Desde el verde de la naturaleza norteña hasta el azul de las playas del sur, pasando por el dorado de las chedis y templos, Tailandia es un país colorido y vistoso. Pero esta variedad no sólo queda al azar de la naturaleza o el arte. Como sociedad animista y supersticiosa, los tailandeses tratan siempre de dar un sentido a todo lo que les rodea. Tanto es así que hasta los colores, desde el período de Ayutthaya, están asociados con los días de la semana, y con cada persona según el día en que nació.
Amarillo para el lunes.
Rosa para el martes.
Verde para el miércoles.
Naranja para el jueves.
Azul para el viernes.
El color del poder en Tailandia
Las chedis de los templos emergen de la oscuridad y comienzan a brillar con los primeros rayos de sol. Cerca de Chiang Mai, en un pequeño poblado donde conviven diversas etnias, las conocidas como “mujeres jirafa” posan para las cámaras de los turistas y tratan de venderles sus manualidades.
Muchos olvidan o ignoran la precaria vida que llevan estas mujeres al quedar maravillados por sus collares de latón que deforman sus cuellos desde que son niñas. El amarillo es una singularidad en plena naturaleza, pero cuando nos acercamos a las ciudades, toma todo su protagonismo.
Es el color del poder, que se desdobla en el budismo y la monarquía. Todos los templos y adornos budistas emplean el amarillo y el dorado, que reflejan la luz de Buda. De ahí que muchas de las ofrendas sean velas e incienso, especialmente durante el Khao Phansaa o cuaresma budista, que se celebra con la llegada de la estación de las lluvias, cuando los monjes se retiran por unos meses al interior de los templos.
La monarquía también es la abanderada del amarillo, porque el rey actual, Bhumibol Adulyadej, nació un lunes. Sus escudos y estandartes son de ese color y el día de su cumpleaños es fiesta nacional, además de celebrarse el día del padre. El rey es la persona más importante del país después de Buda y todo un gran pilar de la sociedad thai. Por ello no es raro encontrar retratos suyos en muchas casas y negocios. Sin embargo, con ochenta y seis años, los tailandeses se preguntan qué pasará cuando él ya no esté; cuando concluya el amanecer.
Martes, la sonrisa de la flor de loto
Una de las expresiones tailandesas que se contagian con mayor rapidez en el visitante, además del conocido saludo thai (sawasdee ka/kap), es la sonrisa. Aunque universal, es el gesto sempiterno de los tailandeses, que asoma a sus rosados labios de manera espontánea y sincera. A veces no hace falta decir nada, no es obligatorio conocerse… la sonrisa es la mejor forma de saludarse, expresar gratitud y pasar por la vida de otras personas, aunque sea durante unos segundos.
En ciudades como Bangkok, hasta los taxis pueden llegar a ser de color rosa. Los interiores de estos vehículos son verdaderos museos. Postales del país pegadas en cualquier rincón a modo de guía turística, billetes de diferentes zonas del mundo grapados en el techo, figuras de budas y otros adornos colocados en el salpicadero, son algunos de los adornos que se pueden encontrar en muchos de ellos.
No obstante, la pieza más habitual son los malai o guirnaldas de flores, que cuelgan del retrovisor. Normalmente son capullos de jazmín entrelazados junto con rosas u orquídeas, que hacen de amuletos efímeros. Antes de que se marchiten, los conductores compran, desde su ventanilla, otra nueva a las mujeres que venden entre el tráfico, y así evitar la mala suerte.
El rosa también tiñe las flores de loto, presente en muchas ofrendas, estanques —como el de la Universidad de Chulalongkorn—, parques y jardines botánicos del país y, sobre todo, en el maravilloso lago de Daeng Talay Bua o “el mar de las flores de loto rojas” en la provincia Udon Thani, al noreste del país, cuyas flores mudan del rojo al blanco pasando por todas las variedades del rosa.
Muchas frutas también visten este color tan delicado y atractivo, como la famosa fruta del dragón o el sabroso y peludo rambután. Asimismo, la Fanta de fresa es una de las bebidas más consumidas, pero no por los humanos, sino por los espíritus, pues es habitual ver las botellas abiertas con su respectiva pajita junto a las phra phum san o casas de los espíritus a modo de donación.
Miércoles, el placer por lo natural
El verde se muestra en todo su esplendor en provincias como Chiang Mai, Kamphaeng Phet, Kalasin o Sakon Nakhon. Además de visitar templos, ruinas, mercados, darse un masaje o disfrutar de la gastronomía tradicional, estas zonas invitan a caminar por la selva, bañarse en cascadas o practicar deportes de aventura como el rafting. Otro atractivo son los elefantes, el símbolo del país.
Aunque todavía se le emplea de forma abusiva en excursiones o en recintos donde se les enseña a ponerse sobre dos patas, pintar o bailar, en la actualidad se está potenciando un turismo más respetuoso con este noble animal. De hecho, varias instituciones y organizaciones no gubernamentales no han tardado en aparecer para crear reservas y parques naturales adaptados a sus necesidades y cuidados.
Hasta en las ciudades más urbanizadas como Bangkok, el verde encuentra su lugar natural en los parques, como el Lumphini, un verdadero pulmón entre tanta polución y cemento en forma de grandes rascacielos y centros comerciales. Al entrar se siente un choque sonoro y visual importante. El ruido constante de la urbe se desinfla y se puede llegar a escuchar el silencio.
Una gran variedad de aves, ardillas y los reptiles más variopintos campan a sus anchas mientras los tailandeses cuidan su cuerpo y su mente practicando taichi, corriendo, jugando a bádminton o participando en una clase de aeróbic.
