Voy desde la Plaza de la Vigía, frente a la bahía donde Matanzas nació a finales del siglo XVII, hacia el otro lado del Río San Juan para llegar a la casa templo dedicada a San Lázaro, Babalú-Ayé. Estoy en Cuba para traducir una muestra de su literatura, y confío que esa deidad sincrética, con rostro de conquistador pero poderes afrocubanos, me ayudará a hacer puentes entre el español matancero y el inglés.
Camino a espaldas del sol que desciende apresurado. Comienza el tan tan de los tambores en nombre de ese Orisha que nos marca los pasos hacia la fiesta, soy otro perro callejero siguiendo su camino, ajustándome al ritual. En muestra de respeto, y esperando que me ayude a hacer una mejor traducción, le doy lo más valioso que llevo: una estampita de Emiliano Zapata, un indígena náhuatl revolucionario que defendió la tierra en México a principios del siglo XX.
Viajar a Cuba para traducir cuentos
Traducir las mañanas en las noches, y los días en las semanas. Creo que traducir es darle continuidad y tiempo nuevo a un texto en otro idioma. Estoy en Cuba por quince días para traducir dos cuentos.
En el primero, Yanira Marimón cuenta como su padre –Luis Marimón, considerado un poeta maldito– fue encarcelado por un año aquí mismo, en Matanzas, durante el periodo especial de los años ochenta porque le encontraron cinco dólares estadounidense en el bolsillo. Solo viajando, estando ahí frente a Yanira puedo hacer de su experiencia algo mío. Volver a contar su injusta infancia en otro idioma.
Trabajando en la editorial Matanzas, la más antigua y prestigiosa de la Atenas de Cuba, como le llamaban en el siglo dieciocho a esta ciudad distinguida por sus poetas, músicos y artistas. A media cuadra está la Plaza de la Libertad, encuadrada por el palacio de gobierno, la botica francesa mejor conservada del continente, el hotel Velasco, la sala de conciertos White, y en el centro, José Martí rompiendo cadenas. Creo que desde su brazo en alto sale la señal de internet que tiene a media ciudad sentada en los bancos de la plaza.
Esa misma tarde me entero que el alboroto en la plaza era en realidad porque ese día estaba el presidente, Miguel Díaz-Canel, de visita oficial. Me lo explica Guillermo Carmona, otro gran escritor matancero de apenas 23 años, mientras buscamos una librería de viejo y se nos atraviesa caminando Alpidio Alonso, el ministro de cultura de Cuba.
Quiero encontrar el Diccionario de cubanismos de Fernando Ortíz, el pensador de la transculturación, el que en su Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar explica los ritmos y las fuerzas que unen a los negros, indígenas y blancos.
El segundo cuento que traduzco se sitúa en la Cuba del futuro, donde dos gangsters a sueldo buscan a una prostituta cyborg para sacarle información. Cyberpunk caribeño del escritor Raúl Piad que está repleto del mejor slang de la isla.
Esa búsqueda me lleva a la editorial Vigía, al Museo de Artes, a la Ermita de Montserrat –con la vista completa de la ciudad y su bahía–, al castillo de San Severino, a un rancho en San Juan y hasta las cuevas de Bella Mar; pero las palabras se me siguen escapando, porque aparecen nuevos y mejores tonos, y Matanzas se hace más interesante, más rica, más compleja. Entre una frase y su traducción al inglés se trata de establecer una relación y tensarla, hacer ver el espacio que hay entre un idioma y otro. Ese espacio en el que se entremete la cultura. Ese espacio en el que se degrada la luz del día.
Traducir y viajar son lo mismo, es hacer pasar de un lugar a otro; pero en las letras esa otra cultura viene a tí, mientras que al viajar, tú vas a ella. Estar en Matanzas pone a flor de piel las preguntas sobre mi identidad, porque al estar fuera de mi entorno veo con más claridad quién soy. Y lo mismo me pasa con los cuentos de Raúl y Yanira que, al llevarlos al inglés, acabarán llevando también algo de Cuba, de sus recuerdos e imaginación, al resto del mundo.
Foto de portada: Cuba Travel