Volar siempre ha sido un anhelo del limitado ser humano. A lo largo de nuestra historia muchos han sido los inventos para poder sentir esa libertad que han de experimentar los pájaros al abrir sus alas y elevarse hasta perderse en el horizonte.
El globo aerostático nos acerca a esa sensación y realizar un viaje sobrevolando los viñedos del Valle de Guadalupe en Ensenada, Baja California, no es cualquier cosa; es como viajar en la cápsula del tiempo e imaginarse que se es parte de ese intrépido invento acreditado históricamente a los hermanos franceses Montgolfier, en el siglo XVIII.
En la llamada también Bella Cenicienta del Pacífico, se produce gran parte del 90% del vino de México y miles de personas acuden cada año a esta zona norte del país a degustar el producto de las más de 40 vinícolas aquí establecidas, sin embargo, pocos son quienes han podido apreciar la Ruta del Vino desde una altura de más de cien metros, en una canastilla cargada por un colorido globo, que se eleva lentamente por los aires y que permite a los pasajeros volar.
Temprano por la mañana o al caer la tarde, es cuando se realizan los recorridos en globo, esto debido a las favorables corrientes de aire. En mi caso la cita fue a las seis de la mañana en el Museo del Vino que se encuentra en el valle.
La noche anterior, con la excitación y preocupación de levantarse a tiempo para el vuelo, quedo poco espacio para conciliar el sueño. Despertar todavía a obscuras, con la emoción de iniciar la aventura, hizo que los aproximadamente treinta minutos de recorrido de la ciudad hacia el punto de salida valieran la pena.
Puntales cual reloj suizo, llegamos ocho amigos dispuestos a disfrutar el viaje pero al mismo tiempo muy conscientes de lo serio que es volar en globo, ya que comparado con otras aeronaves como el avión o helicóptero, el aerostático está a merced del viento, por ello escuchamos atentamente y seguimos al pie de la letra las dos reglas básicas: no brincar y no fumar adentro de la canastilla.
De un pequeño remolque que era jalado a su vez por una camioneta, empezó a salir todo aquel armazón. Primero lonas gigantes colocadas en el suelo para evitar dañar la tela del globo, posteriormente una inmensa cantidad de tela que conforma la estructura principal fue extendida sobre éstas y sujetada en la abertura por una persona del equipo, para que por ahí entrara aire impulsado por un ventilador que a su vez, permitió que un tercer miembro del equipo, pudiera prender la flama gigante de fuego que inflaría con su aire caliente el globo.
Mientras esto sucedía, otros operadores sujetaban la canastilla que iba tornándose en una figura como gota de agua pero llena de aire caliente, que al ser de menor densidad que el aire frío del exterior, provocaba la elevación del globo. Maravilloso.
El reloj marcaba ya las siete de la mañana; el cielo se había aclarado y se encontraba completamente despejado, así fuimos abordando uno a uno esa canastilla de mimbre que nos elevó hasta observar desde el aire, las distintas viñas donde se produce la mayor parte de nuestro vino mexicano.
Era primavera y en la mayor parte del campo predominaba el color café; aún no iniciaba la temporada de cosecha de la vid de agosto cuando la Ruta del Vino se convierte en un espectáculo de colores, pero aún así, el paisaje era hermoso.
Fueron cuarenta y cinco minutos de travesía en los que contrario a lo esperado, el trayecto fue por demás tranquilo y sin abruptos. El globo aunque no puede ser controlado en su dirección pues se mueve con las corrientes de aire, si es controlado en su altitud.
El operador que iba a bordo y que al mismo tiempo manejaba la cantidad de aire caliente que entraba al globo, a través de tanques de gas que compartían canastilla con nosotros los pasajeros, monitoreaba de forma electrónica las corrientes naturales para poder bajar o subir en altura y así evitarlas o aprovecharlas y desplazar más rápidamente el artefacto.
Nosotros los pasajeros, mientras tanto, redescubríamos nuestra Ruta del Vino: viendo la sombra producida en tierra por ese pequeño transporte aéreo del cual ahora éramos parte, tratando de ubicar las vitivinícolas más famosas y observando como todo se iba haciendo cada vez más pequeño allá abajo, como si los humanos se tornaran en enanos y todo se convirtiera en tamaño juguete.
