- ¿Jeanne, qué?
- ¡Jeanne Baret!
- ¿Quién?
- ¿Quién fue esa mujer?
- ¿Cómo que la vuelta al mundo?
Esta francesa fue la primera mujer que dio la vuelta al mundo. ¡Una mujer de ciencia! Eso sí, fue una tortuosa hazaña en la que invirtió varios años de 1766 a 1776. ¡Una epopeya fenomenal! Un largo periodo vital con mil aventuras y con tiempo suficiente para recolectar miles de especies vegetales sin clasificar e incluso sin descubrir hasta entonces.
Y sin embargo, tal vez más de uno la descubre ahora mismo como me pasó a mí. Casi todo el mundo recuerda a Elcano como el primer marino que circunnavegó el planeta. Al igual que nos suenan los nombres de científicos viajeros como Darwin o el propio Alexander von Humboldt.
Pero Jeanne Baret… ni remotamente alcanza el renombre de los anteriores.
Jeanne Baret, de granjera a botánica
En el verano de 1740 nació Jeanne, en La Comelle, un pueblecito borgoñón del centro de Francia. O sea, lejísimos del mar. Y desde luego, su humilde hogar de granjeros sin estudios ni futuro no hacía presagiar nada de lo que iba a vivir.
Siendo un bebé, Jeanne Baret, quedó huérfana de madre. Y al entrar en la adolescencia falleció su padre y con ello su sustento. De modo que tuvo que salir a buscarse un oficio, y la fortuna le llevó hasta la casa del aristócrata y botánico Philibert de Commerson.
Con él, ya viudo, comenzó a trabajar como criada. Y… el roce hace el cariño, y la chispa del deseo prendió. De la puerta de casa hacia afuera eran noble y sirvienta, pero dentro eran una pareja muy bien avenida.
Incluso Philibert le enseñó a escribir y leer, y compartió con ella sus investigaciones botánicas. Y la joven no tardó en ser insustituible en su vida y trabajo.
Comienza la vuelta al mundo
Commerson, como botánico del rey, recibió el encargo de zarpar en una expedición que daría la vuelta al globo. Una vuelta al mundo en la que debía investigar la flora de lugares lejanos. Una tarea que ya no concebía sin la ayuda de Jeanne.
Aunque había un problema. En los barcos de la Marina Real no podían navegar mujeres. Pero Jeanne Baret no pensaba renunciar a tal experiencia, así que se puso ropas masculinas, se presionó todo lo que pudo los pechos con telas y engoló la voz para embarcar.
Por suerte, el capitán del barco, les cedió al botánico y a su ayudante su amplio camarote, para que guardaran todos sus útiles de trabajo. Un espacio de intimidad con baño, lo cual facilitaba que nadie descubriera el engaño.
De Sudamérica a isla Mauricio
El secreto se mantuvo durante toda la travesía atlántica hasta las costas brasileñas, y perduró con las numerosas incursiones en tierras uruguayas y argentinas en busca de plantas desconocidas.
De hecho, además del disfraz, la discreción y la ingente capacidad de trabajo de Jeanne Baret aplacaba cualquier sospecha.
Pero al atravesar el Estrecho de Magallanes y cambiar de océano, el secreto iba a publicarse. Primero surgieron conjeturas entre la tripulación y más tarde, en Tahití, los aborígenes descubrieron el sexo de la joven.
El jefe de la expedición, Louis Antoine de Bougainville, tuvo entonces un dilema. ¿Podía una mujer continuar la travesía en un buque de la Armada Real? ¿Cómo lo recibirían en Francia a su llegada?
Aún así, resolvió que la pareja prosiguiera el viaje.
Si bien para su fortuna meses después, ya en 1768, tanto Commerson como Baret desembarcaron en Isla Mauricio para quedarse un tiempo aprovechando la hospitalidad del gobernador.
Tal vez estaban cansados de ocultar su relación o simplemente porque Mauricio es un destino fantástico para evadirse de todo. El caso es que se establecieron allí para disfrutar del clima, el Índico y una flora que no cesaba de depararles sorpresas y satisfacciones, tanto en ese archipiélago como la vecina Madagascar.
Culmina la vuelta al mundo de Jeanne Baret
No obstante, aquella paradisiaca estancia se truncó en 1773 con la muerte de Philibert. Lo cual sumado al cambio de gobernador, supuso la caída en desgracia de Jeanne. Se debía reinventar, y lo hizo abriendo un café.
Algunos dicen que un cabaret y hasta se dice que tuvo problemas con las autoridades locales por vender alcohol fuera del horario establecido.
Aquel local se convirtió en parada obligada para los navegantes del Índico. Y entre ellos, un buen día apareció un oficial francés, Jean Dubernat. De nuevo Jeanne se enamoró, y cuando él le propuso regresar a Francia no lo dudó.
Vendió su bar en Port Louis y empaquetó sus pertenencias, entre ellas decenas de cajas con más de 5.000 muestras vegetales recopiladas junto a Commerson a lo largo de los años.
Con ese equipaje, zarpó para culminar la vuelta al globo terráqueo, cerrando el círculo en 1776 con el desembarco en Francia. Ninguna otra mujer había hecho antes semejante viaje.
Honores y olvido de Jeanne Baret
Inicialmente su aventura tuvo un importante reconocimiento. Recibió parte de la herencia de Commerson, y hasta Luis XVI le adjudicó una renta vitalicia y la describió como una “mujer extraordinaria”. Además su trabajo botánico se depositó en el Museo de Historia Natural.
De modo, que Jeanne Baret con su nuevo marido, se retiró al sur de Francia, para residir plácidamente en el pueblo de su esposo Saint-Aulaye. Donde falleció en 1807.
A partir de ese momento su recuerdo empieza a esfumarse. La mejor metáfora es comprobar que el nombre de Philibert de Commerson, se integra en la denominación de muchas de las especies que descubrieron juntos. Incluso hay una planta que se sigue llamando buganvilla en honor del jefe de la expedición marítima.
Sin embargo, ¿cuántos nombres botánicos evocan a Jeanne Baret? Hasta hace poco ninguno.
Es cierto que hubo un arbusto que inicialmente se llamó Baretia bonafide, pero tal nombre duró poco. No ha sido hasta recientemente cuando un botánico estadounidense ha decidido catalogar a uno de sus descubrimientos con el nombre de Solanum baretiae.
¡Un acto de justicia! Al igual que lo es leer el libro El descubrimiento de Jeanne Baret, publicado en 2010 por la escritora Glynis Ridley. Una puesta al día sobre la vida de esta mujer tan fascinante como desconocida.
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