Hay lugares en los que sólo se debería estar unos días para no romper la magia de la primera impresión, de la novedad, del flechazo. Normalmente se trata de destinos turísticos, orientados por entero a los visitantes, donde cada día se repiten las mismas actividades, se fotografían los mismos monumentos o, por decirlo de alguna forma, se cuentan los mismos chistes. Uno experimenta la sensación de vivir en el día de la marmota, pues las fluctuaciones en el calendario apenas tienen incidencia en la vida real.
¿Quién no conoce un lugar así? Se me ocurre Las Ramblas de Barcelona, la ciudad de El Puerto de La Cruz en Tenerife, la calle Khao San Road de Bangkok… De antemano sabes lo que te vas a encontrar, porque la idea es hacer turismo, salir de fiesta, encontrar el alojamiento más barato o descansar junto al mar. No obstante, hay destinos que visitas de forma casual, sin apenas conocerlos. En un principio todo son sorpresas, hasta puede que te enamores de sus paisajes, pero tarde o temprano sientes que algo falla, que tu tiempo allí ha llegado a su fin. Esto fue lo que me pasó con la isla tailandesa de Koh Tao, en la que pasé grandes momentos, pero de la que me marché antes de tiempo para quedarme con un buen recuerdo.
Koh Tao, que significa Isla Tortuga, es una de las islas del Golfo de Tailandia, concretamente la más pequeña de las tres que están habitadas (Koh Samui, Koh Phangan y Koh Tao). La mayoría de los viajeros y mochileros que visitan Tailandia finalizan su periplo en las playas del sur, ya sea en la zona del Mar de Andamán o en el Golfo de Tailandia. Entre las islas más populares destaca Koh Phi Phi (famosa por haber sido el escenario de la película “La Playa” protagonizada por Leonardo DiCaprio), Koh Phangan (donde se celebra la multitudinaria “full moon party” o fiesta de la luna llena) o la masificada Phuket. Sigue habiendo islas menos frecuentadas que todavía conservan su estado salvaje y virgen, pero a medida que aumentan las infraestructuras turísticas, se vuelven más accesibles y pierden su misterio.
Koh Tao era una de esas islas, que parecía caminar de puntillas para no llamar la atención de la marabunta. Su historia es sencilla. Una pequeña isla solitaria y deshabitada de la costa este del Golfo de Tailandia que desde 1933 a 1947 fue utilizada para encarcelar prisioneros políticos. Tras esta etapa, comenzó a poblarse con habitantes de las vecinas Koh Samui y Koh Phangan, quienes utilizaron esta tierra para plantar cocoteros y dedicarse a la pesca. En los años 80 comenzó a ser visitada por mochileros, pero su desarrollo ha sido más lento y ha seguido un curso distinto a otras ínsulas tailandesas. Su belleza, especialmente la de su vida marina y los arrecifes de coral han convertido a la Isla Tortuga en el paraíso de los amantes del submarinismo y del esnórquel. Como prueba, Koh Tao es el segundo lugar en el mundo, después de Cairns, Australia, con más certificaciones de buceo expedidas. Aunque, a la espectacularidad de sus fondos marinos, hay que sumarle el atractivo de los bajos precios y ofertas que ofrecen los diferentes centros y escuelas de buceo.
Koh Tao a la vista
Llegamos a Koh Tao en barco desde Koh Phangan. La llegada al puerto me pareció todo un espectáculo. Una muchedumbre se agolpaba en el muelle blandiendo carteles y abordando a todos los turistas que pasaban. Eran taxistas y empleados que trataban de conseguir clientes para los establecimientos que trabajaban y, de paso, ganarse una comisión. La puesta en escena se completaba con un fondo de edificios en cuyas fachadas se repetían letreros como “DIVE” (bucear) O “DIVING” (buceo). Me quedó claro cuál era la principal atracción de la isla, y más tarde supe que poco más se podía hacer allí.
Pagamos a un taxista para que nos llevara a Sairee Beach, donde buscaríamos alojamiento. El taxi era en realidad una pickup o camioneta, en la que tuvimos que hacer un esfuerzo para subir y en la que íbamos sentados en la parte trasera, al descubierto, dando algunos tumbos debido a la orografía del terreno. Precisamente por eso en Koh Tao no hay coches, sino que la manera de desplazarse es a través de bicicleta, moto, taxi-barco o en estas camionetas. Solamente una carretera asfaltada atraviesa la isla de norte a sur, el resto son empinados caminos de tierra que discurren por un interior muy verde y rocoso, con tramos únicamente accesibles a pie. Pero si te armas de valor puedes descubrir playas y calas vacías que te harán creer que eres el primero en pisarlas. Y por eso nos gustó Koh Tao, por su carácter salvaje y desconocido, aunque si queríamos hacer buceo, dormir, comer y encontrar algo de ocio, inevitablemente teníamos que convivir con el resto de turistas.
