Carruajes de caballos, puestos de jugos naturales de naranja, hombres tocando la flauta frente a una serpiente, sanadores, mujeres que dibujan con gena en manos de turistas, hombres que sacan muelas, zocos, músicos, danzantes, terrazas de restaurantes; motos, bicicletas, burros, ruido y una multitud que atolondra. Son sólo algunas de las cosas que muestra la Plaza de Marrakech, lجامع الفناء o Jamaa el Fna. ¡Que impresión de movimiento!
Es el centro de la ciudad, el zócalo, la plaza mayor. Un terreno plano, cerrado a la circulación vehicular y sólo en algunas horas del día se puede observar su dimensión; es la concentración de la cultura marroquí y lo que ello conlleva en historia, tradiciones, costumbres y atractivos turísticos. Es el punto de referencia de la urbe, que de Marruecos, es la cuna de todo aquel que viene de fuera.
Una plaza con personalidades de acuerdo a la hora del día, mientras el reloj avanza también lo hace su oferta comercial. Los jugos de naranja que se venden en la mañana, por la noche desaparecen y se venden cabezas de cordero asadas; los músicos cambian por cocineros y son ellos, los que tienen mayor presencia durante la noche, con cientos de puestos que ofrecen un surtido gastronómico que va desde el famoso y típico cuscús hasta buñuelos o una harira con una bissara.
Es un escenario que te hace sentir un completo extraño en esa tierra del mundo árabe, al menos así me sentí yo, ajena a todo. Un mundo del que creo saber poco y obviar mucho. La verdad, quería buscar un silla, un rincón donde sentarme y disfrutar de ese movimiento cultural que baila a otro ritmo y otro volumen, como si se tratara de otra estación radiofónica. Una nueva. A la vez, quería probar todo, visitar cada tienda, cada lugar y ver qué hace todo la gente que forma parte de la escena, del punto más concurrido de África. Me hubiera gustado poder hablar árabe y comunicarme en su idioma para platicar sin dificultad, preguntarles ¿qué piensas de los turistas que como yo se les salen los ojos al llegar a este punto del mapa? ¿Qué se vende más? ¿Todo es artesanal? ¿No hay made in China aquí?
Había muchos bares y podría decir que de dos tipos: para turistas (hombres y mujeres) y para hombres. Sólo que en los bares marroquís no se bebé alcohol, lo venden pero no sé consume, se bebe té, y no hay mujeres. Mientras ellos pasean por toda la plaza, ellas no se dejan ver tanto, son más discretas y se escabullen, en más de una ocasión intenté cruzar miradas y hacer un contacto pero no dan pie al acercamiento, mucho menos entran a un bar. Los hombres por su parte, son más abiertos, simpáticos, dicharacheros.
De la plaza nacen callejones al mercado de Marruecos y se exponen todos los productos que se mueven en su comercio, los frutos de su tierra, la artesanía que representa sus costumbres, lo que se trae de fuera y lo que no puede faltar para un turista, es decir, cientos de opciones de artículos con el grabado de Marruecos. Es otra perspectiva de acercarse a la vida marroquí, conocer lo que venden y consumen y lo que también los caracteriza: el comercio.
Los hombre de este negocio pueden llegar a confundir, dudas entre la amabilidad o el hostigamiento. Pero una vez que preguntas el precio de algún cachivache, ondeas la bandera verde para estar en la cancha del regateo, de terminar con algo nuevo en la mochila, sonriendo con la adrenalina de la negociación o dudando frente a un capricho, puedes estar más de lo que se podría creer con uno de ellos, entre broma y broma, intentando comunicarse y siempre negociando el precio. Son retadores, intuitivos y buscan la empatía con los visitantes.
Ese paso de entrar y salir de la Plaza Jamaa el Fna y del mercado, mostraban miradas diferentes de la actividad diaria, así, sin darme cuenta llegue a otra ala de la plaza, otro tipo de zocos, no había suvenires, ni babuchas en canastas, tampoco lámparas y no olía a incienso; olía a pieles, a aceite de maquinaria, a grasa. Eran hombres y sólo hombres trabajando en las pieles, en las suelas de zapatos, cortando telas, unos muy concentrados y otros muy alegres. Sentí el ambiente más relajado, no había turistas y quienes me observaban no se preocupaban por mi paso. Más de uno se acerco para vender alguna artesanía o joya, pero les daba igual que comprara o no, ellos estaban trabajando. Uno sonrió mientras otro se sintió invadido por una mujer en pantalones cortos. En el piso vi unas pieles extendidas, me imaginé al animal sin su piel, unas lámparas aún sin retoques de pintura y maquinas del tamaño de una máquina de escribir con un rodillo. Ese olor a piel.
De vuelta a la plaza, por otro extremo tres burros tenían más prisa que yo, a lo lejos dos caballos esperando que alguien los montara, camino un poco más y un grupo de personas en círculo atentos a un hombre que le hablaba a una gallina, mujeres con su velo, algunas con túnica y velo en color negro; unas chicas orientales con su cámara fotográfica, y de pronto veo a un señor vestido de blanco bajo una sombrilla y una mesa con una especie de piedras blancas esparcidas, no alcanzaba a ver bien, así que me acerqué y él estaba parado mirando a su alrededor, como esperando a que el día acabara; sobre su mesa vi una foto con el mismo hombre que estaba de pie, extrayéndole un diente a otra persona. En un segundo entendí que las piedras blancas eran dientes y que estaba vestido de blanco porque era un dentista. Me aleje porque me miró y levantó las pinzas que cargaba en su mano derecha.
La Plaza de Marrakech, la Jamaa el Fna claramente estaba muy alejada a una realidad occidental y latinoamericana, pero también las similitudes estructurales de pronto las detectaba, por ejemplo las campanadas que anuncian el inicio de una misa, aquí por medio de bocinas instaladas en toda la plaza que hacen imposible no escucharlas, anuncian el tiempo de oración, de ir a la mezquita, de hacerlo cuatro veces al día.
Mientras seguía caminando, seguía encontrando hombres tomados de la mano, las mujeres con sus niños, algunas chicas sin velo, en vaqueros y zapato deportivo; un enorme estacionamiento de motocicletas, más burros, es decir, en todas partes existe una plaza que se expone a la multitud y un poco el caos, al círculo de la convivencia en un mismo espacio y este, definitivamente es el de Marruecos, que además está cercana a la Mezquita Kutubia sobre una de las vialidades más importantes de la ciudad. Y pensar que este pedazo de tierra era antiguamente el lugar donde se ajusticiaban a los delincuentes.