Me acabé acostumbrando a ver esas pequeñas construcciones, como casas de muñecas por todos lados. Tanto a la intemperie como en el interior. En el suelo o elevadas por pilares. Son las Phra Phum San, conocidas como casas de los espíritus que los tailandeses colocan en sus hogares o negocios para que sirvan como residencia del espíritu guardián de ese terreno, quien protege a las personas que allí viven o trabajan y aleja a los malos fantasmas y la mala suerte.
Desde el comienzo de mi periplo en Tailandia tuve que asimilar que las personas conviven con fantasmas y que éstos tienen derecho a un hogar y a unos cuidados. Estas creencias animistas son bastante anteriores a la introducción del budismo, pero se encuentran perfectamente integradas con esta corriente de pensamiento procedente de la India y que practica el 95% de la población.
Los tailandeses consideran que los espíritus habitan en todas partes y, por tanto, lugares y objetos están vivos y tienen alma. Aunque los espíritus guardianes son considerados benevolentes, los habitantes los respetan y temen. Para evitar problemas, deben estar bien cuidados. Los moradores y personas cercanas a las distintas Phra Phum San son los responsables de mantenerlos contentos o apaciguados a través de ofrendas, que tienen forma de varillas de incienso; cintas de colores; alimentos; así como bebidas, siendo la Fanta de fresa, que curiosamente recuerda al color de la sangre, una de las más comunes en estas pequeñas viviendas.
Mae Nak, un fantasma muy popular
Además de las casas de los espíritus, en Tailandia hay santuarios donde se veneran otras almas y no pude dejar de ir a uno de ellos. En una gran ciudad como Bangkok, en continuo crecimiento y modernización, también hay tiempo para las tradiciones y la espiritualidad. No muy lejos de la enorme estructura del Skytrain, junto al canal de Phra Khanong, se encuentra el santuario de Mae Nak, un espíritu femenino que recibe diariamente la visita de un gran número de devotos que le imploran buena fortuna.
La leyenda cuenta que Mae Nak fue una mujer que vivió a mediados del siglo XIX en el barrio de Phra Khanong. Murió al dar a luz al mismo tiempo que su marido era herido en la guerra. Sin embargo, regresó de la muerte convertida en fantasma para seguir junto a su esposo. Cuando éste regresó de la guerra, sus vecinos trataron de advertirle de que su mujer era un fantasma, pero no les creyó y vivió sin darse cuenta con dos espíritus. Un día a Nak se le cayó un limón al piso de abajo mientras preparaba la comida y al atravesar el suelo con su brazo para cogerlo, su marido descubrió la verdad y huyó al templo Wat Mahabut, para refugiarse, pues los fantasmas no pueden entrar en ellos. El dolor y la rabia llevaron a Nak a aterrorizar a la población local por haber ayudado a escapar a su marido, hasta que un exorcista la confinó en un tarro de arcilla y lo arrojó al canal. Pero aquí no acaba la leyenda, unos pescadores lo encontraron y sin querer destaparon el recipiente, dejando libre al espíritu. Finalmente, el venerado monje Somdet Phutthachan llegó a un acuerdo con ella, quien aceptó irse al más allá con tal de reencontrarse en el futuro con su marido.
Ésta es la versión más conocida, aunque también se dice que cuando murió, sus hijos, celosos de que su padre se volviera a casar y que la herencia se compartiera con una madrastra, se inventaron la historia del fantasma para asustar a la gente. Realidad o ficción, resulta evidente la celebridad de Mae Nak dado el considerable número de películas, series, dibujos animados y cómics que se han realizado acerca de su historia.