Tratábamos de movernos en todas las direcciones para obtener las mejores vistas y fotografías, pero el espacio reducido de la canastilla (dos metros y medio de largo por dos de ancho aproximadamente) que nos dividía en dos equipos a través de una separación que se encontraba en medio, hacía que lograrlo fuera un poco difícil, pero no por ello menos disfrutable.
La travesía fue a prueba de cardiacos e incluso de quienes sufren de vértigo, como yo, por ejemplo. Ni durante la elevación, el desplazamiento o el descenso sentimos turbulencia, impresionados estábamos de la tranquilidad de la jornada -en un avión se siente mayor turbulencia que en un globo aerostático-. Por ello nos sorprendió la recomendación del piloto, de asirnos bien a las agarraderas de la canastilla para el aterrizaje que podría ser un poco “fuerte”.
Incrédulos aún, hicimos caso a las instrucciones del experto, puesto que el descenso parecía ser más veloz que el ascenso. Ahora veíamos que rápidamente nuestro alrededor retomaba su tamaño natural y acto seguido, sentimos los ligeros choques y brincos que la canastilla daba al tocar tierra, que conforme seguía en movimiento al ras del suelo eran más seguidos, mientras el operador gritaba a todo pulmón “hold on”, “hold on”.
Para cuando escuchamos el último “hold on” paramos en seco y sentimos como poco a poco nuestro globo, era empujado por el aire de forma horizontal y la canastilla que nos sostenía de pie, ahora se iba inclinando hasta que terminamos dentro de ella pero acostados de lado, con nuestros rostros viendo dirección tierra y tratando de contener la risa que el nerviosismo y la situación en si nos provocaba.
Jamás nuestra seguridad estuvo en peligro, fuimos auxiliados amablemente por el equipo de expertos para salir del globo, acabándose así la magia. El globo se desinfló en cuestión de minutos y nuestra aventura aérea terminó, pero no el disfrute, porque era hora del desayuno y que mejor que tenerlo en uno de los restaurantes ubicados en la zona del Valle de Guadalupe.
Ensenada es conocida por tener puerto y producir muy buen vino, también cada día va ganando terreno por su alta cocina, pero no por ello las decenas de restaurantes de comida y postres caseros apostados a la orilla de la carretera en el valle, han dejado de atraer visitantes, como nosotros.
Aprovechamos la mañana -puesto que para las ocho ya estábamos de vuelta en tierra firme- y nos dispusimos a llenar nuestros estómagos vacíos de cuanto nos ofrecieron de comer en el restaurante elegido. Ahora sí, este era el final de la travesía.
La experiencia es única y el paisaje es increíble, lo lamentable es que ya no es posible hacer este tipo de viaje en el Valle de Guadalupe. El nuestro fue el último realizado hasta ahora en esta zona. Un golpe de suerte supongo, porque la compañía Sky´s The Limit, Balloning Adventures, establecida en San Diego California, Estados Unidos, decidió cancelarlos de este lado de la frontera debido a las complicaciones de cruzar el equipo por la aduana mexicana.
En Baja California no existen compañías que ofrezcan este tipo de servicio, quienes deseen experimentar este viaje, lamentablemente ahora tendrán que cruzar la frontera hacia Estados Unidos o viajar al interior de México, como León o Querétaro, por ejemplo, en donde cada año se realiza el Festival Internacional del Globo Aerostático.
Quienes vivimos a una hora de esta cada vez más popular zona vitivinícola, sabemos que salir de nuestra jungla del concreto en donde todo es rápido, desechable y medible, es necesario para darle un respiro al cuerpo y alma. Dejarse llevar, ver, sentir y oler otros paisajes como el del campo vinícola, sin duda, ayudan a cualquiera a mantener el sano juicio, porque la vida es más que dinero y trabajo, es gozo y un viaje aun de un sólo día, tiene ese efecto positivo.
Por la misma carretera panorámica que serpentea al Océano Pacífico regresamos del viaje. La Ruta del Vino bajacaliforniana nos vio y la vimos, nos regaló aquel día un buen clima que nos permitió volar. Ahora lo único que queda es el recuerdo de esa travesía que desde tiempo remotos ha fascinado al humano, ¿verdad Julio Verne?
excelente artículo, la descripción que se hace realmente te hace sentir que tu estas viviendo la experiencia.