La mirada de Bentejuí, el joven guerrero indígena, estaba clavada sobre el hombre que le había traicionado, su antiguo líder Tenesor Semidán. El que fuera guanarteme de la isla de Gran Canaria hasta marzo de 1482, había sido capturado por el ejército real y conducido frente a los Reyes Católicos. En la península, fue bautizado con el nombre de Fernando de Guanarteme. Como aliado del ejército conquistador, Fernando volvió a la isla y trató de que sus antiguos súbditos se rindieran. Pero la decisión estaba tomada: los indígenas resistirían el ataque en la fortaleza de Bentayga, en el corazón de la isla de Gran Canaria.
La caldera de Tejeda, una tempestad de piedra para Gran Canaria
El roque Bentayga domina el panorama de la caldera de Tejeda como un halcón oteando el horizonte. A sus pies, Tejeda, una de las pocas poblaciones de esta región volcánica, luce con orgullo la placa que la acredita como “uno de los pueblos más bonitos de España”. El camino que conduce hasta allí no es fácil. La caldera está formada por abruptos barrancos y es necesario emplear algo más de una hora para recorrer los 35 kilómetros que separan Tejeda de las Palmas de Gran Canaria.
La ruta desde la capital tiene una parada obligatoria: la cruz de Tejeda, situada a 1.560 metros de altitud. Este hito fue levantado en el siglo XVII como eje de coordenadas para los distintos caminos reales construidos en la isla. Desde este lugar, Miguel de Unamuno, en 1910, describió el paisaje como “una visión dantesca, aquellas negras murallas de la gran caldera, con sus crestas que parecen almenadas. Es una tremenda conmoción de las entrañas de la tierra, una tempestad petrificada, pero una tempestad de fuego, de lava, más que de agua”.
Esas negras murallas que describe Unamuno en Por Tierras de Portugal y de España fueron la fortaleza donde los indígenas canarios le plantaron cara al ejército invasor. Bentayga fue su penúltimo refugio antes de la derrota final. El hidalgo Pedro de Vera, acompañado del converso Fernando de Guanarteme, persiguió a los indígenas hasta el Roque Bentayga y las Cuevas del Rey, una fortaleza natural que resultó inexpugnable para el ejército castellano, el cual optó por el asedio ante la imposibilidad del ataque.
Las Cuevas del Rey, junto al Bentayga y el Roque Camello, forman parte del complejo arqueológico de la Sierra de Bentayga, una pequeña Capadocia en el corazón de Gran Canaria. Sus cuevas excavadas en la roca sugieren a los arqueólogos un origen cercano al siglo V aC, momento en el que llegaron los primeros pobladores de las islas, individuos bereberes provenientes del norte de África. Dos mil años después, los conquistadores peninsulares fijaron su atención en el archipiélago canario.
La conquista de Gran Canaria que duró un siglo
94 años tardaron los invasores en tomar el control total de las islas Canarias. En 1.402 los nobles peninsulares comenzaron la invasión de Lanzarote, Fuerteventura, el Hierro y la Gomera a cambio de un acuerdo de vasallaje hacia la Corona de Castilla. Años después, a partir de 1.478, sería la propia Corona la que se encargaría de la conquista de las islas más pobladas. Gran Canaria fue su primer objetivo.
Los habitantes canarios lograron resistir la invasión durante tres años. En ese tiempo, el ejército real solo había logrado conquistar un pequeño territorio, al cual llamaron el Real de las Palmas, la actual Las Palmas de Gran Canaria. Pero la llegada de Pedro de Vera en 1.481 lo cambió todo. Ese año fue el comienzo del fin para los canarios con la derrota de Arucas y la muerte del guerrero Doramas, uno de los jefes nativos más carismáticos. Doramas había conseguido algo impensable para la sociedad indígena. Trasquilado (plebeyo) de nacimiento, había logrado ascender en la escala social gracias a su fama como guerrero hasta convertirse en guayre, capitán y miembro de la nobleza isleña.
Antes de la llegada de las tropas reales, la isla estaba separada en dos guanartematos: el de Gáldar y el de Telde, gobernadas cada una por un guanarteme. Sin embargo, cuando los invasores pisaron la isla, ambas regiones eran dirigidas por un solo hombre, Tenesor Semidán. El que más tarde sería conocido como Fernando de Guanarteme se encontró con el poder de la isla por puro azar. Este era sobrino de Egonaiga Semidan, gobernador de Gáldar. La muerte prematura de Egonaiga y la minoría de edad de su hija Mesequera convirtió a Tenesor en gobernador interino de Gáldar. En Telde, una situación similar hizo que el guanarteme muriese dejando un único heredero, también menor de edad. Su nombre era Bentejuí. De esta forma, mientras el enemigo se disponía a conquistar la isla, Tenesor Semidán se encontraba al mando provisional de todo el pueblo canario.
La última morada de los canarios
Frente a la Jefatura Superior de Policía de Las Palmas de Gran Canaria se encuentra el parque de Doramas. En la zona oriental del parque hay un conjunto escultórico de bronce y piedra llamado “Atis Tirma”. En él, una figura humana aparece representada cayendo al vacío desde un montículo de piedras. Se trata de Bentejuí.
El joven guanarteme decidió conducir a su pueblo hasta una nueva localización tras varias semanas de asedio en el roque Bentayga. Había decidido refugiarse en el barranco de Tirajana. Localizado al sureste de la isla, este barranco es una brecha de roca y tierra excavada milímetro a milímetro por el río Tirajana en su camino hacia el océano Atlántico. En los alrededores del cañón se encuentra el asentamiento indígena de Ansite, el lugar en el que los nativos cayeron derrotados.
El ejército real persiguió a los canarios desde la caldera de Tejeda hasta su refugio en Tirajana. Comenzó así un nuevo asedio en el que Fernando de Guanarteme volvió a negociar la rendición con sus antiguos súbditos. Al fin, el 29 de abril de 1483 la princesa Mesequera se entregó junto a gran parte de los sitiados. Bentejuí se negó a ser capturado y se lanzó al vacío desde los riscos de Tirajana. La tradición cuenta que sus últimas palabras fueron “Atis Tirma, juro por Tirma, invocando el nombre de una montaña venerada por los indígenas.
La mirada pétrea de la estatua de Fernando de Guanarteme observa a los descendientes de aquellos que fueron sus súbditos en la actual localidad canaria de Gáldar. Traidor para unos, pacificador para otros, su historia se compara con la del jefe sioux Toro Sentado, que pactó la rendición con el gobierno de Washington para evitar la masacre de su pueblo.
Hoy día, Fernando de Guanarteme sigue creando polémica en las islas: 50 años de disputa llevan el ayuntamiento de Gáldar y el obispado de Tenerife por el traslado de sus restos mortales, localizados en San Cristobal de la Laguna, lugar donde murió tras colaborar en la conquista de la isla de Tenerife. Mientras, en el corazón de Gran Canaria, el roque Bentayga continúa erguido en su tempestad petrificada, indiferente a las vidas y las decisiones de los humanos que lo observan desde la distancia.