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martes, marzo 19, 2024
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Viaje a la isla de Los Ángeles, Isla Catalina

La travesía inició un viernes por la mañana, salí de Tijuana rumbo a San Diego con dirección norte hacia New Port Beach. Viviendo tan cerca, nunca había visitado la Isla Catalina, un pequeño pedazo de tierra rodeado de mar que es parte de las ocho islas que conforman el archipiélago de Santa Bárbara. A las ocho de la mañana, desayuné y tomé el ferry que me llevaría a ésta isla que pertenece al condado de Los Ángeles y en la que viven cerca de cuatro mil habitantes.

Una vez arriba de la embarcación  con cerca de doscientas personas, recordé que no había tomado mis pastillas para el mareo, ¡gran error! Al cabo de unos minutos de concentración para tratar de no vomitar, oler el peculiar tufillo de una niña que justo lo había hecho, acepté que el vaivén de las olas era más fuerte que yo y terminé comprando las pastillas a bordo. Aun así el viaje lo disfruté despierta pero con los ojos cerrados hasta que escuché “tierra a la vista”.

Habíamos llegado a Avalon, uno de los dos asentamientos de la isla y el más poblado. A primera vista, era como una gran feria:  color,  buen ánimo y el buen clima. Mi pequeño hotel, reservado de último momento, estaba a cuadras del embarcadero, aun así y por el típico desconocimiento del lugar, pagué un taxi para que me llevara. No me podía registrar hasta la una de la tarde y el reloj apenas marcaba las diez de la mañana, así que dejé el equipaje y sin más, empecé a explorar la pequeña ciudad.

Isla Catalina se recorre en dos tipo de vehículos: carritos de gol y bicicletas. |Fotografía: Nina Pizá
Isla Catalina se recorre en dos tipos de transporte: carritos de golf  y bicicletas. |Fotografía: Nina Pizá

El descubrimiento en bicicleta

La Isla Santa Catalina -su nombre oficial- tiene dos poblaciones, Avalón el asentamiento principal y Two Harbors, en el otro extremo, con escasos doscientos habitantes. Debido a que las localidades son pequeñas, los automóviles convencionales están prohibidos, sólo los de servicio público son de tamaño “normal”, por ello ciudadanía y visitantes se mueven en carros de golf, a pie o en bicicletas.

Opté por la bicicleta, conseguí el mapa local y pedaleé la ciudad. Qué mejor forma que perderse entre calles y conocer la coqueta arquitectura del lugar, salida como de una caricatura por sus diminutos espacios. Sus calles son angostas, a pesar que hay verdaderas mansiones, la mayoría de las casas se nota que eran móviles originalmente y terminaron por ser permanentes; las cocheras están construidas para guardar los pequeños carros de golf y por ello en parte, todo se ve diminuto, da la impresión de estar caminando en una ciudad de muñecas.

El recorrido fue sobre ruedas e incluyó más de una hora por la eterna calle empinada hacia el Jardín Botánico. Un área de más de quince hectáreas especializada en plantas endémicas de las islas del canal de California, aquí se encuentra flora única como: Catalina Ironwood, Catalina Mahogany, St. Catherine’s Lace, Catalina Live-Forever, Catalina Manzanita, y Catalina Bedstraw, plantas que solamente crecen de un modo natural en esta isla.  Dentro del mismo Jardín Botánico se ubica también el Wrigley Memorial, mausoleo en honor a  William Wrigley Jr.

Una isla con historia propia y con una personalidad serena, no es de fiestas playeras interminables. Mi salida nocturna fue a un bar a dos cuadras del hotel donde por alguna extraña razón, se encontraban dos policías en su interior cerciorándose que todo estuviera en orden, en realidad siempre pareció estarlo. En algún momento me sentí como en las fiestas que iba cuando era menor de edad con papás o profesores cuidando a los chamacos, lo que me hizo entender que se trata de un destino donde reina la tranquilidad.

