El municipio del Peñol, cerca de Medellín, Colombia, se ha convertido en un punto atractivo para los viajeros propios y ajenos. Esto debido a su monolito de 220 metros de altura y a su represa de agua, que por la formación de islotes en su interior, que suele tiene un aire con Suiza. Sin embargo, lo que muchos visitantes no saben es que bajo estas aguas, están sumergidos los restos de un pueblo del que ya solo quedan las memorias de su habitantes, y uno que otro menester en las casas museos aledañas.
El Viejo Peñol, como se le conoce al pueblo sumergido, solía estar integrado por barrios como El Salvador, Alto Bodegas y Ratón Pelao; de calles empedradas, casas grandes y familias numerosas; que es ahora parte de la memoria de aquellos que alguna vez lo recorrieron. Este lugar de estos recuerdos fue fundado en 1714, permaneciendo allí hasta 1978 hasta que fue sumergido y trasladado a una nueva cabecera.
Fueron necesarias tres intervenciones, tres inundaciones. La primera en 1971 cuando se llenaron de agua los terrenos bajos, cercanos al río. La segunda en 1973 cuando se dio paso al agua para que llegara hasta inmediaciones del casco urbano, reteniendo con un muro de contención, para que el agua no continuara hacia la cabecera municipal. Y finalmente, la tercera en 1978 se permite el paso completo del agua dejando sumergido al pueblo entero. Como si se tratara de una maqueta que fue sumergida a una pecera.
Estella Alzate, antigua habitante de este pueblo, evoca en su memoria esas calles por las que corrió su juventud, a propósito de aquella canción que aprendió a cantar en el colegio gracias al padre Obedo: Pueblito Viejo; pero a diferencia de su letra, a ese pueblito no podrá volver con sus cantares, ni morir en ese suelo que un día la vio nacer. En ese suelo sin pavimentar, por donde pasaron una y otra vez las ruedas de su bicicleta, mientras la aprendía a montarla. “En el pueblo no dejaban que las mujeres nadaran, bailaran o usaran blue jeans. Tampoco dejaban que estuvieran juntos hombres y mujeres en la iglesia, todas las mujeres tenían que entrar con manto y había una nave para las mujeres y otra para los hombres. Así mismo había escuela de niñas y escuela de niños”, recuerda.
El municipio de El Peñol al igual que Guatavita, en Colombia, cambiaron sus concepción económica antes dedicada a la agricultura, para dar paso al turismo y la generación de energía por medio del represamiento de sus aguas. Fotografía: Diego Sánchez.
El pueblo tenía casas muy grandes, podían ser de una cuadra entera. Eran cuadras de seis o siete casas. La casa de Estella, casualmente, estaba en la calle Alzate con la calle Chirria. Allí estaban estaban las cantinas y almacenes; “Mujer que se veía en la cantina no valía nada, decían allá, por eso uno tenía que ir era a las heladerías. Una vez me invitó a la heladería un tío de Eugenia, mi amiga, que me pretendía y me volé a tomar gaseosa y claro, me vio mi papá y cuando llegué a la casa me metió un manazo”, cuenta Estella con una sonrisa tocada de picardía, recordando y a la vez, re-diseñando ese recuerdo.
Casas con zaguán, puerta de madera y ventanas con dos subdivisiones. Las de arriba generalmente abiertas al saludo de quien recorriera aquellas calles empedradas, o a algún llamado conocido por los niños del pueblo para ir a montar bicicleta o a jugar en la cancha de fútbol donde los llevaban a hacer educación física, en las horas de escuela. El Viejo Peñol solo tenía un hospital y para llegar hasta él era necesario cruzar un puente de madera. Pero eso está inundado.
Pero como flotadores se mantienen las historias de los personajes de aquel pueblo, esas no se han sumergido, siguen en la superficie aunque el agua también haya querido inundar su memoria. Marleny Alzate, hermana de Estella, nos cuenta de “Leónidas Giraldo era de los adinerados del pueblo. Carlos Morales era el único fotógrafo, con una de esas cámaras en las que se metía debajo de una tela y decía: miren el pajarito. Blanca Urrea era la directora de la escuela de señoritas. Obedo Ocampo el director de la escuela de hombres. Además hubo una cumbre de matemáticos ilustres como Bayardo Giraldo, que era el profesor de matemáticas y escribió libros que tratan el álgebra como la de Baldor.” “¡Ah!, y cómo no –recuerda Marleny tras una corta pausa- Don Demetrio, él era médico tegua (médico sin título), vivía en una finca de Alto Bodega».
Se destaca en la historia del pueblo que su primer párroco, José Joaquín Hoyos fue elegido por votación popular. Fotografía: Diego Sánchez.
Desde 1932 se adelantaban estudios para entender el potencial hidroeléctrico del río Nare. Pero fue hasta 1960 cuando se firmó el contrato entre Empresas Públicas de Medellín y el consorcio Integral para permitir la utilización hidroeléctrica del río. Treinta años después, se presentaron los resultados de los estudios que sentenciaron al Viejo Peñol.
"A mí me da una tristeza no poder volver al pueblecito, mucha gente se fue a Granada, Rionegro y Marinilla".
Según Estella, ya llevaban cinco años diciendo que iban a hacer otro pueblo. “Si la gente no quería vender la casa, le daban otra en el Nuevo Peñol. Un día nos dieron un paseo a todos los alumnos que no perdiéramos una materia en el año, eso fue en el 72, nos llevaron a Guadalupe cerca de Gómez Plata, donde estaban construyendo la hidroeléctrica, y nos mostraron cómo funcionaba; era raro que lo llevaran a uno a otro pueblo”. Esta misma situación se había presentado 11 años atrás con el municipio de Guatavita, Cundinamarca, y bajo las mismas circunstancias, para darle paso al embalse de Tominé. También, como en Guatavita, El Peñol cambió su concepción económica antes dedicada a la agricultura para dar paso al turismo y a la generación de energía.
“En el Viejo había fincas de la agricultura. Era un clima templado en donde se cultivaba de todo. Con la llegada del turismo las fincas se aprovechaban para otras cosas y se perdió. La economía cambió radicalmente”, cuenta Marleny Alzate.
A la gente pobre le tocó irse al Nuevo Peñol. Familias que quedaron regadas en diferentes pueblos que causó tristeza y confusión. Al Nuevo Peñol llegaron nuevas familias y como una de las principales consecuencias, la represa hoy es un punto turístico, el recuerdo de un pueblo que se aferra a no ser olvidado, aún de haber sido inundado. Actualmente en la represa se hacen recorridos en planchón, lancha, bote o jet sky. Del Viejo Peñol quedan contados vestigios, como la casa museo, ubicada en la vereda El Morro, que era propiedad del señor “don Demetrio” y que posee objetos antiguos que se constituyen en patrimonio cultural y arquitectónico. Los niños que allí vivieron, hoy deben tener entre 50 y 60 años, por lo que en sus hijos quedará el legado de aquellas calles, personajes y viviencias que el agua, escondido, allí dejó.