”A las alfareras no las quería nadie”, me dice Paco, “no encontraban con quien casarse porque una alfarera no tenía nada”. La mirada de Paco vuelve a la pella de barro que había dejado girando en el torno segundos antes. La luz del mediodía se cuela por la cristalera del alfar, un local salpicado de marrón, el único lugar en el que el barro no significa suciedad. La voz de Bob Dylan comienza a sonar de una vieja radio sobre una estantería.
“Reuníos a mi alrededor gente,
por donde quiera que vaguéis,
y admitid que las aguas
de vuestro alrededor han crecido…”
Mientras trabaja, el rostro de Paco expresa concentración y placer. La destreza con la que levanta el barro es la de casi cuarenta años de oficio. Detrás de las gafas hay un hombre con un acento castellano tan fuerte como su carácter; una fuerza que se transforma en sutileza y precisión en el momento en que sus manos, callosas e impregnadas de barro, elevan la pared curvada del tradicional cántaro de Moveros.
Estoy en Zamora, en Moveros de Aliste, a dos kilómetros de la frontera con Portugal. Caminar por este pueblo es como transportarse cien años atrás, con sus sobrias y robustas casas de piedra, barro y paja. La presencia del Duero, encañonado en el Parque Natural de Arribes del Duero, convierte este suelo en un lugar fértil, cubierto de encinas, alcornoques y campos de labranza. He venido a este lugar casi deshabitado, por un oficio que desaparece.
El barro de Zamora desaparece
Zamora es la séptima provincia española con menos población de España. En Moveros quedan solo 92 habitantes de los 113 que había cinco años atrás. La comarca de Aliste está envejeciendo: el 40% de su población tiene ya más de 65 años y los más jóvenes huyen a las grandes ciudades. Este territorio es la otra España, “La España vacía” de Sergio del Molino.
El barro es una de las señas de identidad de la provincia, -las otras son el arte románico, su Semana Santa y sus mantas-. La alfarería situó a Zamora como uno de los lugares de referencia en el pasado, en tiempos de Juana la Loca, que ordenó la fabricación de distintos utensilios allá por el siglo XVI, en la localidad de Muelas del Pan, a pocos kilómetros de Moveros. Pero el oficio comenzó a extinguirse: el plástico, que apareció de forma generalizada en los años 70, arrasó con todo lo que encontró a su paso. En Moveros las piezas tradicionales eran utilizadas para el transporte de líquidos, por lo que cántaros, barrilas, botijos y ollas mantequeras se vieron desplazados por un material nuevo, más ligero y que no se rompía al llevarlo hasta la fuente, ofreciendo mejores resultados que las trabajosas y frágiles piezas de barro.
Según cuenta Paco, hasta hace unos 10 o 15 años, el mercado de la alfarería tradicional daba algunos beneficios; pero desde entonces las cifras han caído, llegando a vender tan solo tres o cuatro piezas tradicionales en ferias de cinco días. “La gente antes también las quería tener de adorno en casa, tenían esa sensibilidad”, añade Paco. “Ahora las casas son diminutas, las tenemos llenas de trastos por todos lados, no tenemos tiempo de limpiarlas y la gente no quiere más cosas en medio. Una pieza de estas la sientes si la has usado, es como parte de tu vida, pero si no lo has hecho ya no le sacas ese jugo”.
El tópico de “renovarse o morir” se ha convertido en la única solución posible y los dos alfares que quedan en Moveros ahora crean piezas para adorno de jardines y zonas de exteriores. Esto les ha permitido reactivar la producción, salvándoles de una desaparición inminente. Pereruela, en la vecina comarca de Sayago, tiene algo más de suerte. Ha seguido manteniendo su producción tradicional porque su barro refractario es ideal para cocinar a altas temperaturas.
De los cuatro centros de producción principales de la zona, Carbellino, Muelas del Pan, Pereruela y Moveros, hoy tan solo los dos últimos mantienen su actividad. En Moveros, se ha pasado de 25 alfareras censadas en 1958 a los dos artesanos que quedan. Y Paco es uno de ellos. Este alfarero es una excepción en un mundo de mujeres. Mientras trabaja sobre la pieza, le pregunto por qué eran las mujeres las que se dedicaban a la alfarería. Una de sus hijas, que se encuentra en otro lado del taller trabajando con una pella de barro, levanta la cabeza.
“Los hombres hacían lo poco que se hacía de campo, los llevaban a vender a las ferias y machacaban el barro, que había que machacarlo a palos. Dentro del oficio lo que daba menos trabajo era crear las piezas, y aunque había que hacerlo de rodillas, era menos trabajo…”. Paco permanece pensativo y, tras unos segundos, sin apartar la mirada del torno, añade, “la verdad es que los alfareros nos sacrificamos para el barro: lo extraemos, lo machacamos, lo tamizamos y lo moldeamos nosotros. Es un oficio bonito, pero muy duro”.
La voz de Bob Dylan llena el taller. Comienzan a sonar las últimas estrofas de la canción.
“La línea está trazada,
la maldición lanzada.
El que ahora es lento,
luego será rápido,
Como el presente
será luego pasado.”
Paco se limpia el barro de los dedos con el jañadero mientras observa a su hija levantando un pequeño cántaro. Su mirada de maestro la observa con atención, parece estar complacido con lo que ve.
“El orden está
destiñéndose rápidamente.
Y el que ahora es el primero, será después el último.”
Porque los tiempos están cambiando. En las manos de esta joven de 20 años puede ser que se encuentre el futuro de un oficio herido de gravedad. Como dijo Dylan, los tiempos están cambiando: antes las mujeres practicaban la alfarería cuando no tenían nada más para sobrevivir. Ahora es la alfarería la que a duras penas sobrevive y su futuro puede que se encuentre en manos de una mujer que aprende el oficio en mitad de una España cada vez más deshabitada.
A través de este post pude viajar directamente a Moveros, muy bonito relató que te lleva de la mano en sensaciones e imágenes bien descritas. Me apunto el nombre de esta localidad para cuando vuelva a España.
Gracias Karla, la verdad es que esta zona de España merece una visita, se esconden muchas cosas valiosas y es muy desconocida.
¡¡Un abrazo!!
Bonito artículo que además reconoce a los alfareros de Zamora. 😊. Un saludo!!!
Hola Erik,
gracias por comentar. Los alfareros merecen un reconocimiento por su trabajo tan útil y a la vez tan desconocido.
¡Un abrazo!