Estábamos apenas recordando nuestras lecturas de 2016 y comenzábamos el año con tremendo susto. El periodista Jacinto Antón nos hablaba de los libros que la viajera y escritora Patricia Almarcegui había publicado en 2016 y nos decía sobre ella que era “una de las voces más sensibles y hermosas en nuestro país –pero, advertía– de un género que atraviesa horas bajas”. Se refería a la literatura de viajes. En el artículo, –publicado en El País, el 14 de enero de 2017, cuando el calendario se nos presentaba aún como una nueva oportunidad– Patricia Almarcegui opinaba que la democratización del viaje había hecho que se leyera menos.
Al poco, el 13 de abril, Jacinto Antón volvía a la carga con un interesante ensayo en el que se preguntaba si el turismo “low cost” había matado a la literatura de viajes. Para el periodista, la banalización actual del viaje era responsable de la crisis del género. En el artículo, Pep Bernardes, capitán al mando de Altaïr –en la que siempre que entro más que librería se me antoja estar en el interior de un barco– afilaba lápiz y comentaba que bueno, que sí, pero que las horas bajas eran las de una literatura que funciona más como “publicidad encubierta y exaltación del yo”. En realidad, proseguía, esa literatura, más que en horas bajas, “tendría que estar en horas de destrucción”.
Meses después, era Pilar Rubio, editora de La Línea del Horizonte, quien en el ABC del 28 de julio, respondía a los agoreros que venían anunciando la muerte de la literatura de viajes con un breve repaso a algunos momentos cruciales por los que ya pasó el género: desde el primer cuestionamiento postcolonial, hasta llegar a Bill Bufford, editor de Granta y New Yorker, quién a mediados de los 70, señaló un posible camino en la hibridación y el mestizaje entre géneros por el que debería transcurrir la literatura de viajes –el viaje es una redundancia: siempre es un camino–. Ese Sterne, ese Chatwin, nuestro Goytisolo o el milagro de vivir y recordar de Bouvier, Sebald, Nooteboom, y más, Ian Sinclair, y más recientemente Jorge Carrión como predicador del metaviajero: la respuesta al viaje en la globalización es un discurso fragmentado y literario de viajeros-escritores que vuelven una y otra vez a los lugares.
En fin, por suerte, nada es tan negro ni tan blanco. Y aunque nos pueda parecer, la buena literatura de viajes sigue siendo buena y se sigue leyendo: son los buenos viajes de sillón. Claro que la industria del turismo cambió el viaje, pero el mundo sigue cabiendo en el papel. La inmersión en un buen texto alcanza más que Google Earth. Reflexionemos sobre la literatura de viajes, leamos, viajemos y no nos dediquemos a los velatorios precipitados.
Diez libros de viaje del 2017
El turista desnudo, Lawrence Orborne, Gatopardo ediciones: Para muchos, el libro del año. La confirmación de que por muy lejos que vayamos siempre encontraremos un tour operador queriendo vendernos la mejor experiencia vital del mundo: convertir nuestra vida, por fin, en “eso” perfecto que hemos visto tantas veces en la publicidad. El libro está plagado de anécdotas, erudición, reflexión y humor. Precisamente, sin el humor, sería difícil no revolverse incómodo cuando uno lee a Lawrence Osborne eso de que “el mundo entero es una instalación turística y el desagradable sabor a simulacro se eterniza en la boca”.
Larga distancia, Martín Caparrós, Ed. Malpaso: Un clásico recuperado, o algo así como el spin of de Martín Caparrós. Si Lacrónica es la biblia del perfecto periodista literario, este pequeño tomo concentra los primeros trabajos del argentino en lo de contar historias. Para él, el viaje es solo la forma de contar historias: viajar para contar. Pero, también, hay algunas buenas reflexiones sobre eso que llamamos viajar: “En un viaje, en cualquier viaje, todo es gozosamente falso: ahí está, probablemente, gran parte de la felicidad y la inquietud del viaje: vivir, entre paréntesis, una ficción”. Poco más que decir.
Variaciones sobre Budapest, Sergi Bellver, Ed. La Línea del Horizonte: El escritor Eloy Tizón decía al reseñar este libro que a él lo que le interesa de la literatura de viajes –si es que el género existe más allá de la definición de lo que no es– no es la parte del viaje, sino la parte de la literatura. De nuevo, uno de los seleccionados aquí rompe géneros. Y es que si al viaje las fronteras le sientan mal, pues lo mismo ocurre con la literatura: esto es un cuaderno de viajes que comienza en la cocina del autor; pero es ensayo literario, diario, crónica. La fórmula “escritor llega a ciudad” sigue vigente.
