Imagina el cráter de un volcán en el centro del planeta. Aquí podrías vivir o simplemente venir y respirarlo, despertar rodeado de una espesa neblina y frío de páramo, salir a caminar a medida que la calidez subtropical te abraza con el paso de las horas, seguido de la lluvia y nuevamente la neblina, dando paso a una noche tan despejada que deja al descubierto un cielo escarchado de estrellas y una sinfonía de grillos. Piensa en un lugar donde se respira magia en cada planta, en cada flor y se siente la energía de la tierra emanando por todos sus rincones. Donde el susurro de un colibrí y la majestuosidad de un cóndor pueden dejarte perplejo. Piensa en el escondite perfecto para los amantes de la naturaleza, los aventureros, para aquellos que buscan perderse para encontrarse.
A menos de veinte minutos de Quito, en Ecuador, luego de un recorrido por parajes áridos y secos, se abre la puerta a la Reserva Geobotánica Pululahua que alberga el cráter del volcán del mismo nombre que en quichua quiere decir “nube de agua.” Con una extensión de más de tres mil hectáreas, se ha convertido desde su última erupción hace 2,500 años en el hogar de más de cien especies de orquídeas, especies vegetales y animales rodeados de rica diversidad de climas, desde los fríos hasta templados y subtropicales.
La presencia de vertientes y piscinas naturales es común en la zona, a pesar de ser catalogado por algunos como un volcán inactivo, existen pruebas de lo contrario, como las de piscinas que emanan burbujas y convierten al agua en mineral o zonas muy peligrosas debido a los gases que salen de la tierra. Aquí cerca de cuarenta familias habitan este enorme jardín, lo cuidan, lo alimentan, lo aprovechan por medio de la agricultura como sus antepasados lo hacían desde hace quinientos años. Es uno de los pocos cráteres habitados del planeta, abrazado por esa nube mística envolvente.
Activo o no, el encanto místico envuelve a quien lo visita, ya sea debido a su ubicación muy cerca de la latitud 0 o por su “bioenergía” al ser un volcán activo. A medida que uno se adentra en la neblina y baja por la pendiente hacia la verde base, es inevitable no sentirse dentro de un mundo distante, un rincón singular del Ecuador.
Por: Belinda Terneus