Malta engancha. No encuentro otra explicación para haber hecho dos visitas en el mismo año, ni para que todas las potencias europeas hayan pasado por aquí en algún momento de la historia. Fenicios, griegos, cartaginenses, romanos, árabes, normandos, españoles, franceses y británicos recabaron en este diminuto país, el quinto más pequeño de Europa, -más incluso que Andorra- algo debe tener Malta. Será su mezcla de culturas, su patrimonio histórico, su situación geográfica, su mar – ese Mare Nostrum radiante -, su clima, o todo ello fusionado con el toque maltés en esta isla que los griegos llamaban Melite, dulce como la miel.
Es un país moderno plenamente integrado en la Unión Europea desde 2004. Está compuesta por tres islas, la más grande también se llama Malta, y es a la que llegué por su aeropuerto. Al norte están las pequeñas Gozo y Comino. Se encuentra en el centro del Mediterráneo, al sur deItalia, al oriente de Túnez y al norte de Libia.
Sus tres ciudades son iguales a cualquier otra localidad de las islas, si no fuera por el puerto repleto de barcos de todos los tamaños, por las fortalezas defensivas -algunas se pueden visitar, según estado de restauración-, y por calles como Triq San Duminku, una verde sorpresa entre tanto amarillo. Como también en cualquier otra población de Malta, hay iglesias para dar y tomar, puedes visitar una por cada día del año y, algunos museos como el Malta en Guerra – Malta at War, el Palacio del Inquisidor – Inquisitor´s Palace, único en el mundo abierto al público, y el Museo Marítimo – Maritime Museum. Pero sin duda, me quedo con la bahía.
Aquí algunas fotografías de Malta: la isla dulce del mediterráneo.
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