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viernes, marzo 29, 2024
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Viajar a Nueva Zelanda: a la Terra Incógnita

11 de la mañana de un 23 de enero. Aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid.  Una voz  en inglés con marcado acento oriental anuncia que  el embarque para el vuelo de Air China con dirección a Pekín acaba de comenzar. Este es uno de los momentos que me parecen más extraños de los que ocurren en un aeropuerto: la gente se apresura a apelotonarse y coger sitio en la cola de embarque de un vuelo en el que ya tienen asiento asegurado. Sin embargo, hoy yo estoy entre ellos.

Viajar a Nueva Zelanda

No estoy muy seguro de qué es lo que ha provocado que esta vez me sume a los ansiosos, pero creo que está relacionado con el hecho de viajar a Nueva Zelanda, al lado opuesto de la Tierra: el Pacífico Sur, las islas polinesias, son lugares tan remotos que solo han aparecido dentro de mi cabeza  en los relatos de piratas de Stevenson y  los cuadros de Paul Gaugin.

Tras media hora de espera, llego a mi asiento y miro por la ventanilla. Saco de la mochila el libro que he traído conmigo y continúo con su lectura. La niebla lo cubre todo en el exterior. Puedo oír las olas chocando contra el casco del barco. El Endeavour está completamente cargado y preparado para zarpar.  Es agosto de 1768  y estamos a punto de partir en busca de Venus y el misterioso continente del hemisferio  sur, Terra Australis Incógnita, bajo las órdenes del capitán James Cook.

Uno de los protocolos en los vuelos de larga distancia es apagar las luces para permitir a los pasajeros conciliar el sueño y así adaptar su ritmo biológico al lugar de destino. |Fotografías: Dani Keral

He perdido la cuenta de todas las veces que me he despertado en las últimas tres horas. Los vuelos de larga duración me dan la sensación de flotar en un lugar indeterminado, fuera del tiempo y del espacio, traspasando franjas horarias como quien camina despreocupado de una habitación a otra.  “Los tres viajes alrededor del mundo”, la compilación de los diarios del capitán Cook, sigue sobre la bandeja abierto por la misma página. El Endeavour se acerca al cabo de Hornos para doblar el extremo sur del continente americano en una de las fases más peligrosas del viaje: los dos océanos más grandes del planeta pelean con furia en una pequeña franja de mar. El capitán Cook se dirige a Tahití para realizar el avistamiento de Venus y así poder calcular la distancia exacta que lo separa de la Tierra. Levanto la mirada del libro: el resto de la tripulación duerme, algunos con la pantalla del asiento frontal encendida mientras se reproduce una película con subtítulos en chino. Ahora es la oscuridad la que lo cubre todo, y así seguirá durante las 12 horas de vuelo que unen Madrid con Pekín.

Nunca había estado tanto tiempo en un aeropuerto; pero es lo que tiene viajar a Nueva Zelanda. Pekín en enero no pasa de cero grados y mi equipaje solo contiene ropa de abrigo suficiente para pasar el verano austral. Por ello, una escala de 13 horas se convierte en una  larga peregrinación por las terminales, una oportunidad perfecta para analizar la marea aeroportuaria: el ritmo aquí es frenético, miles de personas se cruzan, se chocan, se ven pero no se miran, compartiendo asiento durante horas, para después separarse y no volver a verse nunca más en la vida. Pleamares y bajamares con sus náufragos parados en mitad de la tormenta sin saber muy bien a dónde dirigirse.  “Viajar es nacer y morir a cada instante, dijo Victor Hugo. En un aeropuerto miles de personas nacen y mueren cada segundo.  

En mitad de ese océano viajero, durante un número incontable de horas y con una tripulación luchando contra el temido escorbuto, el Endeavour  se aventura en el espacio de agua más grande del planeta en busca de un cinturón de islas diminutas. El capitán Cook  se muestra seguro de poder llegar a su destino. Entre los tripulantes comienza a haber algunas dudas.

El comandante anuncia que estamos sobrevolando Papúa Nueva Guinea. Miro por la ventanilla y veo un brazo de tierra diminuto de color verde selva. Siento miedo, incredulidad, placer.  Siendo objetivos, no deja de ser más que una franja de tierra no sumergida, tan especial como lo pueden ser España o Camboya. Pero no, para mí es algo más: es la distancia, es lo desconocido,  es lo (casi) inalcanzable y al verlo bajo mis pies es como estar volando sobre algo imposible. El inmenso azul Pacífico lo rodea todo. Me siento afortunado. Me siento vulnerable.

