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jueves, marzo 28, 2024
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Desmontando a Notthing Hill

Llegas a Notthing Hill y un letrero te dice que Portobello Market está hacia el norte. Estás en la zona Oeste de Londres, en el barrio de Kensignton y Chelsea, un barrio que hasta mediados de los años 80 era visto con desprecio como un lugar de inmigrantes pero luego de un proceso de gentrificación, a inicios de la década del 2000, Notthing Hill se volvió famoso por sus terrazas victorianas, librerías, antigüedades y calidez de pueblo en plena ciudad.

A simple vista es difícil pensar que este lugar tan colorido y ecléctico también es la cuna de un grupo político conservador, apodado “The Notthing Hill Set”, al cual pertenecen el ahora primer ministro David Cameron y el tesorero George Osborne.

Ya con resignación sigues un río de gente que, entre la docena de idiomas y modismos, termina sonando como esperanto en tu oído aturdido. Todos hablan fuerte, caminan lento y toman muchas fotos con sus selfie-sticks. Te arrepientes un poco de haber venido a un lugar tan turístico, tan amontonado y famoso por la comedia romántica del mismo nombre que protagonizaron Julia Roberts y Hugh Grant en 1999: un tipo, dueño de una librería en Notthing Hill, le tira una bebida encima a una actriz famosa y luego ella se enamora de él.

Es la película y la promesa de tesoros en libros y antigüedades la que atrae a los turistas, que llegan en un peregrinar de double deckers y tours privados, con sus guías con banderitas de colores.

A Notthing Hill hay que ir quintándole capas.

Banksy en Notthing Hill
Entre la calle Portobello y Acklam en Notting Hill, se encuentra uno de los graffitis del famoso Banksy. |Fotografía: widewalls.ch

Primera capa: made in China

Una caminata de diez minutos te lleva a Portobello Road, hogar del Mercado de Portobello, el corazón palpitante – y algo enfermo- de Notthing Hill. Primero hay unas casas pintorescas de colores chillones y amplias ventanas, cuyos ocupantes parecen esconderse tras cortinas opacas. Luego vienen las tiendas de baratijas chinas con motivos ingleses: camiones rojos, cabinas de teléfono, banderas de todos los tamaños, camisetas, plumas que dicen Britain. Bolsos imitación de algún diseñador, impermeables y paraguas que de lejos se ve que no duran dos puestas.

Frunces el ceño, y no te culpo.

Segunda capa: Beatles Banksy y cucharas  

Por la misma calle serpenteante aparece una tienda de artículos de Bansky, -el artista del graffiti creador de un hotel en Palestina denunciando el consumismo, los desplazados y la guerra-. En la tienda se venden camisetas con sus graffiti, bolsas con sus diseños, posters, cuadros y no hay mención alguna de sus posturas políticas, críticas al sistema capitalista. Más bien parece la trivialización de la producción de arte, y una paradoja.

Dejas atrás las baratijas chinas y a Bansky, a lo que siguen cuadras enteras de puestos de antigüedades en las que por alguna razón hay miles de cucharitas y platos floreados para el té, ¿tendrán obsesión por las cucharas los ingleses o será más bien el turismo que pide esos objetos que creemos parte del imaginario inglés?, el número de turistas apunta a que es lo segundo, un acto complaciente  más que una tradición real.

Hay anillos tibetanos, abrigos militares y máscaras contra gas como en la película The Wall; discos de vinilo y cuadros de los Beatles que son tan feos que de seguro no les gustarían a los Beatles. Todo con el fondo musical de un dueto callejero de adolescentes afro-árabes cantando covers de Amy Winehouse. Su multiculturalidad es quizás la expresión más honesta del Londres de hoy y curiosamente la expresión más falsa de Notthing Hill. Mientras que Londres vibra hibridación migrante, las cifras del censo muestran que hace 10 años el 46% de los habitantes de esta zona eran negros e irlandeses; pero ya no, esta cifra va en declive y ronda el 28%, dando paso a habitantes ingleses blancos.

Tercer capa: la suavidad de la tela

Llegas a una tienda de ropa de cashmere y los precios de tres cifras te desatan la risa. 150 £ por un suéter color mandarina y 196 £ por un chal son precios astronómicos que convertidos en tu moneda latinoamericana; bueno, mejor llorar. Prosigues.

Luego una tienda de abrigos de lana con productos ingleses y de lana escocesa. Empiezas a pensar que podrías comprarte ahí un auto-regalo de navidad. Te pruebas un abrigo de 270£ y tu corazón suspira. Luego recuerdas que no vives aquí, que en casa no nieva, ni está bajo cero nunca y que con ese dineral se pueden comprar muchas cosas que hacen falta.