Pero el verde no sólo esconde lo natural. En pleno centro de la capital, una imagen de este color es venerada y visitada todos los días por fieles y turistas: el Buda Esmeralda. Una figura de sesenta y seis centímetros que, desde que se descubrió su valor en el siglo XV, estuvo en varios templos del norte, fue saqueada por los birmanos, recuperada de nuevo y trasladada a la antigua capital de Thonburi, hasta situarse finalmente en la capital actual, en el templo Wat Phra Kaew, dentro del recinto del Gran Palacio Real. Lo cierto es que, a pesar de ser la principal atracción del templo, apenas se ve, debido a su pequeño tamaño y a la cantidad de figuras y decoraciones que le rodean. Además, no está permitido hacer fotos, y lo mejor es entrar y salir sin detenerse demasiado para evitar la aglomeración.
Jueves, la elegancia de Buda
El interior de los templos deslumbra a uno cuando entra. El brillo constante del amarillo, dorado y naranja lo impregna todo. Está en las figuras de buda, en las columnas, en los murales, en el techo… El conjunto es tan homogéneo y abigarrado que los ojos se acostumbran y llega un momento en el que nada destaca por encima de lo demás. Vale entonces la pena admirar los colores del budismo al aire libre. Bien en los parques históricos de Ayutthaya o Sukhothai, antiguas capitales del reino de Siam, donde la gama de grises, blancos y negros de las ruinas potencian el naranja de las adornos y vestimentas de las figuras de Buda, que parecen cobrar vida; bien en cualquier calle del país, especialmente en los recintos de los templos, donde pasean los monjes ataviados con túnicas de color azafrán, propias del budismo Theravada.
Viernes, la vida bajo el agua
Cuando el barco de turistas se acerca al puerto de la isla tortuga (Koh Tao), se mire donde se mire, las señales que invitan a bucear son claras: “Diving”, “PADI scuba diving courses” o “Apnea Total” rezan los carteles de la mayoría de los negocios. En realidad, no hay mucho más que hacer allí. Aparte de descansar sobre la arena, darse un baño en playas como Aow Leuk, recorrer a pie o en moto la isla, salir de fiesta o visitar la cercana Koh Nangyuan, el buceo es la actividad que lo absorbe todo.
Después de dar un salto de gigante desde el barco, la primera sensación bajo el agua es de inseguridad y dolor de oídos. Pero cuando uno se acostumbra a desenvolverse con todo el equipo (neopreno, chaleco, cinturón de plomos, bombona, reguladores, aletas, gafas y snorkel) y a respirar por la boca, la normalidad de renueva, y se empieza a disfrutar del paisaje marino. El silencio se ciñe al cuerpo y relaja los sentidos. Nada perturba el ambiente. Los peces se acostumbran a las burbujas de los buzos y se dejan ver. Peces ángel, pepinos de mar, barracudas, peces globo, o incluso tortugas, se pasean entre rocas, coral, algas y plantas que cimbrean sus hojas al menor movimiento.
Sábado, la vía del arte y la creatividad
A la hora de comprar, hay que sacar los bahts de la cartera, la moneda de Tailandia, cuyos billetes también se clasifican por colores. Uno de los mayores, el de 500 THB, es de color violeta, y con él, entre otras cosas, se puede pagar la entrada al Gran Palacio Real de Bangkok o excursiones desde la capital a Ayutthaya o al mercado flotante y al puente sobre el río Kwai en Kanchanaburi. El violeta también es el color de la creatividad artística, y no es raro que muchas paredes de escuelas de música, danza y teatro estén pintadas de este color.
Domingo, la atracción de la buena suerte
Arrodillado en la alfombra color tomate, un monje pronuncia unas palabras en tailandés a modo de oración mientras bendice con agua a fieles y visitantes. Finalmente, les coloca una pulsera de color rojo o blanco para darles buena suerte. A los hombres en la muñeca derecha y a las mujeres en la izquierda. Antes de salir, la gente no se olvida de dejar un donativo en las cajas con ranuras que hay a los lados.
El rojo está presente, junto al azul y el blanco, en la bandera tailandesa, y representa la sangre derramada para mantener la independencia del país. También en el escudo del país, formado por la representación de Garudá, un ser mitad hombre mitad águila, que representa la fuerza, la perseverancia y la esperanza.
En los mercados, como el de Muang Mai de Chiang Mai, uno de los productos más llamativos son los rojizos, como las guindillas, que aunque las llevaron los portugueses desde Sudamérica a Asia, actualmente son uno de los ingredientes característicos de la cocina thai y de muchas otras nacionalidades asiáticas.
En Bangkok, el monumento rojo por excelencia es el Sao Ching-Cha o Columpio Gigante, frente al templo Wat Suthat. Aunque hoy sólo parece un adorno más, desde finales del siglo XVIII hasta principios del XX fue empleado en la celebración brahmán en honor a Shiva, en la que los monjes se columpiaban para alcanzar una bolsa de oro colgada a quince metros de altura sobre un poste de bambú; una ceremonia que fue suspendida por las excesivas pérdidas humanas.
Los visitantes suelen desplazarse por Bangkok en taxi, metro, tuk-tuk, barca o en el moderno SkyTrain; los autobuses rojos, en cambio, suelen estar llenos de locales que, acodados en las ventanillas abiertas por el calor, miran el exterior esperando que fluya el tráfico. Incluso algunos conductores o conductoras se entretienen en alguna labor, como el punto, para matar el tiempo.
El atardecer se cierne pronto en Tailandia. El sol desciende, oscureciendo las chedis de los templos, mientras los jóvenes se preparan para disfrutar de la noche. No hace falta que haya luna llena para celebrar una fiesta, la música no deja de sonar, los bares se llenan y los malabaristas juegan con fuego en la orilla de la playa.
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