¿Por qué es tan popular Mae Nak? Además de por la ficción, los tailandeses le han concedido numerosos poderes. Le piden buena suerte en la vida, amor, un buen parto, librarse del servicio militar y hasta le atribuyen el hecho de adivinar los números de la lotería. Todo esto tiene relación con su historia, al tratarse de una mujer embarazada que murió al dar a luz. Lo del ejército también tiene sentido, pues su marido fue herido en la guerra. En Tailandia, el servicio militar no es obligatorio, pero si no hay suficientes voluntarios se hace un sorteo, y muchos piden a Mae Nak evitar entrar en él. Quizá el hecho de que se le atribuya la predicción de los números de la lotería es lo que menos encaja, pero muchos tratan de aprovecharse de su fama y seguir magnificando su leyenda.
El hogar de Mae Nak
El barrio de Phra Khanong me pareció otro mundo. No podía creerme que siguiera en Bangkok. Después de atravesar el callejón On Nut, llegué a una explanada donde divisé el templo de la leyenda, el Wat Mahabut. Me di cuenta enseguida de que era la única occidental por allí, una faráng (extranjera) que no pegaba en el ambiente. Los papeles se habían cambiado, ahora eran los tailandeses los que me miraban con curiosidad. Hasta una anciana, de la mano de su nieta, se me acercó para preguntarme si podía tomarme una foto con la niña. Aunque me sorprendió, le complací y ella me lo agradeció con la sempiterna sonrisa que comparten todos los tailandeses.
Continué hasta el canal. Al otro lado se alineaban casas bajas con pilares de madera que se perdían bajo el agua. En la entrada de los hogares se apilaban varios enseres, como macetas, cubos, tendederos de ropa…, pero lo que se repetía en todos era la presencia de una o varias barcas, el único medio de cruzar de una orilla a otra. Después de contemplar la vida fluvial, gracias a la que visioné en pequeña escala cómo era la vida hace años en Bangkok, me dediqué a pasear por la zona hasta encontrar el santuario. Aunque llamar santuario a aquel lugar es exagerado. No tenía nada que ver con los templos más humildes de Bangkok, más bien parecía un local de mercado, con un techo bajo hecho con planchas de acero.
La vida era animada en los alrededores del santuario, donde se tejía todo un negocio de la suerte y la superstición que vive de su leyenda y fama. Además de los puestos de ofrendas y comida, había vendedores de lotería y adivinos. Abundaban las mujeres pitonisas, vestidas con coloridas blusas y maquilladas en exceso, que embaucaban con sus palabras a las jovencitas que se sentaban frente a ellas. Muchos devotos, tras visitar al fantasma, compraban un boleto, con muchas posibilidades de ser el ganador, según les había revelado el espíritu. Los puestos de los astrólogos y videntes también bullían de actividad, y es que muchos tailandeses consultan a estos especialistas para decidir la fecha más propicia para un determinado acontecimiento, como una boda, propio de una sociedad supersticiosa; así como para conocer su futuro en temas de amor, trabajo o salud.
Dejé mis zapatos a la entrada y accedí al interior, donde un olor penetrante a incienso me abofeteó en la cara. El local parecía una tienda por la gran cantidad de objetos presentes. Al margen de las figuras, flores, guirnaldas de colores, platos de comida, y bebida pero, lo que me llamó la atención fueron las pertenencias femeninas y de niños pequeños. También me parecieron curiosos los troncos de árboles que traspasaban el techo y permanecían ocultos bajo una maraña de telas coloridas que la gente anudaba como una ofrenda. Me giré y mis ojos se centraron en el foco de las miradas: ahí estaba la macabra representación de Mae Nak y su bebé. Si el objetivo era crear una figura que causara aprensión y suscitara temor y respeto, lo habían conseguido. Los rostros angélicos de los cuadros que colgaban de la pared, así como los que había afuera, parecían ser únicamente fruto de las hermosas actrices que habían interpretado al fantasma en las películas que se habían hecho desde principios del siglo pasado.
