Faltaban quince minutos para las nueve de la noche del domingo. Una hora antes salí de mi casa. Durante este día el cielo estuvo gris y soleado, más gris que soleado. Chamarra necesaria. Ahí estaba esa tarde noche en bicicleta por Carrer Provenza, del Barrio de la Sagrada Familia al Barrio de Gracia, quince minutos. Dejé la bicicleta a unos dos cuadras y seguí a pie. La gente cada vez en mayor cantidad me dejaba claro que iba por la dirección correcta y que debía apurarme.
Con paraguas en mano llegué al número 43 del Paseo de Gracia, a la Casa Batlló a unos diez minutos del centro de la ciudad y en la Manzana de la Discordia, una sección de la zona con edificios característicos del modernismo, en una etapa en la que Cataluña buscaba unirse como identidad propia, provocando un desarrollo urbano importante que hoy es histórico, trascendental, único y muy turístico.
La Manzana de la Discordia, es un conjunto de edificios históricos, que tuvieron su auge precisamente en la etapa del modernismo. Está la Casa Lleó Morera de Lluís Domènech i Montaner de 1864, un edificio inspirado en las curvas y en la naturaleza que incluye un trabajo artesanal característico. La Casa de Murellas de Enric Sagnier, que desde 1997 forma parte de la Ruta Europea del Modernismo. La Casa de Bonet de Marcel-lia Coquillat, con catorce edificios más en Cataluña que destacan su estilo. Y la casa Amatller de Josep Puig i Cadafalch, vecina de Casa Batlló que ideaba un palacio gótico urbano.
Todas unas señoras casas, muchas que en la actualidad están cerradas al público, o se rentan como piso o bien, se exponen. Casa Batlló es un espacio para visitar pero también para rentar, con opción de casarte en su patio, pedir la mano a la novia en un salón, hacer un brindis en la Sala Planta Noble, el desván, la terraza, la sala de carboneras, la sala Jujol en la primer planta. En total más de tres mil metros cuadrados.
Ese domingo, la Casa Batlló celebraba 10 años de convertirse en recinto cultural, pues desde 2002, a raíz del Año Internacional Gaudí, este lugar se abrió como un espacio a la exposición. Después de 135 años de existencia, construido en 1877 por un profesor de Gaudí, Emilio Salas, que después paso a manos de la familia Batlló, encabezada por un empresario textil que vio en el edificio una ubicación privilegiada.
A los 52 años, Gaudí aceptó la oferta de Josep Batlló para diseñar la vivienda. Originalmente Batlló quería tirar el edificio, pero Gaudí decidió no derrumbar, sino reconstruirlo. Metiéndole mano a la fachada y al patio central, además de construir dos pisos nuevos. Logró un espacio que se caracterizaba por ser diferente al resto y que, precisamente se volvió privilegiada por su ubicación. Con un diseño creativo, original y armonioso. Es considerada una obra completa del arquitecto, que se encontraba consolidado y maduro.
Treinta años después, las cabezas de la familia fallecieron. La casa pasó a los hijos y terminó siendo una oficina de la Compañía de Seguro Iberia. Otros veinte años más tarde, en los setentas, iniciaron las restauraciones, que aún hoy no concluyen del todo. Estos trabajos, buscan la recuperación de los espacios que un día Gaudí diseñó para ofrecer un lugar en donde la luz, las dimensiones y el aire, se conjuntaran de forma natural. Por ello es tan importante la celebración de los 10 años de una nueva etapa de la Casa Batlló.
Por esos diez años fui ese domingo a la Casa Batlló. No pasó mucho tiempo cuando fue necesario sacar mi paraguas, las nubes ya habían anunciado la lluvia desde esa mañana. Y así fue, llovió y llovió y no eran las nueve, llovió con más ganas. Con fuerza llovió. Parecía que no iba a dejar de llover y que venía un tormentón. No eran las nueve y a las nueve era el show. No quería desistir por la lluvia.
La lluvia se intensificó cada vez con mayor fuerza, y yo parada entre cientos de personas en la Calle Aragón y Paseo de Gracia.
De pronto las terrazas del edificio se convirtieron en tambores, se convirtieron en rosas naciendo de una raíz; de la ventana más alta, en su balcón, salió una mujer y gritó desesperadamente, dos o tres veces; apareció un gran dragón, invadiendo todos los espacios de la Casa, entraba y salía por las habitaciones y los pisos; el mar formaba parte de la Casa, los espacios llenos de burbujas de aire, de salida. Parecía magia no luces.
La imaginación con las imágenes, las luces, la música y la lluvia natural, le daban el toque a una mini película de quince minutos con el paraguas en mano para emocionarte por un edificio viejo que compró un empresario textil y que le metió mano un arquitecto modernista. Fue espectacular. Emocionante y divertido.
El show terminó… y también la lluvia. Pero el interés por la Casa Batlló no, una casa diferente e incluyo artísticamente. Con cualidades y sentidos naturales, puros y estéticos. No por nada Gaudí cuenta con siete de sus obras como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, y es conocido por el gran toque personal que en cada una de ellas dejó, buscando siempre la síntesis de todas las artes y los oficios. Si, la Casa Batlló despertó…
El despertar de la Casa Batlló (Mapping Oficial)