Es una sensación única e inimaginable. Los seres humanos tan poderosos que normalmente nos sentimos ante todo, nos reducimos a nada al estar frente a este animal marino gigante que pesa más de 30 toneladas y que llega cada año a las aguas mexicanas para aparearse y procrear a sus nuevas crías. Hablo de la majestuosa Ballena Gris.
Próximamente, en unos cuantos días, iniciará el periodo de migración y avistamiento de estos animales marinos, que migran desde el Mar de Bering cerca de Alaska, hacia el sur con dirección a México, y es una oportunidad para conocer un poco sobre este fenómeno.
A partir del 15 de diciembre, en varios puntos del Océano Pacífico en el Continente Americano, se podrá apreciar la migración de estos cetáceos hacia el sur de la Península de Baja California en México, sin embargo, es a partir de enero cuando en distintas lagunas de Baja California Sur se disfruta realmente de su concentración masiva al estar activamente en periodos de apareamiento y nacimiento de crías. Estas lagunas son:
- Ojo de Liebre
- San Ignacio
- Guerrero Negro
La Laguna San Ignacio es uno de los lugares ideales para esta actividad, porque al ser Patrimonio de la Humanidad declarado por la UNESCO y ser parte de la Reserva de la Biósfera El Vizcaíno, la congregación de ballenas gris es mayor y el cuidado de su hábitat es procurado no sólo por investigadores que ahí habitan por largos periodos, sino por los mismos pobladores que saben que de ahí dependen sus ingresos económicos; al menos por la temporada de enero a abril.
En esta área hay varias empresas que ofrecen servicios de alojamiento y avistamiento, yo utilicé “Kuyimá” empresa eco turística que tiene operando 20 años y ofrece cabañas ecológicas, área de acampar y restaurante. Utiliza energía renovable como la eólica y la solar y en teoría todo recicla: latas, basura orgánica, hasta las bolsas del té. Uno como viajero se siente bien de llegar a este punto porque además de ver el increíble espectáculo de las ballenas, el impacto ambiental turístico es mínimo.
Yo viajé desde Tijuana, un recorrido largo, alrededor de 13 horas manejando, pero vale la pena cada minuto. Llegar hasta este paraje, donde sólo se alcanza a ver desierto y mar, ofrece una oportunidad no de desconectarnos de las grandes urbes, sino de conectarnos con nuestras raíces; el Director del Cetacean Research Associates Steven L. Swartz afirma que “es parte del espíritu humano, porque si permaneciéramos continuamente viviendo en las ciudades, perderíamos nuestra conexión con la naturaleza”.
Ver a estas criaturas en su hábitat natural, implica esperar a que haya buen clima en primera instancia y tal vez, caminar alrededor de un kilómetro mar adentro hacia la lancha si la marea está baja. Una vez en el agua, los guías (que son pescadores del mismo pueblo) recomiendan a los impacientes visitantes agudizar los sentidos pues se va entrando poco a poco, a terreno ballenero.
Nunca había yo hecho este viaje; el miedo me invadió al pensar que una de estas inmensas criaturas de aproximadamente 14 metros de longitud, pudiera derribar la pequeña panga ( embarcación) que nos transportaba, al estilo Moby Dick, la afamada novela donde un cachalote ataca y destruye a las embarcaciones balleneras que quieren cazarlo.
A los veinte minutos de haber zarpado, los guías de la embarcación empezaron avizorar a lo lejos algunos ejemplares jugueteando en el agua y la primera impresión fue asombrosa. No sabía qué hacer, si sostenerme más fuerte a la lancha o empezar a tomar fotos. Cuando llegamos al lugar ideal, se apagaron los motores y empezó el verdadero espectáculo donde las protagonistas eran por un lado, madres y sus crías y por otro, una pareja de ballenas apareándose.
Según el último censo de la Laguna San Ignacio, en el periodo invernal 2011- 2012 se registró en la zona más de 300 ballenas grises en total, por lo tanto, estos ejemplares son mexicanos, pues es en nuestras costas donde nacen y por ello también, es una especie protegida por las leyes de este país.
Los guías de las lanchas ya saben distinguir a simple vista los ejemplares machos de las hembras o de las crías y aseguran, que la voz de las mujeres las atraen, por ello, seguimos el consejo y el efecto fue inmediato; nos vimos rodeados de una madre y su cría, quienes comportándose como si fueran cachorros, se acercaron para ser acariciadas por nuestras diminutas manos. No supe al principio, si sentir alegría o miedo por este acercamiento amistoso de un animal gigantesco.
Cualquier jugueteo de más por su parte, pudo habernos lanzado a todos al agua. Pero su comportamiento era tan dócil, que rápidamente caí en el juego y empecé a acariciar esa piel más suave de lo que parecía, que estaba llena de parásitos y que hacía que su tono gris original, casi se perdiera ante la gran cantidad de manchas blancas.
Era increíble la sensación de estar en una laguna rodeada de estos titanes del mar, que con sus enormes cuerpos y resoplidos, forman parte del ciclo de la vida ¿Durante cuántos miles de años ellas han venido y regresado por la misma ruta y ahora yo tenía la posibilidad de ser testigo de ello?
No es la primera ocasión que me siento diminuta, frágil y como un simple punto en el universo ante la magnitud de la naturaleza. En algunas ocasiones han sido en grandes ríos, otras más en bosques. Ahora fue el turno ante estos animales gigantes y extraños, que para dormir utilizan sólo la mitad del cerebro pues la otra parte, la usan para flotar.
Ahí vienen las ballenas nuevamente. La travesía del paisaje carretero, la Salina Los Cuarenta en el Ejido Luis Echeverría, a unos cuantos kilómetros de Kuyimá y el avistamiento mismo, hicieron de este viaje, uno de los mejores de mi vida. Apunten las fechas que es una experiencia única.
Fotografía: Gonzalo González