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martes, marzo 19, 2024
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Ruth Robertson, la aventurera que midió el Salto Ángel

Nadie sabrá quién fue la primera persona en ver la cascada. Los pemones -indígenas de la zona- sabían que estaba allí y era parte de su hábitat. Hermosa, sí, tanto que no hacía falta ir a contárselo a otros. Y es que los tepuyes del Parque Nacional Canaima, al sur de Venezuela, son formaciones rocosas milenarias majestuosas. Aparecen allí, en medio de la selva tupida y húmeda y cualquiera pudiera sentirse atraído ante tal magnitud. 

El Auyantepuy, uno de los tepuyes más conocidos, no es el más alto (ese título se lo lleva el Roraima con 2.700 m.); pero sí es el más extenso. Sus 700 km2 parecen abarcar la selva entera. Su nombre correcto es “Aiyantepuy”, que en lengua pemón significa “montaña del infierno”. Allí, en sus entrañas, está el Cañón del Diablo, una serie de saltos que se forman sobre todo durante la época de lluvia. Y es justo de ahí desde donde se precipita el Salto Ángel, la caída de agua más alta del mundo.

Salto Ángel, la catarata más alta del mundo

Foto: Pexels

La historia registra que el explorador español Félix Cardona fue la primera persona -no indígena- en divisarla desde el aire. Era el año 1927. En 1933, volvió con el aviador Jimmy Angel, quien se sintió atraído por la historia que Cardona le contó. La vio, la grabó en su memoria, y en 1937, decidió que quería sobrevolar ese tepuy. Ver la cascada desde arriba, y así lo hizo; pero un desperfecto en su avioneta lo hizo aterrizar en la cumbre del Auyantepuy.

El accidente fue aparatoso; pero él y sus acompañantes lograron salir ilesos, y después de dejar una carta y señales escritas que decían “All is ok”, emprendieron el regreso por la selva que les tomó once días hasta llegar a terreno seguro. Esa hazaña del aviador fue suficiente para que la cascada llevara su nombre, y entonces, los titulares de prensa explotaron. Había sido el primer hombre en llegar, por aire, hasta ella.  

Esta aventura llegó a oídos de Ruth Robertson (1905-1998), una fotoperiodista, exploradora y corresponsal de guerra estadounidense, que se sintió atraída por lo que había leído sobre ese salto de agua. Decían que era una cascada altísima, misteriosa, quizá la más alta que nadie había visto nunca.

Y eso despertaba su curiosidad. Así que solicitó hasta en cuatro ocasiones apoyo con el fin de viajar a Venezuela para iniciar una exploración y ver si era cierto que esa caída era así de alta como contaban. Pero a nadie le interesaba el tema y se lo negaron. Mientras tanto, otros exploradores habían intentado hacer lo mismo, pero no tuvieron éxito en la selva venezolana. Nunca llegaron a ver la cascada. 

Llegó 1949 y Ruth Robertson consiguió por fin la aprobación de National Geographic Society para hacer el viaje. Así, en mayo de ese año, organizó una expedición, acompañada por Alejandro Laime –otro explorador que vivía en Canaima y que se quedó allí hasta su muerte–. Éste convenció a varios pemones de la zona de Kamarata para que les ayudara, junto a Enrique Gómez, Perry Lowrey y el fotógrafo Glem R. Morales, quien documentó toda la travesía. 

Llegar hasta el Cañón del Diablo no sería fácil, pero tenían la convicción de hacerlo y para eso tomaron todas las precauciones posibles: alimentos, protección solar, mucha agua, e incluso se pintaron las caras como se lo indicaron los pemones para mantener alejados a los espíritus que, según su creencia, rondan por los tepuyes. En la crónica que Robertson escribió después para National Geographic, contaba con detalle que nada los había preparado para los “puri puris”, esos animalitos que no se ven casi, pero que dejan picadas en todo el cuerpo.

Decía que el picor era tan insoportable que, por momentos, pensó en suspender todo y regresar; pero su convicción de avistar la cascada era más fuerte. 

Y sucedió.

Diez días después de caminar por la densa selva, la vieron. Allí apareció el Salto Ángel, quieto y altivo, ante el asombro de todos. Lowrey y Laime ayudaron a Robertson a hacer las mediciones y así fue como pudo constatar que la cascada tenía 979 m y que era, y sigue siendo, la más alta del mundo. Emocionados ante el hallazgo, quisieron acercarse más y siguieron caminando por dos días hasta llegar a una piedra que se convirtió en emblema. La vista del salto desde allí es única y hoy ese lugar se conoce como el Mirador Laime, en honor al explorador que la acompañaba. 

Así que Ruth Robertson no solo fue quien se encargó de decirle al mundo la altura del Salto Ángel, sino que fue la primera persona en liderar con éxito una expedición por tierra hacia el Cañón del Diablo. Gracias a ella, esa dura travesía que hizo en más de diez días caminando, se puede hacer en la actualidad en cuatro horas de navegación y una hora y media por la selva. 

Los titulares a nivel mundial volvieron a explotar: Ruth Robertson apareció en cientos de diarios y revistas contando su aventura, se mudó a Venezuela y vivió trece años trabajando como freelance. Volvió al salto con el propio Jimmy Angel, con quien compartía la emoción de esa aventura. También publicó dos libros: “Jungle journey to the world’s highest waterfall” y “Churún Merú, the tallest Angel”. Durante muchos años, se llamó a la cascada como Churún Merú y por eso Robertson tituló así uno de sus libros; pero lo correcto es Kerepacupai Vená, que en lengua pemón significa: “salto del lugar más profundo”.

Ruth Robertson, la aventurera que midió el Salto Ángel

ApunteLa crónica que Robertson escribió para National Geographic después de su travesía, está en el libro “Mundos para explorar. Historias clásicas de viajes y aventuras de National Geographic”, editado por Mark Jenkins y en el que también se pueden leer otras notables travesías.

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Adriana Herrera
Periodista de viajes, venezolana. Intento escribir crónicas, relatos y hacer fotos. Viajo sin prisa.
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