- Uno de los ríos del Etna se enfrentó con otro elemento de la misma naturaleza. El magma que atraviesa la corteza terrestre para intentar tocar el cielo, retarlo.
- Llegó al mar. El Etna ha transformado las formas y los colores de la costa de Catania.
- Las piedras más antiguas del Etna están bajo su mar.
No es el sonido de las olas lo que escuchas. Sí hace olas, pero no es un mar de olas. El sonido de sus aguas no lleva el ritmo de una ola larga, que va de menos a más en lo que interpretas como la caída de la ola, una y otra vez con cadencia, con fuerte continuidad que termina contra la arena. La costa de Catania no es así, su melodía está orquestada por el Etna.
Es un mar que se enfrenta, choca con piedras, con rocas… con lava. Un continuo enfrentamiento de mayor y menor intensidad. Choques arrítmicos o, mejor dicho, a otro ritmo, que culminan como un desafío a las piedras. Esos golpes los escuchas debajo de tus pies, frente a ti, a veces cerca, a veces lejos. Es continuo.
Las piedras y enormes rocas en la orilla de la playa, ofrecen otra forma de vivir el mar, tomar el sol, comer, jugar en la orilla. Se vuelven, en algunos tramos, playas privadas, abrazadas por grupos de amigos o familias que se reúnen en una piedra específica, una que por sus características se vuelve la mesa, o el trampolín, o el camastro. En otros es tan difícil acceder a ellas que solo lo consiguen los privilegiados, los aventureros y arriesgados.
Los grupos de chicos, sobre todo los que gustan de aventarse mientras duren los rayos del sol durante horas al agua, desde el punto más alto posible, avanzan con zapato deportivo puesto. Se vuelven expertos, rápidos y atrevidos gracias a su caminar y dominar los terrenos, esas reliquias del volcán, piedras de miles de años atrás que fueron expulsiones de lava del volcán Etna.
La lava de muchas erupciones hoy, al paso de miles de años, ha formado, por ejemplo, el archipiélago de las Islas del Cíclope, que acentúan el castillo de Aci Castello, un pueblo pesquero a ocho kilómetros de la ciudad.
La costa también es comercial: tradiciones locales, establecimientos de paninis, juegos típicos de una feria, venta de artesanías, cafés. Taxis y autobuses. Pequeñas camionetas con la cajuela repleta de cajas de fruta vendiendo sandías, naranjas, duraznos, uvas y plátanos. Por la mañana son deportistas y transeúntes los que recorren estas calles, para el mediodía lo que predomina en agosto es ir a la playa, y por la noche se compagina la diversión y la buena música que ofrece la ciudad, sobre todo para salir a cenar en familia, tomar algunos tragos con los amigos o recorrer el malecón.
Las aguas de Catania son las del mar Jónico, una extensión del mar Mediterráneo en una ensenada de aproximadamente cincuenta kilómetros de largo. En el norte están las rocas, que registran esa lava erosionada, que esconden en varias de sus múltiples curvas rincones únicos. Rocas personalizadas. En el sur, la playa es de arena por dieciocho kilómetros, que pasado ese tramo se vuelven a convertir en costa rocosa, llena de acantilados y definida por el Etna, la montaña con carácter de volcán. El enigma que encierra el volcán está en las aguas, el Etna como fenómeno natural.
Los pueblos Aci y las leyendas
De los más de sesenta municipios que conforman Catania, seis en particular son conocidos como los pueblos Aci, es decir, Aci Bonaccorsi, Aci Castello, Aci Catena, Aci Sant’Antonio, Acireale y Acitrezza. Los que visité fueron dos de estos pueblos costeros con chispas especiales, esencias unidas al Etna, a la costa, a los pescadores, a la vida de Catania, a su mitología.
En la montaña del Etna vivía un cíclope, un gigante con un solo ojo en el centro de la frente, llamado Polifemo, hijo de Poseidón y la ninfa Toosa. Un día Polifemo fue atraído por una ninfa de la que más tarde se enamoró, Galatea, hija de Nereo y Doris. Pero ella estaba enamorada de Acis, un pastor de Sicilia que acabó aplastado por una enorme roca lanzada por Polifemo, lleno de celos y del coraje de saber que su amada no le correspondía. Galatea quedó destrozada, desconsolada por la muerte del amor de su vida, y para que se consolara Poseidón transformó la sangre de Acis en agua, en río. El río Acis. Filóxeno de Citera, un poeta griego (435-380 aC), plasmó en un poema el amor de Polifemo por la nereida Galatea.
