Resulta gratificante poder pasear en estas fechas por una Sevilla sin turistas, la ciudad que elegí para vivir hace ya unos cuantos años.
Desde la pandemia, caminar por el centro trasmite una relajada sensación que me traslada a tiempos pasados. Calles diáfanas y terrazas sin aglomeraciones donde siempre se encuentra mesa en torno a la que sentarse a tomar caña y tapeo.
No hace falta reservar restaurante con dos días de anticipación para almorzar o cenar, y los camareros más relajados y menos explotados te atienden con tranquilidad y conversación.
Sevilla sin turistas es Sevilla recobrada
Todo me recuerda a la ciudad que conocí hace años cuando vine a vivir aquí atraído por la belleza de sus rincones y monumentos, la amabilidad de su clima –menos en verano, todo hay que decirlo— y la cordialidad de sus gentes, hoy convecinos puesto que ya me siento uno de ellos.
Recuerdo recién llegado que, al segundo día de desayunar en el mismo bar, se habían quedado con mi cara y me servían la “tostá” tal y como la había pedido los días anteriores. A los tres o cuatros días ya me llamaban por mi nombre.
Las primeras Semanas Santas que viví, guiado por amigas y amigos autóctonos podía colocarme tan cerca de los pasos que escuchaba el silencio, sí el silencio y el arrastre de los pies de los costaleros. Emocionante hasta para un agnóstico como yo.
Las primeras Ferias de Abril, podía situarme el día del encendido debajo mismo de la portada en un grupo distante de los otros como para no sentir ningún tipo de aglomeramiento.
Todo esto se fue deteriorando, primero lentamente. Pero con el paso del tiempo cada vez más y más gente foránea –guiris, término muy frecuente por aquí para referirse a los turistas– acudía ya no solo a los acontecimientos festivos de la ciudad, si no de forma permanente y masiva.
Este “natural” crecimiento al principio era soportable, traía riqueza y no afectaba demasiado la vida cotidiana de los pobladores de la ciudad pero… llegaron los vuelos low cost, las grandes cadenas hoteleras, los fondos buitres, compradores de apartamentos…
Y es que… el turismo en Sevilla
En los últimos años, se han cerrado comercios tradiciones; los habitantes del centro han sido desplazados y el corazón de Sevilla se ha convertido en un “Sevillaworld Parque Tématico”. Las hordas turísticas como langostas, lo invadieron todo y todos los días del año.
En fin, como en cualquier otra ciudad patrimonial: Madrid., Barcelona, Roma, París, Venecia…
La trágica y desoladora pandemia es un desastre pero al menos ha destapado y ha puesto, de nuevo, en cuestión el modelo de desarrollo turístico, ya criticado hace tiempo por sus problemas medioambientales y sociales.
Pero parece que el sector turístico empresarial no aprende o no quiere aprender ni siquiera de los grandes desastres.
Con una Sevilla sin turistas se escuchan muchos lamentos y pocas alternativas. Todo se reduce a números y más números… y siempre el mismo argumento: los puestos de trabajos que se pierden. En eso tienen razón, pero… tal vez deberían decir los subempleos precarios que reducen para no sufrir demasiadas pérdidas.
A muchos se les llena la boca con el discurso del “turismo sostenible” mientras pelean por abaratar los precios para atraer a más, más y más turistas. Mientras escribo esto escucho por la televisión que tres compañías aéreas van a competir en sus precios para atraer pasajeros.
La solución de siempre, latas de sardinas volantes
Hay algunos lugares, pocos, donde sí saben hacer un turismo sostenible: Galápagos, Bután… y en todos ellos la única medida es controlar y evitar la masificación. Pero para eso hace falta voluntad política y contundencia para aguantar las presiones de los lobbies. Esos cuya política es “cuantos más, mejor”
La vida sigue, los muertos también y mientras tanto, agazapado, el turismo espera a volver a invadirlo todo, como antes, hasta la próxima pandemia o el próximo desastre ecológico.
Cuando las hordas de turistas vuelvan a Sevilla me retiraré de nuevo a pasear por mi barrio, fuera del casco histórico.
Allí es donde me encuentro habitualmente con la ciudad de antes: en una bodega donde la caña cuesta 1 euro y la tapa 1,50 (nada de comida fusión); en la feria del barrio, los pequeños comercios o las procesiones de la parroquia.
Allí todavía pervive el espíritu autóctono de las gentes de Sevilla. Los turistas no lo saben, pero lo siento, no les voy a decir dónde está. Se llenaría de guiris y lo estropearían todo.
Cuando vuelvan, dejemos que presencien el show del centro. Con ellos retornarán los deseados puestos de trabajo, tan precarios como antes. Y los de siempre volverán a tener pingües beneficios mientras hablan del turismo sostenible.
Autor: Mariano Belenguer, profesor y periodista de viajes Detrás del medio Periodismo de Viajes editado por la Sociedad de Periodismo de Viajes.