De salida tus dedos se deslizan por las bufandas brillantes y suaves. Te despides.

Cuarta capa: seducida por frambuesas

Sigues y el mercado, imaginas, se va pareciendo  más a lo que fue antes de la gentrificación del 2000 y la llegada de los turistas. Ahora las calles tienen cafés y panaderías con displays de revista y olores que seducen hasta al más gluten-free. Hay puestos de cebollas, chalotas, papas de colores, pan artesanal en canastas y ruedas de queso curado. Decides comprar 2 £ de frambuesas y moras azules. Caminas y vas sintiendo las frambuesas explotar en tu paladar y su dulzura pasa por tu garganta hasta encender la felicidad.  

Los turistas más acérrimos se han quedado atrás y qué bueno. Los atraparon los cafés de cadenas y los famosos puestos de crepas de Portobello, a los que acuden para poder decir “comí crepas y fue increíble”. Los selfies y el instagrameo te dan náuseas.

Notting Hill, Portobello Market
Portobello Market en el famoso barrio Notting Hill. |Fotografía: Getty Images

Quinta capa: aquí hay vida y vale quedarse

Sigues caminando y justo cuando crees que eso termina, serpentea un poco más. Huele a marihuana y se estrecha la calle. Ahí ya no hay cafés pero sí antigüedades fuera del rango nauseabundo de cucharas para el té. Hay muebles, lámparas, letreros, objetos con vida e historia. Te enamoras otra vez, ahora de un cajón de imprenta para poner moldes metalicos de letras. 5 £, pero nena, el viaje apenas empieza y cargar con un cajón por tres países es una necedad que te cobran caro tus vértebras y Ryanair. Prosigues.

Ahora la calle está despejada y hay tiendas hermosas de ropa acomodada por tonos, entras y están dos mujeres trans hablando alegres de la vida de Coco Chanel. Fuman dentro de la tienda y tu estricta ética californiana se estremece un poco.

Acá, al final del tumulto, hay cafés portugueses de nombre Oporto y Nova Lisboa, gente haciendo mucha bulla y saludando con la familiaridad y alegría que da envidia. Aquí hay vecinos, niños con perros y patines. Un puesto, al final de la calle, tiene unos limones bellos. Preguntas y el tendero te da un kilo entero por 1£ (están a 30p cada pieza en la tienda). Pagas, los guardas. Sonríes.

Trenzados entre los cafés portugueses hay una carnicería halal, un abarrotes marroquí, y un puesto de shawarma que atiende un árabe frenético que suda y saluda despachando. Pides un shawarma y te hincas en la banqueta a comer, escuchar, deleitarte con el divino placer de no entender esa cadencia suave del ajetreo cotidiano de domingo. El idioma ajeno a veces parece una caldera burbujeante que acompaña y da calma.

Es hora de ir de vuelta. Serena. El regreso es más sencillo, más pausado. Los puesteros ya están guardando,  acercando las camionetas y subiendo cajas de mercancía. A tu mano derecha una placita de empedrado se abre. Ahí la música es más hip, pero no hay turistas, que parecen condenados a la calle principal por una barrera invisible. Te acercas: primero un puesto de vestidos vintage psicodelicos, otro de abrigos enormes y coloridos como para ser estrella de cine y a la derecha una mesa entera de suéteres de cashmiere que despiertan tu instinto cazador. Te arremangas y te pones los lentes. Al lado de la mesa está una mujer no menor de 70 que te ve probarte los suéteres lila, menta color camello, algunos como nuevos, otros remendados. Decide ayudarte “porque siempre es mejor que lo vean otros ojos”.  Elije para tí un sueter periwinkle con cuello en V y luego pregunta, ¿usas rojo? Te vendría bien por tu pelo oscuro, esos colores claros “they wash you, dear”. Que lo diga una inglesa…

Buscas al puestero de saco de cuadros, que trae un palillo entre los dientes amarillos. Dos suéteres hermosos por 15£. Sonríes.

Sigues el regreso pero viene la lluvia, fina aún, caminas, arrecia, caminas hasta refugiarte en una heladería italiana abarrotada. Pides un helado: cítricos de la toscana, limón japonés y frambuesa. Aprovechas para cargar el celular, cuya batería es un indicador fiel que hay que hacer pausa. Acomodas las compras en la mochila, bajo la mirada divertida de un japonés que habría apostado que cerrarla sería imposible. Le sonríes triunfal con el último clic del cierre. Ya no llueve y los turistas se han ido. La estación está cerca y agradeces sentarte. Tomas el tren con dirección Eastbound Central que te saca ilesa y contenta de Notthing Hill.

Por: Mariana Martínez Esténs, periodista

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