar tiempos pasados a partir de la arquitectura colonial.
Esta la casa de Rubén Blades, el Palacio Presidencial, muchos lugares para degustar comida deliciosa, helados milenarios, la Plaza de la Catedral y al menos cuatro iglesias en ruinas donde sólo queda la estructura y dentro hierba, piedras y gatos. Hay calles que son de piedra tal como fueron concebidas en su construcción, hay calles que se arriesgaron a avanzar y están asfaltadas, hay calles relegadas al olvido y son de tierra, desembocan en el mar y las olas se las llevan océano adentro.
De todas las ciudades coloniales que conozco, entre Coro en Venezuela o Cartagena en Colombia, esta es la que más contrastes ofrece en todos los sentidos, hay casas reconstruidas que mantienen su esencia de antaño y se ven hermosas, en la misma cuadra hay casas destruidas, justo al frente de la Alianza Francesa hay una casa de la que sólo quedó el cascaron y frente a la casa del famoso cantante de salsa se para un señor a vender raspaditos de todos los sabores.
Después de pasar la Plaza de la Catedral, solo una calle más adelante, fuimos advertidos por unas señoras del lugar, que no debíamos avanzar más de ahí, que retornáramos tan pronto termináramos las fotos, esa era la frontera invisible de la seguridad. Se hacía de noche, y era tiempo de desconectarse de las fotos, de dejar la sintonía con la cámara para otra oportunidad. Igualmente fue un día aleccionador, constructivo, diferente, integrador. Ese pedacito de tierra donde se concentra el Casco Antiguo de la Cuidad de Panamá, permite ver que en el mundo cabemos todos.