A 34 Kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, el agua sustituye el camino empolvado. Cada fin de tarde el muelle se llena de un ‘orden espontáneo’, esa linda actitud argentina de encarar el caos, mientras la última lancha parte del puerto de la ciudad de Tigre. En ella viajan isleños regresando a sus hogares después de una jornada de trabajo en el municipio, además de porteños ansiosos de calma. Distintos ramales de lanchas, llamadas ‘lanchas-colectivos’ por operar como los ‘colectivos’ o autobuses interurbanos, inician un circuito dispar que sigue la forma del mismo delta: una mano abierta.
El Delta del Tigre nace gracias al río Paraná, albergando 350 ríos y arroyos al depositarse sus sedimentos antes de su desembocadura en el Río de la Plata. Su nombre adquiere carácter feroz, Tigre, en honor a un jaguar que se cree vivió en sus márgenes con actitudes desleales. Su sacrificio le dio el nombre a una zona que en el pasado fue foco de contrabando. Un terreno que, ya antes que esto, contó con vida y presencia de comunidades indígenas.
En la actualidad, los hogares del Delta se organizan a pie de agua, en pequeñas islas adosadas y a su vez delimitadas por un pequeño muelle. No hay nombres de calles, hay nombres de arroyo. Existen tantas paradas como deseos de pasajeros; y tantos equipajes y mercancías como los techos de las lanchas sean capaces de albergar. Sus numerosos arroyos incluyen propuestas comerciales -como restaurantes- o espacios pensados para la autocontemplación y la vida libre, además de hogares particulares abocados al terreno. Sobre el río, lanchas familiares y algunos yates. Sobre las islas, una reunión de estilos, contrastes y vidas. Muchas vidas flotantes. La mayoría, hiladas por el motor de una lancha-colectivo que en diferentes momentos del día construye un significado íntimo a quien se inmersa en la geografía estrellada de este delta-Tigre.