El casino, uno de los pasatiempos favoritos de los estadounideses. |Fotografía: Nina Pizá
El casino hoy un símbolo de la memoria de la ciudad isla. |Fotografía: Nina Pizá

El parque infantil para las estrellas de Hollywood

Este pequeño pedazo de tierra que contrasta con la imagen de Los Ángeles, cuenta con una historia interesante. A partir de la década de los años 20, cuando el magnate de la goma de mascar William Wrigley Jr. (si, los chicles verdes de la flecha) puso su interés e inversión en ella, ésta empezó a figurar en la escena turística. Muchos de los atractivos actuales se deben a la herencia de aquella época en la que se le llamaba “The playground for Hollywood´s greatest stars”, es decir, el parque infantil para las estrellas de Hollywood. Este hombre mejoró la isla con servicios públicos, construcciones turísticas como un hotel, casino y extensas plantaciones de flora local.

Durante la época de oro, entre la década de los años veinte y los años treinta, cuando se convirtió en refugio para los artistas que buscaban playas y privacidad, la isla floreció en construcción y economía. Uno de esos detonadores y que aún sigue vigente es el Casino. En un principio daba lugar a bailes de gala de la socialité y ahora permanece como sitio histórico que alberga el museo local. También en aquellos años y como estrategia de mercadotecnia, Wrigley Jr. llevó a entrenar a la isla por varias temporadas, al entonces famoso equipo de béisbol Chicago, lo que ayudó atraer a visitantes fanáticos.

El empresario también creó la compañía de losetas de arcilla Catalina Clay Products, que al mismo tiempo daba trabajo a los lugareños, producía el material de decoración de varios sitios turísticos de la isla y los exportaba; la compañía sólo operó por diez años y ahora sus piezas son de colección y parte histórica de la isla.

Para la década de los cuarenta con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, la Isla Catalina cerró para los viajeros y se convirtió en una base militar de Estados Unidos, lo que atrajo a una joven pareja de recién casados compuesta por una adolescente entonces llamada Norman Jean Baker y James Dougherty.

James Dougherty, 'Jimmy', y su esposa, Norma Jeane Baker Isla Catalina en 1943. |Fotografía Getty Images - Catalina Island Museum
James Dougherty, ‘Jimmy’, y su esposa, Norma Jeane Baker Isla Catalina en 1943. |Fotografía Getty Images – Catalina Island Museum

De apenas 16 años y huyendo de una vida entre casas hogares, la chica Norman, quien después sería mundialmente conocida como Marilyn Monroe, se casó con su primer esposo que era militar y fue llamado a servicio en esa base. En ese entonces la joven todavía tenía el pelo castaño y las fotografías del Museo de la Isla Catalina dejan ver a una adolescente con mirada coqueta, que de acuerdo a la historia oficial, fue ahí, viviendo en un mundo en su mayoría de hombres, cuando descubrió el poder de su atracción sobre ellos… lo demás es historia.

Charlie Chaplin, Humphrey Bogart, Johnny Weismuller  y John Wayne fueron otros artistas que también en su momento, eran visitantes frecuentes.

Hoy en día, los famosos le han dado un toque a la isla, pero por si misma, tiene la magia del mar y de los paisajes para atrapar a cualquiera. Viviendo tan cerca, tuve la sensación de haber viajado lejos, incluso lejos del concepto que puede encerrar la viva imagen de Los Ángeles, de la ciudad, de gran infraestructura, modernidad, lujo… Isla Catalina no es pretenciosa, no necesita serlo porque su esencia radica justo en su sencillez y te hace sentir que es fácil vivir el día a día… al menos aquí.

 

Nina Pizá
Tijuanense, comunicóloga, periodista y viajera. Inquieta por descubrir el mundo para ver y conocer, cómo viven y piensan en el otro lado del planeta. La curiosidad y el miedo a la rutina, es la motivación que la impulsa a viajar y escribir.
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