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jueves, marzo 28, 2024
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Esto es un diario

“Caminar es ya tener una casa. Escribir es ya tener una casa.”  Robinson Quintero Ossoa

A menudo me he preguntado por qué escribimos un diario cuando viajamos. Con los años la pregunta ha eclipsado a la respuesta una y otra vez. Queríamos escribir el mundo pero lo único que podemos escribir, ahora lo sé, son fragmentos del yo que habla, porque el mundo nos atraviesa pero el mundo no es nosotros. A menudo también me digo que partí de viaje para conocer lo que hay ahí fuera o para adivinar lo que somos nosotros o para ponerle cara a todo aquello que todavía no soy yo; pero miento: viajo para encontrar la soledad en algún lado —una selva o una ciudad misericordiosa—. Esto es un diario íntimo. No lo leerá nadie, salvo yo, quizá, si es que hay regreso.

He leído a Marguerite Duras obsesivamente estos días: “Siempre he llevado mi escritura conmigo, donde quiera que haya ido.” La escritura es nuestro refugio, como esta casa provisional en la Isla del Sol desde la cual observo una cordillera y este lago que debería ser de hielo y no lo es. Yo también he aprendido a dejar atrás todo —los objetos, los amores rotos y los sábados— y a no cargar conmigo nada excepto una urgencia de decir a solas esto que digo sobre un papel a veces roto. Creo, Marguerite, que las dos hemos buscado la soledad por encima de todo: tú compraste una casa en Neauphle, allí donde los soldados alemanes dejaron latas de conserva vacías enterradas bajo la tierra y yo, en cambio, he llegado a este lugar donde no vive nadie salvo algunas mujeres y los hombres que despedazan la leña en la mañana y los cerdos en las rocas mirándome caminar mi fatiga hacia el promontorio. Hay una lengua de tierra que nace hacia el lago: Marguerite, ésa es mi soledad. Y éste, el mundo que tratamos de nombrar sin acierto, porque es múltiple y complejo. Por ejemplo, ella se dijo (ella, que escribió después de las guerras, que fue la voz de lo que tal vez viene ahora, en nuestro siglo): “Para empezar, uno se pregunta qué es ese silencio que lo rodea.” No lo entendía.

***

Yo miro por la ventana y veo ese silencio que me rodea en la textura de todas las cosas. Ahora: la mesa de madera tras el vidrio sucio. Ese silencio (el de la escritura, quiero decir) es el comienzo de una frase: antes de toda palabra no hubo nada. Pero esto no responde a por qué a menudo me escondo en los baños y en los autobuses y sobre todo en los bancos de las plazas y las cocinas ajenas a escribir sin que nadie note mi presencia, sumergida en ese silencio que es siempre el comienzo de algo: una concha que nos protege, a la escritura misma y a mí, de ser heridas.

He confesado tantas cosas y aún veo que los cuadernos que llevé conmigo están llenos de huecos vacíos que la memoria ahora rellena con cosas importantes. Por ejemplo, no conté la verdad en las grandes ciudades, porque no pude entenderla hasta mucho más tarde, alejada, en las costas desérticas del Pacífico bajo la línea del ecuador. Ahora me pregunto si eso importa: contar la verdad de lo visto, de lo oído, de lo sentido o de lo ocurrido allí donde fuimos. Creo que no: escribimos la intimidad del mundo y allí no hay verdades sino personas mirándose. Supongo que es eso.

Marguerite Duras, en su casa de París en 1965 por Gerry Images

Encontré a Marguerite en un puesto de libros de Parque Rivadavia, Buenos Aires. El libro se llama “Escribir” y es una confesión de esa verdad que no importa: el por qué a nuestro tiempo le damos un carácter y ese carácter es la escritura del yo y no la novela de aventuras o de héroes. Lo he intentado explicar: no es posible, después de la bomba atómica, escribir una estructura circular, como antaño, porque el ser humano de hoy ya no confía en el futuro. El viaje ya no es esto: salir de la casa, ir, ver, contar, y después regresar a la casa. Algo se trunca y es el vacío de futuro que lo tiñe todo. Ya no sabemos quiénes somos cuando regresamos. Eso también es la soledad del viaje: perderse a uno mismo en otras cosas (como diluirse, si quieres decirlo así, en el otro y en la tierra).

¿Por qué escribimos? Esa fue la semilla de su libro.

O, si no:

¿Por qué aún tratamos de escribir el mundo que vemos si sabemos que es imposible de abarcar, como son imposibles de mirar, a un tiempo, todas las imágenes que refleja un espejo roto?

Dice Marguerite: “Si se supiera algo de lo que se va a escribir antes de hacerlo, antes de escribir, nunca se escribiría. No valdría la pena.”

Sí, tal vez sea por eso.

Marguerite Duras y su escritorio por Getty Images

La soledad, en la escritura, es un espacio psíquico que nos permite alejarnos del objeto —el viaje, el mundo— para poder narrarlo. Nosotros vivimos en la época del fragmento, del flash, de los estratos de significado que se superponen unos sobre otros en cada experiencia vivida. Esto quiere decir: lo que hoy nos mueve a viajar ya no es el descubrimiento de un mundo exótico y natural, como lo fue antaño, en la época de los grandes viajeros. Nosotros hoy viajamos para registrar lo desconocido —mirada, después cuerpo, después palabra— y convertirlo en otra cosa (tal vez ficción).

Ya no podemos escribir libros de viaje como lo hicieron nuestros padres (Theroux, Chatwin, Byron) porque el mundo que vemos ya no es lo que vemos, sino lo que somos, diría Pessoa. La realidad es inaprensible desde que los americanos destruyeron dos islas al oeste de su propia tierra y comenzó una era nueva y sensible: la de la posmodernidad. Nosotros, los que la vivimos, también la creamos: eclécticos y sin ideología y con muchas ganas de decir algo nuevo, algo aún no dicho: sobre lo que vemos y sobre lo que somos, que tal vez es lo mismo. Individuos del fragmento: una nueva forma de expresar que, cuando nos miramos, vemos en nosotros un yo roto y contradictorio, un poliedro, una roca de mil caras.

Marguerite Duras por Jean Paul Guilloteau de Corbis

Esto que escribo es un diario, que es lo mismo que decir: la vida, que es lo mismo que decir: yo.

Pero Marguerite al borde de este lago, aún, antes de que me vaya: “Lo desconocido que uno lleva en sí mismo: escribir, eso es lo que se consigue. Eso o nada.”

O no.

Al final, todo esto, también podría no ser.

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Marina Hernández
Periodista, escritora y viajera. Se ha especializado en crónica y ensayo sobre viajes y en escrituras del yo e imparte cursos de escritura de viajes desde Madrid.
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