Me acerqué hasta la anfitriona. Su piel, a base de pedacitos de pan de oro, resultaba fría y rugosa al tacto. Su pelo negro azabache le llegaba hasta el pecho, y su cara presentaba un maquillaje nada discreto, labios rojos y sombra de ojos rosa chillón. También lucía, en esta ocasión, un vestido a cuadros negros y dorados (pues su ropa cambia con regularidad), un cinturón a juego y varios collares y pulseras que hacían más extravagante aquella figura. ¡Hasta su cuerpo estaba impregnado de perfume!
Colgados en perchas y ocultando la pared del fondo, aparecían a la vista una serie de finos vestidos de mujer cubiertos por una funda de plástico transparente, que el aire que agitaban los ventiladores movía con suavidad, provocando sonidos que parecían los susurros del fantasma. En las estanterías de una cómoda cercana se amontonaban peluches, coches de juguete, pañales, cremas, biberones, colonia, pintauñas, zapatos… Todo para que a Mae Nak y a su bebé no les falte de nada. Aunque realmente había dos bebés, uno en su regazo y otro a su derecha, vestido con un conjunto de color rosa.
A pesar de la concurrencia, nada rompía el silencio del lugar, salvo el sonido de un televisor encendido que nadie miraba. De hecho, la pantalla no apuntaba hacia las personas, sino a Mae Nak, que se entretenía viendo una telenovela de fantasmas. Según supe más tarde, se trataba de Pob Pee Fa, una serie muy popular en Tailandia.
Las personas compraban ofrendas fuera o allí y un pedazo de papel con una hoja de pan de oro en el centro. A continuación se arrodillaban con la cabeza mirando hacia donde se encontraba la figura sentada de Mae Nak, y rezaban con las manos juntas. Terminada la plegaria, encendían la vela o la varilla de incienso y la colocaban en la tierra de un largo macetero. Era el momento de levantarse, dejar las donaciones en una repisa y subir un par de escalones para ir al encuentro del fantasma y su hijo. Frente a ellos repetían el saludo thai y pegaban la hoja de pan de oro en una parte del cuerpo de la estatua. Algunos también dejaban billetes en una de las bandejas o los colocaban en el cinturón de Nak.
Había fieles que se acercaban a unos cuencos y, sin mirar en su interior, sacaban una bola amarillenta con un número impreso. La miraban por unos instantes y la devolvían a su recipiente, finalizando con el sempiterno gesto de las manos. Comprendí que las bolas numeradas estaban relacionadas con la lotería.
Antes de marcharme deposité un billete de cincuenta bahts en una de las bandejas frente a la estatua y agradecí su recibimiento con el saludo tailandés. Aunque no soy supersticiosa, era lo menos que podía hacer después de que Mae Nak me hubiese abierto las puertas de su barrio y su casa. Cuando salí del recinto volví a ser una extranjera más que paseaba por Bangkok. La vida seguía ajena a lo que acaba de presenciar. El tráfico era de locos, los tuk-tuk me abordaban continuamente, y ante mí no había casas bajas sino imponentes rascacielos y centros comerciales que ocultaban la espiritualidad y las tradiciones de una urbe en continuo cambio. Pero estaba claro que entre nosotros los fantasmas también seguían con su vida.
Sin duda que en cualquier casa de un tailandés debe haber una casa de espíritus a los que hay que cuidar, ubicada en el sitio correcto e inaugurada por una ceremonia con un monje budista que es precisamente quién debe indicar su correcta ubicación. En mi casa en Chiang Mai,por supuesto, tenemos una y damos de comer a los espíritus todos los días.
¡Excelente e interesante artículo!
Me alegro mucho de que te haya parecido interesante, Jan. Haces bien en tener en tu casa una casita de espíritus y que los alimentes cada día para que cuiden de tu hogar. No sabía que los monjes deben indicar su ubicación y hacer una ceremonia para ello. Siempre se aprende algo nuevo. ¡Muchas gracias!
Saludos Virginia, me ha gustado mucho esta narración, como casi todo lo que escribes.
¡Muchas gracias, Salvador! Lo mismo digo yo de tus fotografías, ¡geniales!