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martes, noviembre 19, 2024
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Fiestas de fin de año fuera de casa  

De niña le escribía cartas a Santa Claus y las dejaba en el árbol de Navidad, tronaba cohetes en la calle la víspera de Año Nuevo mientras estaba lista la cena y creía que los Reyes Magos realmente entraban a casa a dejarnos regalos en los zapatos. Es decir, de niña viví la ilusión de las fiestas de fin de año con costumbres y tradiciones familiares mexicanas.  

De adulta, me di cuenta que no todas las navidades o años nuevos se viven igual en el mundo. En Año Nuevo en Estados Unidos por ejemplo, a las 12 de la noche se da un beso para tener suerte en el amor todo el año. En Japón no hay campanadas como en España ni tampoco se comen 12 uvas como en México, hay “Joya no kane”, y se tocan en los monasterios budistas. En Dinamarca se rompen platos. En algunos países de Latinoamérica como Chile, barren la casa entera y sacan a pasear una maleta. Y mientras en mi casa en Tijuana cenamos pavo, en Italia cenan lentejas y en Brasil salpicão o farofa. 

Cuando crecí entendí que el “espíritu festivo” es solo un pretexto para reunirse en familia, sea ésta familia tradicional, de amigos o familia de desconocidos que coinciden en estas fechas. Y lo entendí mejor cuando pasé las fiestas de fin de año fuera de casa

Fiestas de fin de año fuera de casa, en verano y en bikini: Australia

Todavía vivíamos en era la analógica. Apenas existía el correo electrónico, los celulares eran cosa rara y servían sólo para hacer llamadas (costosas). Las cámaras fotográficas de rollo aún reinaban en el universo y las cartas de puño y letra, iban y venían contando las novedades con meses de atraso.

En esa lejana realidad de 1999, con el segundo milenio a la vuelta de la esquina, pasé en el país de los canguros y el surf, una Navidad multicultural y calurosa y le di la bienvenida al año 2000 en bikini en las playas de la Gran Barrera de Arrecife de Coral. ¡Fiestas decembrinas con protector solar! 

Recuerdo que pregunté en la casa donde vivía en Brisbane, si iban a poner árbol de Navidad. No, me respondieron, hace calor y acá no hay ese tipo de árboles. Mi cara debió haber compadecido a mi familia anfitriona porque terminaron poniendo un árbol pequeñito y simbólico para que no me pegara la nostalgia navideña. 

Fue en ese momento cuando caí en cuenta que en el hemisferio sur, todo era diferente a lo que yo asociaba a las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Ni frío, ni chamarras, ni posadas, ni pavo, ni ponche, ni muchos regalos, ni el Burrito Sabanero en la radio, ni niños tronando cohetes o petardos en la calle. 

Sin embargo, fue una Navidad como ninguna otra. La cena con mi familia anfitriona fue de platillos fríos, de comer Pavlova y de jugar con unos pequeños objetos que jalábamos en sus extremos dos personas y quien se quedaba con la mayor parte en la mano, se ganaba la sorpresa que venía adentro. 

Era una época estudiantil, y en la escuela a donde asistía todos éramos extranjeros aprendiendo inglés. Extranjeros solos y nostálgicos en las fiestas de fin de año en Australia. Pero en la fiesta internacional que se organizó en casa de Luidgi, la francesa, los acentos mexicano, colombiano, brasileño, italiano, sueco y japonés se mezclaron y, bajo un sencillo letrero colgado en la pared de Happy New Year, festejamos que coincidíamos aun cuando nuestras tradiciones podrían ser muy distintas, pero en el fondo con la misma esencia. 

Recuerdo que la llegada del año 2000 traía mucha expectativa por representar un nuevo milenio. Se creía que habría un colapso en el sistema informático y por lo tanto mundial. Las olimpiadas se realizarían en Australia y yo en mi micromundo, opté por desafiar mis miedos al agua y pasarla en un yate de vela de regata recorriendo islas y descubriendo arrecifes. Ese año no vi a mi familia, ni recibí o di regalos, mi regalo fue tener de recuerdo esa gran experiencia en Down Under, vivir unas fiestas de fin de año fuera de casa únicas.

Navidad sin árbol y Año Nuevo entre nubes: Jamaica

Hubo un año que dos meses antes de Navidad vi una oferta para ir a Jamaica… y me fui. Pensé que sería buena idea pasar esas fechas en el caribe, lejos del frío de casa y tal vez  en la playa. No tenía idea de cómo pasaban las fiestas de fin de año en la isla del reggae  pero si ya había terminado hasta en Australia, por qué no, pensé. 

Cuando conté en mi casa que me iría un 21 de diciembre a Jamaica, nadie entendió ni aprobó el viaje. Me fui sola e ilusionada y aterricé en Montego Bay. Pensé que para esas fechas descubriría alguna nueva festividad, pero mi sorpresa fue encontrarme una ciudad que lucía como en cualquier época del año. Sin decoración, ni luces y ni rastro de Santa Claus. 

Pronto me moví hacia el este de la isla. El plan era alojarme en un hostal y pasar Navidad con más viajeros, pero muy rápido entendí que no era un destino mochilero, no encontré a más personas como yo, y de pronto la Nochebuena me alcanzó en Falmouth, un pequeño pueblo que siglos atrás fue punto de recepción y venta de esclavos provenientes de África.

Los festejos de los jamaiquinos eran el 25 de diciembre y no el 24 como en casa. Recuerdo que ese día quería estar en la calle para al menos ver gente, pero la recomendación de todos con los que me cruzaba en el camino era no andar sola de noche, así que en cuanto se ocultó el sol aquel 24 de diciembre, me refugié en el hotel para pasar por primera vez una Navidad sola, sin arbolito y sin playa. Definitivamente era una Navidad diferente. 