El Aeropuerto Internacional de Pekín es el segundo más transitado del mundo por detrás del Hartfield-Jackson de Atlanta. |Fotografías: Dani Keral

Han transcurrido más de  24 horas desde que salí de Madrid y me encuentro en algún lugar en mitad de la nada, entre el sueño y la vigilia, entre lo real y lo irreal.  Me levanto para ir al servicio y camino por el pasillo entre la oscuridad de la cabina mientras mi cuerpo se tambalea. Llevamos ya varias horas con un intenso oleaje. Cuando llego al baño me doy cuenta de que la luz roja está encendida. En su interior escucho a  alguien. Está vomitando. Posiblemente se trata de uno de los científicos de a bordo. Tras año y medio de travesía algunos aún no se han acostumbrado a la vida en el mar. El capitán Cook, realizados los cálculos astronómicos en Tahití, se dirige hacia el siguiente objetivo: la búsqueda de Terra Incóngnita .  

Terra Australis Incógnita había sido uno de los grandes misterios de la historia: un enorme continente situado en el hemisferio sur que servía  de contrapeso a la masa de tierra del hemisferio norte. Llevo más de 30 horas de viaje y mi reloj biológico ya no sabe ni dónde se encuentra. Conforme el avión se acerca a tierras neozelandesas intento ver a través de la ventanilla lo que muchos navegantes buscaron cientos de años atrás: la vasta extensión de tierra que conformase el continente más masivo del mundo. Pero no veo nada de eso. Solo agua, una interminable alfombra azul cobalto. El capitán Cook, con la ayuda de unos viejos mapas españoles, ha conseguido alcanzar la isla norte de Nueva Zelanda por su costa este. Durante varias semanas circunnavega las islas, constatando que este territorio no  forma  parte del mítico continente. Meses más tarde, antes de poner rumbo a casa, encuentra una nueva tierra, siendo el primero en desembarcar en ella. Hoy se la conoce con el nombre de Australia.

Casi tres años empleó Cook en aquel primer viaje; a mí, viajar a Nueva Zelanda, 35 horas. He nacido, he muerto y he vuelto a nacer a los ojos de mucha gente. Me he transportado a 12 horas de distancia de mi tierra natal, hasta el punto opuesto del planeta. He dormido al  mediodía en un país y despertado en la madrugada de otro a miles de kilómetros de distancia.

Si me pongo a pensar en los motivos de un desplazamiento así, me cuesta encontrar una respuesta racional. Los motivos de Cook los explica él mismo: la ambición me lleva no sólo a donde ningún hombre ha ido antes, sino a donde creo que es imposible que un hombre vaya”.  La ambición por viajar en un tiempo en el que aún quedaban islas desconocidas donde poder naufragar era algo más comprensible que en estos tiempos  en los que todo se encuentra a un clic de google.  

¿Qué me lleva entonces a hacerlo  ahora que ya se conoce Terra Incógnita?  Quizá el simple hecho de que no me lo creeré hasta que sea yo mismo el que la vea. 

DanielKeralhttp://unviajecreativo.com/
Fisioterapeuta de profesión, viajero y contador de historias como pasión. Utiliza el viaje a modo de pincel y herramienta creativa en el lienzo de su blog "Un Viaje Creativo".
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6 COMENTARIOS

  1. Je je buen relato del comienzo de un gran viaje, me ha hecho gracia ¡siempre embarco la última! Si ya suficientes horas voy a pasar en el avión… Y no es que me disguste volar, al contrario, pero hay sitio para todos 😉 en cuanto al aeropuerto de Pekín… Horror total. Recuerdo unos perros enanos adiestrados oliendo todos los equipajes, muy loco. ¡A seguir disfrutando de las antípodas! Besazos

    • Jajaja, yo suelo estar de mitad para el final (salvo en los vuelos donde quiero que mi maleta esté en cabina, tipo los llenos a rebosar de Ryanair. Este comienzo fue tan épico como lo está siendo el transcurso. ¡Un abrazote Patri!

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