En la Odisea de Homero se explica cómo un día Polifemo entró en su cueva y se encontró con varios hombres, entre ellos Odiseo o Ulises, un héroe que luchó en la guerra de Troya; aquellos hombres no sabían que allí vivía un cíclope, y que estaban alimentándose de los restos de su comida. Polifemo los encerró en la cueva, pero Odiseo buscó la forma de ganarse su confianza, hasta llegar al punto de emborracharlo con un barril de vino. Para esto, Odiseo se presentó con el nombre de outis, es decir, «nadie». Odiseo y sus hombres sólo esperaban que el gigante cayera dormido para poder escapar. Antes que se durmiera, sin embargo, Odiseo toma una lanza y se la entierra a Polifemo en su único ojo, y entonces el cíclope empieza a gritar y a gritar, a pedir ayuda gritando por todo lo alto que «nadie» lo había herido, que atraparan a «nadie»… Creyeron que se había vuelto loco.
A la mañana siguiente, Polifemo, ahora ciego, preparó a las ovejas para llevarlas al campo. Odiseo y sus hombres esa noche se amarraron a los vientres de esas ovejas, aprovechándose de que Polifemo no podría ver debajo de los animales y posiblemente sí tocar los lomos, y de esta forma huyeron. Ya a salvo, Odiseo le gritó a Polifemo: «No te hirió “nadie”, sino Odiseo». Al ver que habían escapado, Polifemo ardió de furia y le lanzó una piedra a la embarcación, cosa que le traería complicaciones a Odiseo en todo su viaje de regreso.
Existe otra historia. Los cráneos que se han encontrado en la zona, y que han hecho asegurar la existencia de los cíclopes, en realidad son resto de mamuts sobre un conjunto de roca que es el resultado de la erosión misma de la tierra.
Es la isla de los cíclopes una playa turística, local, siciliana; con sol y piedras volcánicas de hace millones de años, en el idioma del Etna; un espacio natural y místico. El agua es tan cristalina que provoca ganas de realizar actividades de buceo y snorkel. En verano, el turismo es intenso, y en invierno discreto.
Aquí también se encuentra el Museo Educativo de la Naturaleza, como parte del resguardo de la reserva marina protegida, que incluye a la isla de los Cíclopes y más de trescientas especies de algas. «Es un tesoro natural que ha vivido miles de años y que no podemos desproteger», decía el señor que nos llevaba en la lancha.
Esta reserva fomenta la responsabilidad hacia el cuidado de los recursos naturales; no se da autorización de hacer extracciones de ningún tipo (pesca, caza, captura, recolección), no se puede alterar el hábitat, usar armas o sustancias tóxicas, el buceo no está autorizado e, incluso, está prohibido bañarse en algunas zonas. Se ubica entre Acicastello y Acireale y ocupa 623 hectáreas.
En Acicastello predominan los cítricos, especialmente los limoneros y las palmeras, olivas, uvas y cereales. Pero su costa está formada por roca volcánica, oscura. Es el basalto, que rara vez se observa sobre tierra, pero Catania es una excepción a la regla, puesto que se puede ver, sale del agua. Los llamados derrames de basalto son erupciones desde el interior del mar, en forma de cerros, que pertenecen a los periodos jurásico y cretácico, es decir, tienen más o menos doscientos millones de años.
Sobre esta piedra, más vieja que el Etna mismo, se encuentra un castillo que data del siglo xi, utilizado como vigilante del mar y protector de la tierra; como fortificación que al paso de los años se modernizaba; como guardián de reliquias de Santa Ágata; casa de la dinastía Anjou, franceses que dentro de Italia se concentraron principalmente en Nápoles; como testigo de la llegada de Aragón, que provocó casi la destrucción del castillo. También fue utilizado como prisión.
Al paso de los siglos, el castillo perdía y ganaba propietarios. Para 1647 se vende y pasa a formar parte del patrimonio de la comarca. Pero la lucha por la supervivencia aún continuó, puesto que tuvo que superar un terremoto en 1669, una erupción del Etna en 1693, y otro terremoto en 1818. Más tarde fue abandonado y durante años se convirtió en techo para todo tipo de desperdicios, hasta que en 1967 el organismo encargado de conservar el patrimonio y los monumentos de Sicilia se hizo cargo. Hoy este castillo está abierto para quien guste visitarlo, como un espacio histórico y como un sobreviviente.
Geovanni Terrano es maestro de literatura, poeta, escritor, guía del castillo. Además de su lengua, el italiano, habla un poco de latín, francés y ni una pizca de castellano. Sin embargo, es una característica de los sicilianos comunicarse de diversas formas que contextualizan sus mensajes. Este guía enamorado de las letras también lo está del castillo, y lo expresaba todo su cuerpo.
