16 de agosto 2016
Actualización: 26 de octubre 2022
Llevaba una semana en Granada y no comprendía lo de que la llamen el París de Centroamérica. Nicaragua no tiene nada que ver con Francia; ni Granada, con París. Hace calor, el cielo es tropical, las casas no superan las tres plantas de altura, se reza en iglesias coloniales; no hay tacones altos en las aceras, no hay escaparates, no hay baguettes, no hay espuma en el café, no hay ferrocarril.
En Nicaragua no hay tren que lleve más al sur.
Aquí Paul Theroux se habría quedado tirado: “Tan al sur como me llevaran los trenes que salían de Medford (Massachusetts)”, así resumió su plan en El viejo Expreso de la Patagonia. En los años 70 salió de su casa y llegó cerca de la Patagonia siguiendo un camino de raíles. Odio a Paul Theroux, también a Maruja Torres, que en 1993 hizo el mismo viaje, pero de sur a norte, para escribir Las metáforas de América. En general odio a todo aquel que sí viajó por Latinoamérica en tren. Hoy el ferrocarril solo es óxido.
Los últimos billetes del Ferrocarril de Nicaragua fueron los del 20 de junio de 1993
José Martín Cortés me lo muestra: Agarra un folio y lo pone en la pesada perforadora, acciona la palanca y la superficie queda agujereada con la fecha del último día (6:20:93) en que el ferrocarril salió de la estación de Granada hacia Managua. Los números llevan en la misma posición veintitrés años, como un reloj sin pilas.
“¿Sabe lo más extraño? Algunos compañeros cuentan que hay una locomotora del ferrocarril andando en la India.”
La historia no estaba en hallar las siete diferencias entre Granada y París. La historia estaba en averiguar cómo desaparece un ferrocarril entero, cómo una locomotora del antiguo Ferrocarril del Pacífico de Nicaragua acaba en la India.
Estamos en la antigua estación de Granada rehabilitada por el Fondo de Cooperación Española. De las veinte estaciones que hubo a lo largo del ferrocarril, ésta es la única que está mejor hoy de lo que lo estaba en la época dorada.
Funciona como museo y como centro de capacitación para que los jóvenes aprendan un oficio. Al llegar me lo encontré todo cerrado. Ni jóvenes, ni visitantes. De detrás de la reja, me habló el encargado de seguridad. Me dijo que estaba cerrado, que no había nadie. Más allá, bajo una sombra, vi a cuatro hombres sentados alrededor de una mesa. Era evidente que me estaba dando largas. Le dije que era periodista, que venía a conocer el museo.
Esto del periodismo hace que te abran todas las puertas o que te las cierren. En esta ocasión me las abrió. Por suerte no me pidieron ningún carnet, ni pase, ni acreditación, ni título académico.
En el país de Rubén Darío siguen creyendo que las letras son una vocación ¡País de poetas!
“Todo lo metálico se vendió a una fundición de El Salvador, las locomotoras, a Costa Rica, al Perú…”, dice José Martín Cortés: voz aguardentosa, sandinista, presidente de la Asociación de Combatientes y Colaboradores Históricos de Granada, responsable del museo del antiguo Ferrocarril del Pacífico de Nicaragua.
Me cuenta que a la inauguración de la estación vino Antonio Lacayo, que él estaba detrás suyo, que cuando éste vio la Bluefield, la poderosa locomotora de 1920 que se exhibe en el museo, y los vagones naranjas que se conocían en la época como “los pollitos”, exclamó “¿Y esos chanchos ande estaban?” Se pensaba que lo había vendido todo…
Tampoco vendió, hoy está ahí expuesto, el antiguo vagón presidencial que usó el dictador Anastasio Somoza García, fiel dictador del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, y que pasó a la historia por ser definido exactamente: “Puede ser que Somoza sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”.
Lo que sí vendió, o no se conservó, fue el vagón que llevó con todos los honores a Rubén Darío a Managua después de su paso por Europa.
Antonio Lacayo ha pasado a la historia de Nicaragua como el liquidador del ferrocarril. Todos le señalan a él. Antonio Lacayo es el yerno de la expresidenta Violeta Chamorro. Vendió a kilos todo lo que pesaba, los durmientes de las vías, las treinta y dos locomotoras, los setenta carros de pasajeros, los cincuenta vagones de carga y las ochenta y nueve plataformas
¿Cuántos córdobas fueron? Muchos para un país como Nicaragua.
Salgo del museo. Hace un calor de mil demonios. Paso por la Plaza de Sandino. Ahí está la figura del eterno general, a pleno sol sin descomponerse. En la mística revolucionaria que maneja el presidente Daniel Ortega, Antonio Lacayo representa la corrupción política de la derecha.
Pero el problema de Nicaragua es que su historia se resumen así: Pasó del somocismo, al sandinismo, y de éste, al orteguismo. La Nicaragua revolucionaria se acabó, como se acabó el ferrocarril, un poco por culpa de todos. Hoy en Latinoamérica, Paul Theroux no pasaría en tren de México.
En la antigua estación de Granada, cuentan que, tras más de ciento quince años recorriendo el Pacífico, hay una locomotora (creen: quiero creer) marchando orgullosa sobre raíles. Lo hace en la India, que, como Nicaragua, nada tiene nada que ver con Francia.
La nostalgia del viajero vendida por kilos. Que gran relato. Ahora todo es, quizás, pedazos de memoria que cuentan que alguna vez hubo viajeros en ese tren cargado de tantos sueños y seguro de historias que no se conocieron. Excelente relato¡¡¡
Misma triste historia que se repite en varios países de Latinoamérica, donde también el Ferrocarril tuvo sus años de oro. Ahora en Aguascalientes México sólo queda un triste museo del ferrocarril que muestra vestigios de lo que algún día fue y ya no será..
Nina, ahora que recuerdo, hice ese viaje en ese tren de Aguascalientes a Zacatecas. Era como de dos horas, creo. Fue en 1994-95 tal vez. Y tengo muy poca memoria del tren, pero lo poco que recuerdo, lucía ya el deterioro. Supongo que hablamos del mismo. ¿Será?