Siempre me preguntaba por qué los glaciares son de color azul, si el hielo y la nieve son blancos, ¿acaso es algún efecto como el de los mares y océanos que entre las manos son transparentes pero los vemos de tonos azulados? Encontré una explicación científica y teórica que hacía referencia a luz, radiación, energía y tiempo de compactación del hielo pero, demasiados conceptos abstractos para alguien que no entiende mucho de ciencia. Quizás podría entenderlo mejor si lograba verlo con mis propios ojos, sentirlo con mis manos y descubrirlo con mis pasos. Hice maletas y me fui a Argentina, su Patagonia y su Glaciar Perito Moreno que no me dio la respuesta sobre el cromatismo del glaciar aunque fue más fácil entender las explicaciones sobre el terreno. En su lugar, hizo que dejara de preguntarme por qué un glaciar es cómo es para agradecer verlo, escucharlo, sentirlo y ser testigo de su fuerza para sobrevivir el paso de los años.
El Glaciar Perito Moreno forma parte del Parque Nacional Los Glaciares, es uno de los 48 glaciares que dependen del campo de hielo Patagónico Sur, la tercera mayor reserva de agua dulce del mundo. Tiene 30 kilómetros de longitud, por eso pude verlo desde varias perspectivas navegando por el lago Argentino o caminando por las famosas pasarelas donde pude atestiguar uno de sus estruendosos desprendimientos de bloques de hielo. Entre todas, la mejor manera de ver sus recovecos fue caminar sobre él, imaginando que debajo de mis pies podían haber hasta 700 metros de profundidad.
Era verano en diciembre pero hacían 10ºC de temperatura, 20ºC menos que la ciudad donde vivía, suficiente diferencia para sentirme descompensada y confundida por el verano patagónico. Esa sensación de parálisis gelificante en los dedos, esa brisa fría que se colaba entre las capas de ropa, ese silencio interrumpido por las instrucciones del guía, por voces en otros idiomas, por la respiración jadeante con el ascenso, fueron sensaciones que me acompañaron hasta el momento de ponerme los crampones imprescindibles para caminar sobre el hielo, instantáneamente fue como retroceder más de 20 años en el tiempo, sin poder controlar esa risa pícara del niño que aprende a dar sus primeros pasos, esa ilusión de no caerme al caminar y ver solo hielo debajo, al frente, en todas las direcciones hasta el horizonte, montañas, nubes y el glaciar.
El Glaciar Perito Moreno es infinito y fascinante, por eso se merece haber sido nombrado hace más de treinta años Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Durante las cinco horas de caminata sobre el glaciar sobre su superficie sentí la exaltación de descubrir algo totalmente desconocido: grietas, riachuelos, sumideros, cuevas glaciares, azules intensos, kilómetros de nieve, hielo y agua de gran pureza. Para ese momento no me inquietaba saber el por qué de sus colores, estaba absorta y no había cabida para cuestionar la naturaleza, solo admirarla y reflexionar.
Sentía la dualidad de la inocencia y la consciencia. Inocencia en mi mirada inquieta y mi actitud curiosa, era como una niña maravillada con todo lo que era nuevo a mi alrededor, atenta a las instrucciones como si se tratara de un examen del colegio, cómo caminar, cómo subir, cómo bajar, cómo mantener el equilibrio, cómo no perjudicar al que va por delante y por detrás en un desnivel complicado, cómo salir del camino habitual para ver un poco más allá. Por otra parte, la mirada consciente y reflexiva de la adulta, cuando logré alejarme del jaleo, cuando había avanzado el recorrido, cuando dimensioné la extensión del glaciar, se mezclaba la admiración, la satisfacción y la gratitud por estar ahí, por ser partícipe de un entorno natural puro y magnífico.
Este viaje me llevó a conocer quién era el famoso Francisco “Perito” Moreno, un científico, naturalista, conservacionista, explorador y geógrafo argentino. Como recuerdo anecdótico, me enteré que mi nombre y el de su esposa eran casi iguales, María Ana Varela. Perito Moreno es muy querido en Argentina porque ayudó a delimitar las fronteras con su vecino Chile, ganando miles de kilómetros de tierras para su país. Parte de esas tierras le serían otorgadas por el gobierno como reconocimiento a su labor, vendió unas y utilizó las ganancias para ayudar a los habitantes del sur del país. Decidió donar otra parte de las tierras del gobierno, que más tarde se convertirían en el Parque Nacional Nahuel Huapi, el primero de Argentina. Moreno murió hace más de 100 años, en su época y con todo el conocimiento de sus innumerables viajes por este país latinoamericano, demostró ser un hombre generoso, visionario y defensor del uso y conservación de los parques naturales, afirmando que el turismo era la alternativa de uso más positiva y beneficiosa a estos espacios. Una visión acertada la de Moreno, siendo que el Parque Nacional Los Glaciares, en el mes de enero de 2014 superó los 75 mil visitantes, la cifra más alta de los últimos ocho años.
La historia de este glaciar está rodeada de polémicas, aunque lleva el nombre de Francisco Perito Moreno, se ha documentado que él nunca lo vio, si navegó y descubrió el lago Argentino, el más grande del país y el tercero más grande de Sudamérica, pero no hay evidencia que demuestre que pudo ver el glaciar. Sin embargo, tiene bien merecido el honor de darle nombre porque con sus viajes conoció la geografía, le ganó la disputa fronteriza a Chile, descubrió la miseria de las tribus indígenas de la Patagonia, defendió sus derechos y dio paso a la investigación en Europa sobre los grupos aborígenes de Sudamérica.
Como el resto de los glaciares, el Perito Moreno está sometido por una parte a la constante mirada inquisidora de quienes castigan el calentamiento global afirmando su decrecimiento y por otra parte, al estudio exhaustivo de los científicos que prueban, sin ser concluyentes, que es uno de los pocos glaciares del mundo en crecimiento durante los últimos años. Al fin y al cabo, se descubrió hace poco más de 100 años. Mi percepción es que se trata de un glaciar sabio, conversador, accesible y acostumbrado a ser el centro de atención.
Un viaje motivado por una curiosidad que tenía bases en la ciencia, terminó por ampliar mi visión de la naturaleza, la ecología, la historia y el trabajo de quienes descubrieron esos tesoros para ponerlos en nuestros mapas de viajes. Podemos ser viajeros curiosos, exploradores, aventureros, multiplicadores ¿cuál de estos quieres ser tú?