Mi avión regresaba el 31 de diciembre. Así que me tocaría vivir un Año Nuevo entre las nubes, volando, viajando. ¡Nada mal! ¿En algún país del mundo esto significará que tu año nuevo será más viajero? 

Como los niños que se rebelan a dormirse temprano en Navidad para ver llegar a Santa Claus, yo me rebelé y me mantuve despierta todo el vuelo esperando el anhelado festejo. Pero cuál fue mi sorpresa que el silencio reinó durante todo el vuelo y excepto el capitán, el copiloto y yo nos mantuvimos con los ojos abiertos. Pasamos la barrera de las doce de la noche y un Año Nuevo entre nubes llegó como si de cualquier otro día se tratara, es decir, no pasó nada. Solo me quedó celebrar conmigo misma con una gran sonrisa el estar viviendo otro momento memorable e inesperado para meterlo al baúl de los recuerdos de mis fiestas de fin de año fuera de casa. 

Navidad sin novedad: China 

Fiestas de fin de año en China

La cultura china sigue tradicionalmente un calendario lunisolar y mayormente profesa el budismo y taoísmo. Tenía curiosidad por saber cómo se vive la Navidad en China pero cuando crucé las puertas del hotel en Shanghai me di cuenta que la globalización se había metido como la humedad. Si bien mantienen la costumbre de festejar su año nuevo de febrero a marzo, me sorprendió que un país no católico y con antecedentes comunistas, cediera espacios para la Navidad occidental. ¿Qué hace Santa en China? 

Recuerdo un gigantesco árbol navideño, espléndido y lleno de regalos adornaba el interior del hotel. En la calle algunas personas (las menos) usaban elementos alusivos como gorritos de Santa Claus, pero en sí, era obvio que todo aquello era un montaje para los extranjeros, como yo que estaba a 16 horas de diferencia de casa.

Como el motivo del viaje por China y Tíbet no era festejar ni Navidad o Año Nuevo, no le di importancia. Terminé cenando y deseando una feliz Navidad como si estuviera en mi casa, no sentí una Navidad china. Y la realidad es que los chinos no celebran Navidad, lo ven más como una reunión, incluso pocos saben que se celebra el nacimiento de Jesucristo o que incluso tiene un significado religioso. 

Sin embargo, me quedó claro que los chinos saben vender y que la Navidad para ellos es un éxito comercial. Aprovechan una fiesta que no es suya, ni la hacen suya, posiblemente ni les interesa mucho pero, ¿por qué no usarla para vender? Sin darme cuenta viví una Navidad como los chinos. 

Del calor a los cero grados: Mexicali en Año Nuevo

En la capital de Baja California, México, viven los Gómez. Mi familia paterna que cada año se reúne para celebrar el Año Nuevo. La casa de los abuelos es siempre el lugar de encuentro de casi treinta personas entre hijos, nietos y bisnietos.

Desde días antes, la cocina es el alma de la casa donde las tías preparan el menú desde cero: pavo relleno, puré de papa, ensaladas, tamales de carne y de elote, pastel volteado de piña, más lo que se acumule. La casa huele siempre a comida, desde que inician los preparativos, hasta el recalentado del día después. 

En la víspera del Año Nuevo y sus frías noches del desierto, que llegan a los cero grados, todos nos ponemos guapos y nos reunimos -ahora en la sala- para platicar y esperar la llegada del conteo regresivo del nuevo año. El viejo radio de rosca se prende para escuchar música y estar atentos de la hora marcada. Recuerdo que años atrás, mientras los adultos tenían conversaciones “de grandes”, siempre había un tío que sacaba a los niños al patio para tronar cohetes.

La mesa nunca es suficiente para la tremenda familia. Cenamos por tandas, los más hambrientos los primeros y así por grupos hasta terminar de cenar todos. A veces jugamos a “dígalo con señas”, un juego de equipos en el que a través de mímicas y sin hablar, hay que lograr que tu equipo adivine la película. Así nos han dado las doce de la noche y entonces sí a gritar todos feliz Año Nuevo y abrazar a quien se ponga enfrente. 

Al día siguiente, el primer día del Año Nuevo en realidad nada es nuevo. Los mismos de ayer nos volvemos a reunir, muchos aún en pijamas, a comer el recalentado de lo que quedó la noche anterior y a seguir platicando, riendo y disfrutando el estar juntos.

Han pasado años de esas experiencias y excepto algunas ocasiones, la mayoría de las navidades las he pasado en Tijuana, junto a la familia. Puede ser que esas celebraciones hayan sido o sean las menos exóticas, pero están plagadas de inolvidables recuerdos como pedir posada junto a los vecinos, la convivencia junto a la chimenea o salir a la calle el 25 de diciembre para jugar con los juguetes nuevos. 

Ahora nuevamente llega otra época de fiestas de fin de año. Unas fechas tan importantes y representativas para millones de personas en el mundo que la pasan en sus hogares, pero también, muchos otros los que pasan estas fiestas lejos de casa. Haciendo el recuento de las ocasiones que las he experimentado en el extranjero, me doy cuenta que lo importante no es la forma ni el lugar, sino la compañía.

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Nina Pizá
Tijuanense, comunicóloga, periodista y viajera. Inquieta por descubrir el mundo para ver y conocer, cómo viven y piensan en el otro lado del planeta. La curiosidad y el miedo a la rutina, es la motivación que la impulsa a viajar y escribir.
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