El agua, por su sentido implícito de movimiento, ha generado una gran cantidad de intercambio económico y cultural a través de la historia. La Rambla de Cataluña, que antiguamente era un torrente que bajaba hacia el mar, parece continuar ese sentido de intercambio que el agua trae consigo. Hoy, ríos de personas que transitan esta vía, en su mayoría turistas, preocupan a quienes viven allí, por su carácter masificado.
Este movimiento humano es consecuencia de la gran cantidad de demanda turística de la ciudad, que el pasado año superó las 7,5 millones de plazas hoteleras, de las cuales el 80% era originario de mercados internacionales. Pero, ¿por qué se da esta movilización?
Continuando con el símil, el río se mueve porque hay una barrera que lo encausa, en este caso, la estructura comercial del lugar. En sus principios, La Rambla de Cataluña era conocida por su gastronomía típica y comercio local, pero a partir de la apertura internacional generada en la ciudad en 1992, durante los Juego olímpicos, el turismo comenzó a ser un foco comercial importante y ante el incremento de la demanda la oferta se hizo mayor y más variada.
Al mismo tiempo, y con la gran la visión cosmopolita que adquirió la ciudad, los extranjeros terminaron encontrando la posibilidad de instaurarse en la ciudad y brindar su propia oferta comercial. Y es que las cifras así lo delatan; de los 5.523.784 de personas, registrados en el último censo de la ciudad, hay empadronados 729.667 extranjeros, lo que equivale a un 13% de ocupación internacional.
El cauce del río es contenido por los cerca de 200 locales a pie de calle, de los cuales, los restaurantes siguen teniendo el mayor peso, con un total del 60% del mercado global. Los establecimientos destinados al turismo, como hoteles y suvenires, representan cerca del 20% de los locales y las tiendas de moda, calzado y complementos, rondan el 15%.
Pero esto no es sólo una gran oportunidad para particulares, cuanto más fuerte es el cauce del río más grande debe ser la barrera que lo contiene. Es por esto que los grandes emporios económicos internacionales han encontrado una posibilidad de venderse en La Rambla de Cataluña de forma masificada. Los almacenes de cadena y franquicias se imponen en el sector, con 62 negocios en funcionamiento.
El resultado de todo este proceso es un sistema comercial construido por extranjeros y para extranjeros, pues además se encuentra en un barrio en el que 48,7% de sus habitantes es de nacionalidad no española. Y es que cada vez son menos los habitantes de la zona. Actualmente hay censados 1.000 vecinos, cuatro veces menos que las plazas hoteleras, según el censo 2014.
Este crecimiento exacerbado del caudal humano y sus barreras de contención se hace cada vez más difícil de controlar. La solución planteada por el ayuntamiento es el nuevo Plan de usos de La Rambla, que fue aprobado el pasado mes de diciembre para frenar la apertura de comercios turísticos y plazas de hotel, al considerarse que la oferta está saturada. Sin embargo, las licencias que ya existen no pueden ser removidas y hoy La Rambla ya ha llegado a un nivel alto de comercio extranjero.
Además, y he aquí la gran disyuntiva que ello implica, por un lado el turismo masivo aleja a los barceloneses de una de sus principales afluentes comerciales, pero, por otro lado, un total de 108 proyectos de inversión extranjera directa firmados el presente año permitieron la creación de más de 7.000 puestos de trabajo, poniendo a Barcelona en el grupo de las diez ciudades europeas más atractivas para invertir, lo que implica un motor de generación de empleo necesario en la ciudad.
Al final, parecería que la búsqueda de un equilibro se hace necesaria, sin embargo y por las condiciones de desigualdad, económicamente la solución seguirá siendo la del dicho: «agua de mayo, pan para todo el año».