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viernes, marzo 29, 2024
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Una compra frente al Titicaca

Era la noche y sus entrañas. Ningún sonido por fin. Un único recuerdo de lo que quedó de la sesión nocturna. Pueblo, una de las ocho comunidades de la isla, recibía visitas. Un cura, un mensaje. Un filme que le acompañaba y que congregó a decenas de vecinos destinados a pasar la noche en vela. Mi ventana lo sufrió, y también mi gozo. Resonó el sermón hasta la madrugada. Después de eso, decidí salir a encontrar la luz, perder el sueño.

Abandoné Pueblo y su puerto, las fotografías de ventanas en adobe y de nenes bajo la sombra. Seguía la noche, y sus ganas de pasar su turno. Caminé una cuesta hasta encontrar la primera gota, el primer contraste. Una intención de convertir el césped en un juego verde-amarillo. Una competencia. Empezaba a amanecer.

La cuesta se convirtió en un camino de más de una hora, ahora bordeando dos puertos desde lo alto. Pueblo, en el atrás. Occosuyo, el próximo. Todo el escenario visto desde Amantaní, en Puno, Perú, otra isla más dentro del Lago Titicaca, ese lugar inquieto y sagrado.

De fondo, unas siluetas. Indescifrables, incontables. Las teñía el contraluz del lago, todo espejo. Engañaba. El sol se arrastraba más, sólo en ese costado de la isla. Sólo en ese lugar del mundo. En pleno Occosuyo la jornada estaba en hora punta, no hubo ninguna previa nocturna con cura ni filme. Dos barquitas amarradas. Treinta-y-tres cajas. Verduras y cremas. Pan, mucho pan. Puertas semi-abiertas. La comunidad bajaba a la orilla del Titicaca, el mercado se instalaba hasta que irrumpía el sol. Desde Puno, llegaba la vida a Occosuyo. Por sólo un par de horas. Los tiempos eran claves, no había margen para lo social. Una mirada. Una elección. Una mano, dos compras. Una bolsa. Tres nuevos soles. Un vuelto. Una secuencia.

Ese día, llegaría un grupo de quince turistas y las familias que los alojarían se vestirían con su mejor conjunto. Un protocolo incómodo. Abrirían los rincones de su hogar sin comisión. Esta se quedaría en Puno. Los turistas dejarían Amantaní sin conocer otras comunidades. Partirían a la jornada siguiente con la pretensión de conocer la vida indígena. Y con la cámara cargada de intimidades.

Las comunidades se turnaban las actividades. Chacras o turistas. Turistas o chacras. Campo de sol a sol o fotografías de sol a sol. Cuando el norte de la isla recibía turistas, el sur trabajaba en sus cultivos. Cuando el oeste se dedicaba a la tierra, el oeste hacía muestra de su vida. Occasuyo recibía comida en días puntuales. Ese amanecer, coincidía todo. Occasuyo tenía suerte, repondría provisiones en un día de visita múltiple. Después, los barquitos se irían, el Titicaca quedaría libre y su gente enraizada.

Carmina Balaguer
De Barcelona en Buenos Aires. Cubro América Latina como periodista especializada en viajes, en yoga para ESPN Yoga y en televisión para PromaxBDA. Vivo una misión: Contar el mundo y sus rostros, uniendo cuerpo y palabra.
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