Lo primero que vino a mi mente de Avilés fue cuántas personas conozco con ese apellido y si sabrán que existe una ciudad con ese nombre al menos en España y gran parte de América Latina. Poco sabía de este punto del mapa al que llegué por la curiosidad de conocer la parte norte de España, Asturias.
Salí de la estación de autobuses de Oviedo y en media hora pisé Avilés. No recuerdo por qué llegué cerca de las dos de la tarde a la ciudad, pero no olvido el vacío de las calles, el silencio de los rincones, la falta de ruido vehicular, de voces. ¡Qué impresión! ¡Está completamente vacía la ciudad! Los locales cerrados, las tiendas, los bancos, las oficinas, las calles… Hasta solté una carcajada llena de desconcierto. En España es algo habitual que el ritmo del día a día descienda entre las dos y las cuatro de la tarde. Esa pasividad se llama hora de comer.
Con esa soledad caminé por las calles de Avilés que, aún cuando cuenta con una historia desde la prehistoria, su crecimiento y desarrollo poblacional y social se dio después de la época romana. Es una entidad con vocación marinera y que hoy en día está en proceso de un desarrollo urbanístico: “Avilés Isla de la Innovación”. Es decir, es antigua pero busca ser moderna sin perder su esencia.
Sin saberlo llegué al casco histórico, entre iglesias, plazas, áreas verdes, casas y palacios. Una zona que me pareció no sólo impecable, sino artística, bohemia, detallada y muy interesada en la música, en la arquitectura y la historia. Esta entidad que no llega a los noventa mil habitantes muestra el paso del tiempo entre sus edificios, muestra las huellas de la época de marqueses, de los grandes rincones para el paseo, de la opulencia y también, de las huellas de guerras y los desastres naturales.
Por la calle Cervantes entré por una de las cuatro puertas del Parque Ferrera, el que sin duda, más disfruté conocer. Un área verde llena de pasillos, jardines, plantas nativas, zonas de juegos, grandes árboles y un lago que le da hogar a diferentes animales que sólo hacen más ameno el ambiente. Me imaginé a aquellas mujeres con sus grandes y delicados vestidos paseando por aquí del brazo de algún caballero, seguramente con una sombrilla para protegerse del sol o con un abanico en mano. Este jardín fue el jardín de los marqueses de aquella época, está detrás del Palacio Ferrera y que hoy, al paso de más de treinta y cinco años es un parque público que alberga además, la antigua Hemeroteca.
El Palacio Ferrera por cierto, es de un estilo barroco y que tiene un par de décadas funcionando como hotel, se puede entrar y conocer, sólo se necesita un poco de actitud de huésped.
Otro de los grandes palacios y el único medieval de la villa es el Palacio Valdecarzana de estilo gótico. Cuadrado, con arcos apuntados y otras características arquitectónicas que lo hacen un ejemplo de esta corriente y que es el más antiguo del poblado.
En el caso de las iglesias, Avilés cuenta con seis parroquias que también embellecen el estilo de la ciudad. Para esta hora del día, poco a poco se iba notando la presencia de personas en las calles, era la hora de hacer el café, así que esas parroquias y las calles, empezaban a tener vida, movimiento.
Uno de esos recintos religiosos es la Parroquia de Nicolás de Bari que es conocida como la Iglesia de San Francisco y que creo, fue la que más gustó. Es fría pero con un aire de misterio que alimentó mi curiosidad y mi gusto por lo que estaba conociendo de Avilés. Se trata de un ex convento franciscano que se conserva al paso de más de quinientos años y que engrandece esa personalidad de la ciudad de antigua, histórica, misteriosa y sobreviviente. No por nada, el casco histórico es considerado Conjunto Histórico Artístico desde hace más de sesenta años
Tengo que decir que recorrer Avilés fue una delicia y un viaje en el tiempo. Un punto en el mapa que transmite cierta pasividad y también nostalgia histórica pero que, para mi gran sorpresa, tiene un lado moderno y sofisticado. Al llegar al río y cruzarlo, miré un edificio o edificios blancos, rojos, naranjas que no sabía ni qué eran, ni qué forma tenían pero, se trataba de un espacio impresionantemente grande e imponente que sólo me provocaba exclamar ¡wow! Una y otra vez. De pronto leo: Centro Cultural Internacional Oscar Niemeyer. La única obra del arquitecto brasileño en España estaba allí, en Asturias. ¡Que sorpresa me dio Avilés! Se trata del autor de obras como la Catedral de Brasilia, en Brasil, del Puerto de la Música en Argentina y de la torre de treinta pisos Eschkol-Tower en Israel, por mencionar algunas de sus obras.
El año pasado Niemeyer falleció a los 104 años, veinticuatro años antes recibió el famoso Premio Príncipe de Asturias. “ No es el ángulo recto que me atrae, ni la línea recta, dura, inflexible, creada por el hombre. Lo que me atrae es la curva libre y sensual, la curva que encuentro en las montañas de mi país, en el curso sinuoso de sus ríos, en las olas del mar, en el cuerpo de la mujer preferida. De curvas es hecho todo el universo, el universo curvo de Einstein”.
Niemeyer es considerado un importante representante de la arquitectura moderna internacional, un pionero en encontrarle otros ángulos al hormigón o también conocido como concreto. El Centro Cultural Internacional Avilés es un ejemplo de su creatividad, un seguidor de la corriente Le Corbusier, (Charles Édouard Jeanneret-Gris), exponente del Movimiento Moderno en la arquitectura, como parte de un estilo que representaba tendencias que rompen con la tradicional configuración de espacios y formas, utilizando sobre todo, el cemento como material principal en grandes dimensiones; él buscaba renovar el diseño, la arquitectura y el cubismo y no hace falta ser un conocedor para darte cuenta que se trata de una obra que efectivamente, rompe esquemas.
“Una gran plaza abierta a todos los hombres y mujeres del mundo, un gran palco de teatro sobre la ría y la ciudad vieja. Un lugar para la educación, la cultura y la paz”.
Ese enorme espacio es una plaza abierta con un auditorio para mil personas, con espacios de más de tres mil metros cuadrados para exposiciones, una cúpula para usarse como museo, una torre de casi veinte metros de altura, con un restaurante que permite tener una vista completa del espacio dedicado a las expresiones artísticas, es decir, un diseño que busca ser un motor para la regeneración económica y la expansión de la ciudad desde hace menos de cinco años.
Y pensar que a Avilés no la tenía en el mapa. Una ciudad con parroquias tan antiguas y tan bien conservadas que a la vez están envueltas en modernidad y cultura. Avilés, entre el pasado y lo moderno. Si bien, es una ciudad pequeña, es de ideas y proyectos grandes, de pequeñas historias pero de gran trascendencia, pero mi viaje por Avilés aún no termina, sólo termina este relato.