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martes, noviembre 19, 2024
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El país de las postales, Suiza

Viajar a Suiza fue como una cajita sorpresa. A veces la rutina decide darnos una tregua, entonces el presente nos sorprende con recuerdos que hablan de  lugares lejanos a nuestro hoy. Espacios físicos, pero sobre todo espacios sentimentales que construyeron vivencias, que marcaron una hoja de ruta, que confeccionaron un mapa viajero o un cuaderno de bitácora.

Así aparecieron estas postales de Suiza que perfilan mi visión de un país al que siempre han tachado de “neutral”, pero que para mi, tiene mucho que decir. Suiza es un territorio que enamora  sin quererlo y que lo hace por su belleza paisajística, sí, pero también por el carácter de su gente. Ya lo había leído en distintas opiniones del viaje*. Anfitriones, serviciales, hospitalarios y atentos, así son los suizos; siempre dispuestos a hacerte sentir como en casa. ¡Y multibilingües!

Un país pequeño en extensión, pero un gigante que se empeña en asustar a los alpinistas más experimentados con sus verticales caídas montañosas. Ese viento gélido que imprime el sello invernal a cualquiera de sus rincones y que siempre se podrá combatir con la comodidad que se siente en cualquier alojamiento del país helvético o con una infusión reconfortante a base de las populares hierbas medicinales.

Suiza, un destino del que el viajero se prenda  en invierno cuando los Mercados de Navidad y el Glühwein –el típico vino caliente tan popular en estas latitudes- son las estrellas ineludibles de las calles. Intuyo que en verano,  el país puede atraparte por siempre. Habrá que volver cuando se abra la temporada estival, mientras tanto estas postales para recrearse, para soñar en algunas de sus ciudades más encantadoras.

El encuentro con las postales de Suiza

Postal de Luzerna|Fotografía: Laura Medina

Luzerna era aquella mañana blanca envuelta en niebla que la acorralaba. Lucerna era un nido de gaviotas y cisnes que no temían al frío polar que soplaba sin descanso.

La única nota de color la ponían aquella bandera suiza y los tejados que relucían como nunca. El Kapellbrücke, aquel puente medieval de infraestructura de madera – el puente de madera más antiguo de Europa- , el lugar perfecto para enamorarse, aquella decoración navideña que me provocaba imaginarme la ciudad como una inmensa bola de cristal, de esas que se agitan para que comience el espectáculo de nieve.

Un paseo junto a la solitaria compañía de mi soledad, enfrascada en un sinfín de pensamientos, intentando despejar las dudas y los recuerdos de la noche anterior que se  amontonan y solicitaban un mínimo de atención. La noche de Lucerna, con una oscuridad que se podía cortar y con millones de luces que se me antojaban como las de un gran árbol de Navidad, con los sonidos de la música congelándose en el aire, mientras algunas parejas patinaban junto a la pista, frente a la estación central de trenes.

Saludos desde Suiza…

Basilea Laura Medina Alemán
Postal de Basilea|Fotografía: Laura Medina

Basilea se presentó por segunda vez y en esa ocasión se reafirmó, la idea de que en la vida siempre se debe dar una segunda oportunidad. Basel apareció de nuevo regalándome una tarde repleta de pequeñas sorpresas y regalos, en medio de un sol de fantasía y un frío tan fuerte que casi se podía tocar.

Aquella reconfortante sensación de contemplar el Rhin -ese  majestuoso río que otras tantas veces me acompañó durante mis viajes por Alemania- custodiado por dos amplias avenidas y por aquellas casas cuyos tejados parecían de oro, gracias al reflejo de aquel sol engañoso de diciembre. También los árboles, desde la distancia parecían pequeñas pepitas de oro que producían un efecto visual increíble y la tarde que intentaba atraparme  mientras recorría con ansiedad el casco más antiguo de la ciudad.

Pisadas sobre los adoquines que me dirigían hacia uno de los edificios más hermosos de la ciudad: el Ayuntamiento. Un edificio que empezó a construirse en el siglo XVI; sacado de un cuento de hadas, con su colorido rojo chillón con aquel patio interior y aquella escalera que invitaba a indagar en su interior.  Callejuelas solitarias en las que a ciencia cierta se perdían los amantes; boticas reconvertidas en auténticos museos de plantas medicinales; decoración navideña y mercados de Navidad que convertían de pronto a una ciudad aparentemente gris en un sueño multicolor.

“Münsterplatz” decía el cartel que daba la bienvenida a aquella plaza donde estaba situado uno de los mercados de Navidad – se dice que de los más bonitos y grandes de Suiza-. Las voces angelicales de aquel coro de niños y preadolescentes que se congregaban para deleitar a los viajeros que como yo, habíamos decidido entregarnos al espíritu siempre mágico de la Navidad. Mientras los estímulos sensoriales me llegaban de todos los frentes, tu recuerdo se colaba en los pasadizos de mi mente, salvaba la distancia geográfica y se materializaba en aquella esta ciudad a la que hay que conocer para enamorarse.

