¿Qué sería de Valencia sin la pirotecnia? San José, el patrón de los carpinteros parece ser quien está detrás de la razón a celebrar y provocar esta pasión por la pólvora. Lo que se dice empezó como una hoguera purificadora, aunque también se dice inició como un ritual pagano, se ha convertido en una verdadera euforia por los cohetes, por la explosión intermitente de petardos que, de una forma particular, le dan la bienvenida a la primavera. Es la mescletà, el banderazo de este año para las fiestas tradicionales de las Fallas de Valencia.
Debí dejar mi chamarra en el apartamento, el sol traía actitud veraniega. Todo el día cargándola mientras me cansaba de caminar pero no de dar vueltas, así, sin buscar, encontrando las historias de esta ciudad mediterránea. El Mercado de Colón, La Longa de seda, las Torres de Quart, las Serrano, la Catedral y sus calles a la redonda, la paella valenciana y claro, la ansiedad que se respira por el deseo de oler la pólvora.
Caminé desde la primera hora del día y hasta después de comer. Poco después de las cinco de la tarde, me distrajo la gente que pasaba y pasaba y seguía circulando cada vez más, caminando en la misma dirección… caí en cuenta: Ya iban a dar las seis. A caminar con la gente, pensé. Me dejé guiar por las familias y grupos de amigos que tenían claro el camino y el propósito. Parejas, papás llevando el carrito del bebé, mamás apurando a sus niños para que no se queden atrás, chicas tomándose fotos y ahí estaba yo, mezclándome con los valencianos emocionados por la mescletà.
No tenía claro exactamente qué era la mescletà, sabía que las Fallas de Valencia son la fiesta por excelencia de los cohetes o petardos, pero desconocía el arraigo de la tradición que terminó por contagiarme, la energía se sentía en el ambiente, había expectativa y emoción por la mesclatà. Debe ser un señor espectáculo, pensé… aunque todavía había mucha luz, me dije.
Caminé unos diez minutos hasta que me topé con una pared humana, entre el puente Serranos y el puente Trinidad. Me quedé viendo nucas, edificios, niños y niñas en los hombros de sus padres, otros brincándole o llorándole al tío para que lo cargara en brazos, gente y más gente y yo sin saber qué pasaba enfrente. A los pocos minutos, una explosión alertó a todos. Otra explosión. Otra acompañada de otra. Otra más corta. Otra. Otra. Otra y de pronto una suma estallidos que daban la sensación de que cualquier momento explotarán los vidrios de los edificios. Yo no veía nada, ¿por qué no veo nada, dónde está los cohetes? No se ven, se escuchan, me dicen.
Algo así se escuchó pero durante quince minutos y con un final trepidante: