Caminaba sola por el Parque del Retiro de Madrid y parecía que iba pisando nueces. Miré a un grupo de jardineros trabajar. Se encontraban en el Paseo de las Estatuas, sonrían. No fueron los únicos trabajadores que vi aquel día, empecé a encontrarme a otros y otros que forman parte de la dinámica diaria del pulmón más importante de la ciudad.
La última vez que había estado en Madrid, que me hospedé cerca de las Ventas, también era otoño. Me acuerdo que aquel día deseaba pasar la tarde en el parque porque ya se había vuelto costumbre visitarlo. No sé, los grandes parques de las grandes ciudades ofrecen unas variadas formas de pasar el día; además de ser puntos de encuentro y espacios de recreación, me parecen un espejo de personalidades que emergen de la ciudad. La gente es la ciudad, y qué mejor que un espacio al aire libre, abierto, público como éste para observar a Madrid a través de los madrileños.
Además, solo las grandes ciudades tienen parques como estos.
Trabajar como jardinero en el El Retiro de Madrid ¡Imagínate!
El Retiro de Madrid es tan grande que en cada visita que hacía intentaba tomar nuevos caminos. Quería conocerlo en toda su extensión en un paseo de un par de horas y eso, poco a poco descubrí, era imposible. Aquel día de otoño me di el tiempo de conocer sus esquinas, recorrer el perímetro y descubrir otras zonas por medio de otras rutas; el parque es más grande de lo que puedo entender que son 118 hectáreas.
Saludé al jardinero. “Qué tal, ¿tomando fotos?”, me respondió con una sonrisa de sorpresa. Le dije que todo estaba muy bonito en esas fechas. Le pregunté que si tenía mucho trabajo. Y me respondió: “Tranquilo, está tranquilo”. Se presentó como Rubén Darío y al decir su nombre me miró esperando lo que seguramente ha repetido miles de ocasiones. Sí, como el poeta nicaragüense, pero yo soy dominicano, me dice. Rubén tiene siete años trabajando como jardinero en el parque y no está muy seguro de por qué tengo interés en su trabajo, sin embargo, es receptivo.
Quiero saber qué tal es trabajar en el parque. Y me responde con un: Imagínate, abre los brazos y mira a su alrededor. Me lo dice al mismo tiempo que se acerca su compañera, también curiosa. Ella es Yolanda Romero, madrileña que en marzo cumple nueve años en la jardinería de este parque, le hago la misma pregunta. Y me responde igual, sonriendo, con un: imagínate. Entonces, le pregunto por el trabajo, por si en otoño hay mucho: “En primavera es peor, sale la hierba por todas partes”, me dice.
Seguí por el Paseo de las Estatuas, ese gran camino de esculturas dedicadas a los Monarcas de España y llegué al punto central del parque, al lago. Solo en estos grandes parques, o es precisamente porque son grandes, se encuentran esculturas y monumentos que juegan un papel más allá que el decorativo en el espacio. Recordatorios, hechos que se siembran como árboles para que hagan raíz en puntos que se vuelven emblemáticos. Como el monumento dedicado al rey Alfonso XII, las hermosas fuentes, los jardines, La Rosaleda, los detalles de las farolas, las bancas, las puertas, el Palacio de Cristal, esto es un parque de otro nivel, va más allá de las áreas verdes y de un simple juego infantiles. También cuenta historias.
Seguí y caminé y caminé. Miré a una chica en bañador acostada bajo un rayo potente de sol, a unos niños de dos o tres años jugando en grupo, a un paseador de perros, a un grupo de hombres realizando meditación, a unas chicas haciendo yoga; me encontré a un par de jardineros más. A madres y sus carritos paseando a sus hijos, a chicos en bicicleta, novios caminando de la mano, compañeros de trabajo comiendo un bocata, hombres y mujeres solos, leyendo.
Llegué a una biblioteca. Una biblioteca pública que, aunque su nombre es Eugenio Trías, es conocida como La Casa de Fieras porque hasta 1972 había sido el zoológico de la ciudad; fue el segundo zoológico de Europa, por allá de 1774.
Le tomé algunas fotografías. Él no paraba de hablar, habló con todos, a todos nos presentó y llegó un momento en el que el parque se transformó en el jardín de Andrés, el de su casa. Nadie dejó monedas, nadie le compró un disco. Solo hablamos, de la vida, del día, del otoño. Nos despedimos unas tres ocasiones. Me fui y seguí caminando.
Veo mi reloj y pienso que nunca será suficiente. El Retiro, como la capital de España es de innumerables y distintas hojas de altos árboles, de gruesas y viejas raíces. Es densa. Habrá que venir un sábado por la mañana o un jueves por la tarde, habrá que venir siempre, incluir El Retiro de Madrid en cada visita a Madrid. Después de todo, por eso dicen que es una parada obligada. ¡Imagínate!