Recuerdos desde Suiza…

Zurich Laura Medina Aleman
Postal de Zurich|Fotografía: Laura Medina

Si me tuviera que quedar con una imagen de Zürich diría que fue aquella que me atravesó el alma como a un puñal. Desde las alturas, concretamente desde el piso número 36 de un edificio de 126 metros – el rascacielos más alto de toda Suiza- la ciudad de Zürich se rendía a mis pies o no sé si era yo la que me rendía a los suyos. El “Prime Tower” me ofrecía una vista panorámica “iluminada” por la magia de aquella urbe que me hacía sentir tan pequeña y al mismo tiempo tan grande. La experiencia de sentir que el mundo estaba ahí abajo a la espera de ser conquistado. Una vivencia  para repetir, a pesar de mi declarado miedo a las alturas.

Zürich también tiene una silueta sorprendente si se la mira con la luz del día. Atravesada por el río Limmat e invadida por varios puentes que conectan una y otra orilla del cauce, se me antojaba como una gran mujer, una urbanita, sofisticada, cosmopolita, elegante pero al mismo tiempo de una sencillez y cercanía absoluta. Elegancia informal, con boutiques que anunciaban precios inaccesibles, con callejuelas  que me llevaron hacia el barrio judío y con una estación de trenes que se había convertido en un inmenso mercado de Navidad. Era 4 de diciembre y un frío demoledor con un sol que hacía las veces de elemento decorativo en aquella postal de grandes montañas nevadas, cisnes que navegaban como veleros por aquellas aguas y almas perdidas y encontradas en el corazón de Europa.

Abrazos desde Suiza…

Suiza Laura Medina Aleman
Postales de St. Gallen y Church

En 24 horas dos ciudades, todo un reto muy bien aprovechado para vivir dos paradas ineludibles para el viajero que desee conocer la verdadera Suiza, la que habla de localidades en la falda de montañas que destilan nieve y tradición. Dos lugares para reencontrar el verdadero espíritu e idiosincrasia, donde la gente saluda con el popular “Grüezi” y te acoge con la marcada hospitalidad que verdaderamente sentí por parte de los suizos.

Una arquitectura característica con sus tejados a dos aguas de considerable pendiente, con tablones de madera que dibujan una ornamentación que me recordó a la de Estrasburgo en Francia y un confort de sus interiores que se asemejaba a esa sensación acogedora que se respira en las casas en Alemania, aunque mucho más acentuado.

De St. Gallen recuerdo un inmenso árbol de Navidad rodeado de nieve, junto a una iglesia protestante en la que dejamos un mensaje de esperanza; un almuerzo en un restaurante de madera en la que servían la mejor comida que había probado en días y un vino caliente que restableció nuestra alma. Aún siento la profunda melancolía que sentí al mirar desde el ventanal de aquel centro de congresos, cuando la noche ya había atrapado a St. Gallen dejándola aparentemente deshabitada.

A Chur llegaría a media noche, cansada tras conducir después de algo más de una hora por una de las autovías que conectan el país helvético. El hotel Romantic Stern era como un refugio que invitaba al descanso emocional y físico. Localizado en un punto céntrico, a los pies de un gigante nevado, acogía al viajero en sus habitaciones de madera, con grandes ventanales,  aromas a hierbas medicinales y una cama en la que se dormía como en el paraíso.

El día 6 de diciembre, el día de San Nicolás, nevaba en Chur. Tras una mañana dura de trabajo, y un desayuno muy entretenido, preparé mi equipaje y abandoné aquella  habitación que había sido mi hogar durante una noche. Llegaba el momento de las despedidas, aquel roadshow por Suiza llegaba a su fin y debía emprender la vuelta a casa.  Detesto decir adiós, pero eso nunca lo podré evitar.

De repente me vi en aquella estación de tren mirando hacia una de las montañas que cobijaba a Chur, recordando a los personajes de Heidi, aquellos dibujos animados que marcaron mi infancia y que se desarrollaban en una aldea suiza, que perfectamente podría ser Chur. El frío se hacía insoportable, pero me mantuve inmóvil, recapacitando todo lo que había vivido en aquella semana y todo lo que debía solucionar a mi regreso a mi isla. Mezcla de sentimientos que se movían entre dos extremos: felicidad y tristeza. Me dejé embaucar por esa vorágine que no podía parar, mientras se empezaba a anunciar la llegada del tren. Subí al vagón, no recuerdo si eché un último vistazo y dejé que aquellos railes me llevaran hacia el siguiente destino.

Hasta siempre Suiza…

*Travelgenio

Laura Medina Alemán
Nació en las Islas Canarias, España. Sus estudios se concentran en el periodismo y el turismo en un viaje constante a través de la literatura, la música, la fotografía y las terminales de aeropuertos.
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