Potosí, Ander Izaguirre, Libros del K.O. : Se acaba de publicar en Bolivia y es Premio de Euskadi al Ensayo 2017. Este libro de Ander Izaguirre es el resultado de varios años de trabajo cubriendo el tema de las minas bolivianas y del trabajo infantil en Bolivia. “Potosí” es el resultado de una forma de viajar y de contar que tiene mucho que ver con el periodismo literario: no hay historia en la superficie. Y en este caso es literal: Ander Izaguirre se introdujo en los túneles de las minas de Potosí y descubrió aquello que no se puede entender con un simple tour turístico. El suyo es un tour 100% real por Potosí.
Los desiertos de Sonora, VV.AA., Altaïr: Este año se me cuela una revista; o bueno, un artefacto literario como la copa de un pino. Un especial con el que la revista Altaïr celebró su tercer aniversario y que me tocó especialmente la fibra: soy otro supporter de Roberto Bolaño y sus detectives salvajes. En concreto, ese espacio geográfico que el chileno, mexicano y catalán como apátrida, convirtió en mito: los desiertos de Sonora. Una edición cuidada y doscientas páginas desde las que aproximarse al noroeste de México, a la vida y a la obra de Roberto Bolaño. Todo un viaje; por lo tanto, no se vuelve igual que cuando uno partió.
Cuba en la encrucijada, coord. Leila Guerriero, Debate: ¿Cuántas formas hay de explicar un lugar? En concreto, ¿de cuántas maneras se puede contar Cuba? Pues, como mínimo, de doce. Estas: las doce crónicas que la periodista Leila Guerriero –para la que viajar para contar hoy en día es un anocronismo en el que hay que insistir– ha edita para este volumen. Cuba continúa mientras cambia. Cada cronista que participa esparce al vuelo de nuestra lectura claves, ideas, datos, vivencias, sobre todo, con las que hacernos cierta idea, no de dónde está Cuba, sino dónde se encuentran los cubanos.
Barcelona, libro de los pasajes, Jorge Carrión, Galaxia Gutenberg: En esta ocasión, no estamos ante la fórmula de “escritor llega a ciudad”, sino que Jorge Carrión –también Jordi Carrión– ha escogido Barcelona para vivir. En la presentación del libro, el editor, Joan Tarrida, dijo que estos pasajes eran lo mejor que el autor había escrito a día de hoy. De nuevo, un título difícil de clasificar, una novela sin ficción, tal vez. Fragmentos, citas, algo de crónica personal, rodeos y atajos, con los que explicar todas las formas que alcanza Barcelona. Un paseo para intentar comprender la ciudad en la que vivimos y las ciudades en general.
París-Buenos Aires. Trazando la rayuela, Ed. Aventuras Literarias: En todo viaje, las geografías son, también, literarias. Y eso lo saben bien en la pequeña editorial asturiana Aventuras Literarias que, insisten, no hacen literatura de viajes, sino que viajan con la literatura. En esta ocasión –antes lo hicieron con Londres y Sherlock Holmes, el Oviedo de Clarín o el Madrid de Benito Pérez Galdós– se han atrevido con Julio Cortázar y, de nuevo, les ha quedado una verdadera joya. Un viaje de Buenos Aires a París; ambas, ciudades que Julio Cortázar transitó y que le explican.
Crónica jonda, Silvia Cruz, Ed. Libros del K.O.: Este libro llegó hacia finales de año como una bocanada de aire fresco. Da igual si no acabas de entender el flamenco –mi caso, por ejemplo– porque este libro no va de eso. O no sólo de eso. El flamenco marca el ritmo, da compás; pero este libro de la periodistas freelance Silvia Cruz es mucho más, es escritura, es periodismo, es viajar por una España en crisis y machista, es irse para volver otra. La entrevistamos para la revista y estuvimos hablando de su viaje: un viaje en espiral.
Me llamo Adou, Nicolás Castellano, ed. Planeta: ¿Recordáis? Sucedió el 7 de mayo de 2015, en el puesto fronterizo de El Tarajal. Pasó una maleta por el escáner y el operario no daba crédito a lo que veía en la pantalla: un niño en posición fetal dentro de una maleta. Era Adou, tenía 8 años y procedía de Costa de Marfil. El motivo del viaje no es para todos el mismo: para algunos, un pasatiempo, para otros una forma de vida; para una gran mayoría de población, una obligación, una necesidad, una esperanza. El periodista Nicolás Castellano nos coloca en Costa de Marfil al contar la historia de cómo Adou acabó viajando en una maleta.
Por supuesto, hay muchos más que estos. Pero ya nos alargamos en exceso. Así que, ahora os toca a vosotros, ¿qué libros destacáis del 2017?