En él trabaja, pero a través de él vive. Con un pequeño rincón como oficina en lo que era una celda, nos contó no los hechos, sino la magia y la esencia de la edificación, describiendo la roca volcánica, casi negra, que resalta sus texturas en los atardeceres, cómo las sombras de sus propias líneas hablan de leyendas. Describiendo olores en cierta hora del día. No es solo un atractivo turístico por ser castillo y tener una historia; se trata del alma que encierran las rocas que lo conforman. La brisa, el mar y las nubes como testigos de las emociones vividas. El castillo de piedra volcánica.
La pesca, los pescadores y las historias
La costa, con la diversidad de fenómenos naturales que ofrece, también beneficia a los que trabajan con el mar, con la pesca, la alimentación diaria y la que representa como mercado. Esa costa volcánica que ha sido trabajada por pescadores de Catania.
La flota pesquera del puerto es de trescientas embarcaciones. Más del 65% trabajan la pesca local, como las anchoas, un alimento presente en toda Catania, que se puede pescar durante todo el año y que se cocina en un platillo que se prepara empanizado, frito con limón, asado y preparado con salsas cocidas.
También está el pez espada, un platillo recurrente en la mesa de Catania. Sobresale por su gran pico, y en el mar Mediterráneo, y específicamente fuera de las costas de Italia, la puesta de huevos se concentra entre julio y agosto. Es un pez con fuerte presencia que durante la luz del sol se mantiene en lo más profundo del mar, en la obscuridad espera que la luz desaparezca y entonces, subir a la superficie.
El atún, por su parte, permite una gran diversidad de preparativos culinarios; también se pesca para la exportación. Pescado más comercial, es el medio de vida de Martín Pesciolini, que pertenece a la quinta generación de una familia de pescadores y que a sus casi sesenta años hoy es el único que pesca atún para enviarlo a Japón.
«El mar está dentro de mí, el mar puede hacer reír y puede hacer llorar, me gusta, son emociones que se adentran y te hace continuar en este trabajo, me ha envuelto toda mi vida», dice. El papa de su abuelo ya era pescador, pescaba, salaba y después vendía. Él creció desde los diez años aprendiendo diversos métodos de pesca, viviendo evoluciones del sistema mismo en embarcaciones de diversos tamaños, entre pescados que representaban su trabajo y su forma de vida. Un día decidió tener su barco y buscar su propio pez a pescar.
«Esa sensación de salir al mar y buscarte el trabajo es una tradición», dice. Hoy lo sigue haciendo en busca de atún, con una pesca reglamentaria que no puede exceder de 130 toneladas, trabajando del 15 de mayo al 15 de junio, es decir, un mes por año. Pesca al atún vivo, lo alimenta y lo mantiene vivo hasta que llega a Japón, su principal comprador. El resto del año, alquila su barco para trabajos de pescar y tener otros ingresos; también realiza otro tipo de pesca, pero es esa temporada del año la que marca y rige el resto y la que hoy en día le permite mantenerse en el mundo del pescador de Catania.
La Pescadería o Pescheria
Muchas son las historias de quienes viven con el mar de cerca, y también tienen sus propios espacios. En este caso, los rostros de los pescadores, sus manos, sus instrumentos de trabajo, las botas de hule, los enormes cuchillos, se pueden ver en su apogeo en la Pescadería o Pescheria, el antiguo mercado de pescado de la ciudad, legendario, en pleno centro histórico muy cerca de la Piazza Duomo, debajo del túnel de paredes de Carlos V, presentando lo más colorido y también ruidoso del centro.
El mercado es de interior y exterior; esta última es la parte más colorida, ya que los gritos de los pescados para promoción de las ventas crean una atmósfera folklórica. Abre sus puertas a las cinco de la mañana, y para el mediodía se convierte en un evento social, siendo la hora de compensar a recoger. Pescadores veteranos se acercan, platican en una actitud de discusión, los más ancianos del pueblo se detienen sobre un barandal para entretenerse con el movimiento. Una llave de agua permite dar de beber a los hombres, que se laven las manos o laven sus botas. Los turistas se hacen notar rápidamente; si no es por las cámaras, lo es por su caminar lento y observando, con mirada de asombro/miedo.
Los puestos de exterior parecen no tener un orden, solo están distribuidos sobre la explanada, con los recipientes de plástico que mantienen a los pescados en agua y, sobre estos, una tabla con una muestra de ese pescado; encima de alguno de los botes, una báscula. Pocos son los que exponen un pez espada, que es un atractivo y peleado pescado para la comida del día. Puestos de uno o dos pescadores, máximo cuatro cuando venden en mayor cantidad. A quien pase por el frente de cada puesto, lo invitan a la compra, a negociar la cantidad por la que paga.