Las instalaciones y el bullicio en Koh Tao se distribuyen por la costa oeste y el sur de la isla, puesto que es donde se encuentra el puerto y es la zona más cercana al continente. Las principales zonas son Mae Haad Beach, junto al puerto; Chalok Ban Kao, al sur; y Sairee Beach, en el centro de la costa oeste. Esta última es la playa más grande, la más popular y a la que nos dirigíamos en ese momento. Tardamos un buen rato en buscar alojamiento. No nos decidíamos. En Koh Tao hay resorts, guesthouses y cabañas a pie de playa, pero la mayoría de los alojamientos estaban llenos, y no nos quedaba más remedio que dormir en un resort (lo que nos parecía caro para nuestros bolsillos de mochileros) o dejarnos llevar por ese espíritu mochilero llevado a su máxima expresión, durmiendo en las condiciones más insospechadas y compartiendo baño con un gran número de personas. Al final, cada uno eligió una opción. Dos compañeros y yo nos quedamos en una cabaña junto a la playa, que no tenía wifi, aire acondicionado ni agua caliente, y los muelles de la cama se te clavaban de forma inmisericorde. Aun así, le cogimos cariño, y pudimos resolver lo del wifi la primera noche, cuando fuimos al bar de enfrente y pedimos la clave de forma inocente, “para entrar en Internet durante la cena”.
Koh Tao constituía nuestro último destino en Tailandia, al menos juntos. Llevábamos medio mes en el país, trabajando en un proyecto que finalizamos en la Isla Tortuga. Así que allí es donde nos pudimos relajar por fin, ir a la playa, hacer senderismo, salir de fiesta sin mirar el reloj y, por supuesto, introducirnos en el mundo del buceo. Sin duda, hacer el Open Water o bautizo en el mar fue una de las mejores experiencias del viaje. Después… Koh Tao siguió siendo un paraíso, pero un paraíso de ida y vuelta.
El día de la marmota
La mañana que nos preparamos en la escuela de buceo para nuestro bautizo en el mar, estuvimos con un instructor español aprendiendo a manejar el equipo y practicando la metodología en la piscina. También compartimos con él charla y algunas risas. Nos habló de su vida, de por qué había ido a Koh Tao, del día a día en la isla… y fue precisamente él quien pronunció el título de este reportaje. “Llevo ya casi un año en Koh Tao y necesito cambiar de aires. Aquí lo paso bien, he conocido a mucha gente, pero cada día es como el anterior, parece que vivo en el día de la marmota”. Al principio no le entendí, a mí todo me parecía novedoso, pero al cabo de unos días recordé la frase y le di la razón.
Los paseos por la playa eran ya pura inercia. No me sorprendían los carteles de los taxi-barcos colgados de las ramas de las palmeras. Conocía el horario de salida y llegada de las embarcaciones que absorbían o escupían a excitados turistas que buceaban por primera vez. Acertaba con los ojos cerrados los productos colocados en los escaparates. El camarero ya no necesitaba preguntarme qué iba a comer, y yo anticipaba la canción que sonaría en el bar. Sólo hacen falta unos días para acostumbrarte al ritmo de Koh Tao y ser cómplice de su previsible monotonía.
Parte de esa rutina era el desfile de motos que circulaban continuamente por la carretera principal o por los caminos de tierra. La moto es el vehículo más utilizado por los turistas para recorrer la isla, porque ofrece independencia, accesibilidad y bajos precios, pero no es el medio más seguro. De hecho, lo habitual son los accidentes y ver a numerosos turistas con un brazo o una pierna escayolada o vendada. También era parte del paisaje la ropa que llevaba la gente, idéntica, los mismos modelos comprados en las mismas tiendas. Algo inevitable entre los turistas en Tailandia, pero en una isla pequeña este factor se acentúa mucho más que en el continente.
Hablando de ropa, hubo otro detalle que llamó mi atención. Paseando por la avenida junto a la playa, había visto el primer día una tienda que mostraba una pizarra en el exterior en la que rezaba: “New Arrivals”. Nada raro que objetar a priori, sólo que era una suerte toparse con una tienda que presumía de haber recibido nuevas prendas. Pero después de contemplar la misma frase día sí y día también, comencé a sospechar. Apuesto a que ese cartel continúa todavía hoy, y que está presente durante todo el año.
Otro de los momentos que comenzaron a repetirse y que reafirmaron mi decisión de dejar Koh Tao, fue la fiesta nocturna. La primera la viví con ilusión. Habíamos cenado con alumnos e instructores de buceo y nos dirigíamos a uno de los locales más renombrados de la isla. Se encontraba en Sairee Beach y era un bar abierto a la playa, con varios quioscos donde servían bebidas, sonaba música pegadiza y se realizaban acrobacias con fuego en directo. Bailamos descalzos sobre la arena, compartimos los populares cubos de gin-tonic, nos maravillamos con el espectáculo de fuego y estallamos en carcajadas al probar los globos de la risa. En ese momento piensas que el cosmos se ha puesto de acuerdo para que todo sea perfecto. Qué raros somos los seres humanos, cuando nos gusta algo sólo queremos recordarlo o añorarlo, pero no repetirlo, porque entonces perdería el encanto que nos cautivó la primera vez. Y así fue, la siguiente noche todo se repitió, la música, los malabares, las risas, las personas parecían las mismas… Era hora de marcharse.
¿Volvería a Koh Tao? ¡Por supuesto! Pero sólo unos días, antes de sentir que he vuelto al día de la marmota.