Hacía nueve años que no caminaba por los Campos Elíseos. De vez en cuando, soñaba con ellos en blanco y negro, como en una película vieja. Quise volver, marcher pour les Champs Élysées sans rien chercher; así que un buen día me fui de senderismo por París.
El senderismo se alargó tres días por previsión de lluvia y cumpleaños y alegría de caminar por los Campos Elíseos. Pero estando allí me acordé de aquí. De cuando caminaba por el Paseo de Gracia, o caminava pel Passeig de Gràcia, con los ojos entreabiertos para no deslumbrarme por el sol. Son la misma calle, dos en una: allí y aquí, París y Barcelona. Las une la exageración y el descaro de tiendas que ofrecen collares a 80.000 euros, pendientes a 50.000 euros y pulseras a 60.000 euros. Madre no se agencie usté el juego completo y cómpreme a mí un pisito con lo que le sobre… Aunque, si me da 100.000 € y me tengo que llevar algo puesto, aquí y ahora, me voy con un Mercedes para que me lleve y me traiga y siga durmiendo entre coches y noches de lujuria bajo el Arco del Triunfo.
Los Campos Elíseos, la calle de las tiendas de lujo, hoteles de lujo, aceras de lujo, papeleras de lujo… también el parking es de lujo. Voilà, encontré la gran diferencia con el Paseo de Gracia –Francia contra España–. Bajo la 27calle parisina hay un corredor recto y muy largo, repleto de coches de marcas imposibles de reconocer. Casi un museo, que aunque subterráneo, pertenece al mundo de la opulencia. Bajo la calle de Barcelona hay otro pasillo casi infinito, también largo y también recto pero que pertenece al mundo de la escasez; lo único que por ahí corre son los ratones y el metro de la línea L3.
Mi paseo por los Campos Elíseos acabó en el Arco del Triunfo, l’Arc de Triomphe. Otro de esos lugares emblemáticos que no te puedes perder, aunque en realidad no pasa nada porque si no ves este de París, puedes ver el Arc de Triomf de Barcelona, el de la Victoire de Madrid o uno de Alemania o… En realidad da igual dónde porque por fin llegué al photocall.
¡Click!
Decenas de personas y sonrisas forzadas se situaban de espaldas al monumento, paloselfies que apuntaban en la dirección contraria al Arco del Triunfo. Vini, Vidi, Vinci. ¡Ay qué coraje! Pero coraje del andaluz, del que da rabia e impotencia, del que te saca de quicio para ponerte de un humor gris, prima pásame un tomate que se lo estampe en la cara para dar algo de color a esa foto.
¡Click!
Óyeme, es que a la gente, a los monumentos, a las ciudades… se les tiene que mirar de frente, como a los valientes. Que para eso se construyeron los arcos de los triunfos de medio mundo, para conmemorar alguna victoria militar. Sí, estamos observando un monumento que representa que un pueblo venció una batalla (que otro perdió). ¿Qué no te gusta la violencia? Es guerra, pero también historia. El Arco de Triunfo de París lo mandó construir Napoleón Bonaparte para conmemorar la victoria en la batalla de Austerlitz. Aunque el ejército francés era inferior en número de soldados y armas. El 2 de diciembre de 1805 hubo nueve horas de muerte, con 15.000 bajas de parte de la coalición rusa y austríaca y sólo 1.300 muertos franceses. En palabras de un teniente general ruso: “muchos soldados, inmersos en intensos combates desde las 7 de la mañana a las 4 de la tarde, se habían quedado sin munición”. Una guerra en horario de oficina que salvó a París del colapso financiero y alteró profundamente la naturaleza de la política europea.
Pero ya que no escuchas… mira: 49 metros de alto mide este Arco del Triunfo aunque el más grande del mundo mide 70 metros y es el de Pionyang, en Corea del Norte. ¿Dónde quieres que te saque una foto? Si total, para qué. Como Bonaparte escribió a su Josefina: “he vencido al ejército austro-ruso comandado por dos emperadores. Estoy un poco cansado… Un abrazo.”