Ofrecen calamares, atún y pez espada, sardinas, camarones, pulpo y choros, almejas, erizos y diversas variedades y tamaños. Colores que huelen y penetran el aire de la Pescheria, dejando residuos de agua en el piso del lavado continuo. Olores de muerte, y cientos de ojos de peces que parecen mirar al que pasa.
Los cuchillos de gran tamaño en la mano de un pescador, golpeando a lo que era un pez sobre una tabla de madera, una escena recurrente, es continuo verlos filetear a los pescados, separar la cabeza del resto, limpiar la piel, destriparlos. Una cubeta los acompaña a un lado de sus pies, enjuagan el cuchillo y siguen. Más de uno se dejó fotografiar con una sonrisa incluida y un cigarro prendido en la boca, de lado.
A la zona del exterior, la acompaña un interior que es más limpio y ordenado, entre las calles estrechas por el otro extremo de la explanada, un mercado de frutas y verduras, quesos y carnes. Con más colores y olores que cambian, huele a tierra y ya no a mar. El fruto del trabajo de un complemento que identifica la personalidad de Catania, los cultivos que dan estas tierras, aquí también se exponen, se venden y se comercializan.
Museo del Mar
Aún cuando en esta ciudad existen zonas de pescadores, y a pesar de la tradición que ellos han representado, plasmada en lugares como la Pescheria, esta actividad ha ido de más a menos como opción de vida y de trabajo. «Antes esto era un pueblo de pescadores, muchos de los cuales aún están trabajando aquí, sobre todo para embarcaciones grandes, y hay embarcaciones más pequeñas para otro tipo de pescado. Pero ya no es lo que fue un día, este puerto», dice Elena Granata. Ella busca mantener y seguir en la concentración de las vidas y las historias de esos pescadores, de quienes, como el señor Pesciolini, han crecido con una tradición que los identifica. Lo hace como coordinadora del Museo del Mar, un espacio que nació como privado en el pueblo de Ognina, localidad hoy absorbida por Catania y que es uno de los puertos más antiguos de la zona; a principios de los años treinta era un pueblo pescador y hoy es una zona residencial de clase media.
El Museo del Mar cuenta con objetos y fotografías de los procesos de la pesca al pasar del tiempo, de los recursos y de los orígenes. Es aquí donde también se encuentran instrumentos artísticos que evocan al mar, fotografías que trasladan al pasado, reliquias envueltas en leyendas. El centro expone las memorias de la costa, que descubren la personalidad definida por el Etna, por su gente.
Cuando calienta el sol…
La gente de Catania es playera, y cuando es verano la regla es aprovechar cada rayo del sol y disfrutar del mar. Uno de esos usos son las plataformas o tarimas, fierros finalmente, que levantan y que soportan un piso de madera color claro, rodeado de los mismos fierros como barandal. Cerca de quince metros de piso con regaderas y, en algunos casos, desniveles. Todas estas plataformas tienen una o dos escalinatas que desembocan en el mar; espacios construidos a la orilla de la playa para tomar el sol y bañarse.
Hay playas públicas y privadas, pero en cualquiera tomar el sol es el común denominador. Los italianos disfrutan hacerlo, se pueden ver las plataformas atiborradas de bañistas que, más que mar, buscan sol. El color de la piel de muchos sicilianos denota su placer y disfrute por el sol: su piel es bronceada, en algunos quemada; el nivel de bronceado y el tiempo que le dedican es, pues, parte de su estilo de vida. Viven y gustan de la playa de Catania, de los cuarenta grados centígrados que fácilmente se pueden recibir en el verano.
La costa de Catania está entre la espada y la pared. Entre el volcán Etna y el mar Jónico, que se imponen en fuerza natural pero se resisten a entender que están unidos por la costa. Es ella quien sabe unir lo más alto con lo más profundo, la tierra más caliente frente a la más fresca, intensidad natural que forma parte del día a día. La costa de esta ciudad da paz pero conoce la guerra.
Parte de la silueta de esta ciudad pescadora siciliana casa de un volcán, es esencia de su gente, temperamento y estilo. Muchas son y han sido las leyendas que mantienen también las historias, los cuentos que han vivido por generaciones que no desaparecen, se renuevan. Y como dijera Marcel Proust, el verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos caminos sino en tener nuevos ojos. Es Catania un destino que a los pies del Etna como mosaico histórico esperando ser explorada.